El dilema de las elecciones | El Nuevo Siglo
Jueves, 5 de Junio de 2014

*Orígenes de la democracia

*Ejercicio responsable de la libertad

Los  colombianos  no siempre  apreciamos ni defendemos, como por su importancia y antigüedad lo merece, a la democracia nuestra. La que siendo un modelo universal propio de la civilización occidental, por su antigüedad entre nosotros tiene características propias que son consustanciales con nuestra manera de ser, tradiciones y la forma de entender el Estado. Es de recordar, que el pacto constitucional surgió, tal como lo anota Simón Bolívar, de las capitulaciones de los reyes Isabel y Fernando, que legalizaron el predominio en la región de sus huestes, con la bendición del Papa Alejandro VI, nativo de Valencia. Constituyen las capitulaciones el pacto legal por medio del cual se comprometían a expandir la religión y por supuesto su cultura en el Nuevo Mundo, de forma civilizada, superada la etapa de las armas. Las capitulaciones, con la venía de Roma, dan origen a la erección de ciudades y cabildos en estas tierras. Los colonos que se asientan aquí tienen la oportunidad de ejercer en los cabildos el poder local, de decidir sobre sus asuntos políticos locales. Algo que en España como ciertos fueros que respetaban hasta los reyes, se había consagrado a la cabeza entonces de la modernidad político-administrativa. Allí en la práctica reciben las primeras enseñanzas sobre el ejercicio de la democracia los criollos.

La ocupación de España por las tropas de Napoleón resulta fatal para la corona en cuanto los reyes son reducidos a prisión en Bayona por decisión del corso, que entra a dominar una parte de España, en tanto el resto lucha con valor por la liberación. En Hispanoamérica la reacción instintiva inicial fue de apoyo al Rey. Unos cuantos bajo el influjo de Inglaterra intentan socavar la unidad y segregar sus regiones del Imperio Español, eran, inicialmente, la minoría. Al tiempo surgió una división entre federalistas y centralistas, imitadores del modelo de los Estados Unidos o de la Revolución Francesa. Esas luchas intestinas se daban en la misma España, entre los que se declaran liberales en Cádiz y los conservadores que apoyan la monarquía, incluso los bonapartistas en Bayona... En la Nueva Granada, las mayorías estaban por la corona, lo mismo que en el resto del Imperio. En Cádiz faltó más visión para capitalizar la solidaridad de los hispanoamericanos con la metrópoli. La paradoja es que en tanto España lucha  por la libertad, esa postura va a contagiar a los hispanoamericanos, más cuando el rey Fernando VII lanza una fuerza militar pacificadora a la Capitanía de Venezuela y la Nueva Granada, la misma degenera en expedición punitiva que acaba con parte de la elite granadina. A partir de entonces y con la guerra a muerte que declara Bolívar, desaparece emocional y políticamente el partido local realista.

Al consagrar Bolívar en Cúcuta la creación de la Gran Colombia, lo hace teniendo en cuenta la experiencia política de los cabildos, en donde se dieron los balbucientes pasos democráticos y de conocimiento del arte de gobernar aldeano. Esa democracia nuestra es más antigua que la de varios países europeos. La experiencia para su tiempo es tan trascendental como lo fuera el Estado-ciudad para los griegos. Y hasta no hace mucho los cabildos o concejos municipales fueron centros decisivos de poder y política urbana responsable. La deplorable decadencia por cuenta de la politiquería y la corrupción del gobierno municipal, fortalecido con sabiduría y para mejorar la democracia por la reforma que propicia Álvaro Gómez, para la elección popular de alcaldes, es uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad.

Es increíble que un país con instituciones democráticas tan antiguas y respetables, no las defienda y comience por participar con todas sus energías en fortalecerlas. Y la mejor manera es comenzar porque salgan a votar todos aquellos que por alguna razón no lo  hicieron en la primera vuelta. Los colombianos tienen la oportunidad de escoger entre dos posturas, la del gobierno del presidente Juan Manuel Santos, que defiende con valor civil, negocia la paz en La Habana, que busca cauterizar heridas y está por la justicia transicional, o la que ofrece el candidato de la oposición, Óscar Iván Zuluaga, que se sustenta en penas de 6 años y castigo a los violentos que han cometido crímenes de lesa humanidad. Sin lugar a dudas ese es el gran dilema de la democracia colombiana. Alcanzar la paz liberaría las energías nacionales para facilitar que avancemos al desarrollo y derrotemos para siempre el atraso secular ligado a la violencia.