El fantasma de Gandhi | El Nuevo Siglo
Jueves, 27 de Febrero de 2014

*La primavera venezolana

*Disimilitudes revolucionarias

Cuando comenzaron los primeros disturbios en Medio Oriente en contra de las viejas satrapías de Túnez, Libia, Siria, Somalia, Egipto y otros países árabes, los comentaristas internacionales afirmaban que se trataba de protestas espontáneas contra la opresión oficial y la mala situación económica, que buscaban derrotar esos regímenes autoritarios y derivar a una democracia al estilo occidental. La presunción de los comentaristas tenía cierto fundamento al captar que buena parte de los agitadores que protestaban en las calles habían hecho estudios en universidades europeas, obtenido títulos en ingenierías, química y otras carreras que, normalmente, en un pasado reciente les permitía a los jóvenes que regresaban a su país a obtener un buen empleo, ganarse la vida con cierta holgura y posibilidades de ascenso por lo general en las empresas estatales. Las cosas habían cambiado de la época de sus padres cuando un ingeniero conseguía fácil empleo por cuenta del Estado. Las bonanzas económicas les permitieron a esos países en mayor o menor grado enviar al exterior a los jóvenes con dineros que obtenían de las privatizaciones o del petróleo.

Entre tanto aumentaba la población y se formaba un suerte de clase media, a la que el Estado no alcanzaba a darle posibilidades de empleo puesto que muchas de las empresas oficiales se habían vendido y los particulares al comprarlas, les pedían al grueso de los empleados ineficientes la renuncia, reducían la nómina y sustituían a muchas personas por ordenadores. En otros tiempos la masa irredenta habría aceptado resignada su situación, no ocurre lo mismo con aquellos que estuvieron viviendo en Europa, respiraron el aire puro de la democracia y tenían esperanzas de volver a su país, desempeñarse con éxito en empresas estatales y contribuir al desarrollo. La frustración de quienes obtenían un doctorado y quedaban reducidos a conducir un taxi o administrar un bar, se hizo patente en los rostros adustos de estos, que se endurecían más al constatar cómo sus sueños de subir en la escala social y tener éxito se esfumaba. Y se producía una honda y contagiosa indignación al enterarse del gravísimo grado de corrupción a que llegaban sus gobernantes en una especie de concurso por malbaratar los recursos del Estado. Así que por cualquier incidente, la golpiza a un grafitero, la detención arbitraria de un estudiante, el abuso de un ministro que saquea el Tesoro, producen el efecto de una chispa que hace saltar un polvorín,  así estalló la primavera árabe. Lo triste de la historia es que cuando en Occidente se colaboraba enviando armas y acaso bombardeando a Libia y otros países, para acelerar la caída de los tiranos y, eventualmente, evolucionar hacia la democracia; tras las protestas de la juventud y las clases medias, surgieron grupos armados recalcitrantes y fundamentalistas, con el objetivo de encaramarse al poder pisando las cabezas de los manifestantes o utilizándolos como carne de cañón contra los gobiernos, hasta derivar en sangrienta guerra civil. La finalidad de estos terroristas, instaurar satrapías más codiciosas y sanguinarias que las que intentaban derrotar.

El comandante Hugo Chávez, preso por participar en un golpe de Estado, y, súbitamente amnistiado, por el presidente Rafael Caldera, se convirtió en un formidable agitador que prometía acabar con la corrupción. Con ese estribillo derrotó a los partidos tradicionales y alcanzo la Presidencia. Entre tanto, estableció un régimen de agitación permanente y culto a su personalidad, un verdadero remedo populista de la democracia. La corrupción siguió en la nomenklatura oficial, muchos de sus áulicos se enriquecieron y el comandante acabó con los sectores productivos más importantes de la economía privada y principal fuente de empleo, distinto al sector petrolero.

La protesta actual que sacude las urbes venezolanas con multitudes rugientes en las calles y que ya ha cobrado algunos mártires, tiene cierta similitud con la primavera árabe. En las grandes ciudades se levantan barricadas desde el amanecer hasta altas horas de la noche. Mientras los estudiantes y algunos trabajadores protestan en distintos lugares de las ciudades, enfrentados a la Fuerza Pública, las milicias armadas que disparan a mansalva, como a las contramanifestaciones que moviliza el aparato burocrático estatal. Por terrible que sea la crisis venezolana, se diferencia de la tormenta árabe, en cuanto los líderes de la oposición siguen modelos como el de Gandhi o Mandela, por esencias pacifistas lo que explica la entrega de Leopoldo López, impensable en un jefe político enfrentado a un régimen de fuerza, de no ser porque está aplicando la teoría de la resistencia pasiva; que debe ser el detonante para que las masas que hoy están en las calles sigan su noble ejemplo y eviten las provocaciones, mientras seguramente  avanzan a un paro general.

La voz del Papa Francisco se hace sentir desde Roma pidiendo al gobierno de Nicolás Maduro y a la oposición que dialoguen cuanto antes y busquen el entendimiento democrático.