El problema de la reforma laboral no es su contenido, sino su oportunidad y corto alcance. Cuando la economía del país sigue paralizada, el comercio apenas levanta cabeza y la industria está en retroceso, una legislación como la aprobada ayer en la Cámara de Representantes, en vez de ampliar y favorecer al conglomerado, lo que hace es estrecharlo y deprimirlo.
Es natural, por supuesto, que las reivindicaciones sociales hagan parte de las doctrinas partidistas. Pero para ello primero se necesita una visión social integral, con el fin de acertar, y no sumergirse en los componentes aislados del rompecabezas.
El motor de la empresa privada surge del esfuerzo conjunto entre accionistas, directivas y trabajadores para sacar avante un producto o servicio. Y todo lo que se haga en procura de afianzar esa relación es indispensable. Además, con miras a satisfacer las exigencias del mercado y conseguir altos estándares de calidad en beneficio del usuario. O lo que llaman innovación, productividad y competitividad. Es de allí, precisamente, de donde nace la empresa privada como la gran generadora de empleo, en todas sus facetas y escalas.
Quienes, por su parte, no ven a la empresa privada como el ineludible factor social que es, y se limitan a tener una perspectiva estatista de la dinámica de la sociedad, creen que el Estado es el redentor y dispensador de las esperanzas. Nada más erróneo. Al contrario, y sin demeritar la crucial operatividad estatal en lo que le toca, es la iniciativa privada la que inspira y permite abrir nuevos horizontes. Bastaría a los efectos ver el fenómeno de la China que, después de liberar gigantescos contingentes de su fuerza laboral, se dedicó a competir abiertamente en el mundo soportada en el flanco privado. ¿Alguien duda de su éxito en la materia?
Desde luego, mucho más allá de la pequeña reforma en mención, el país necesita abocar una política laboral en grande. Porque no solo se trata de ver los abrumadores índices de desocupación, especialmente entre jóvenes y mujeres, sino también la aflictiva satisfacción existente con la burda estadística de dividir el empleo entre formal e informal, como si fuera normal, lo que es una extravagancia y un azaroso reproche cotidiano. Ambos temas inaplazables: claro, para un gobierno decidido a tomar el toro por los cuernos. Porque en esta ocasión no fue, mientras el talento humano se escapa y las remesas están por las nubes.
A cambio de la reactivación de la economía, verdadera fuente de empleo, se tomó el fácil camino de los recargos y el burocratismo sindical. El país merece y requiere algo más.