Las repúblicas banana | El Nuevo Siglo
Martes, 23 de Abril de 2013

En el siglo XX se acuñó el término Banana República, no tanto por el cultivo del banano, llamado también plátano, guineo, maduro y de otras formas, sino para señalar algunas dictaduras del Caribe en las cuales el déspota de turno ejercía el poder, se enriquecía, lo mismo que a su familia y ordenaba modificar las leyes a capricho, cuando permitía que sobreviviera un Congreso de bolsillo, pues en ocasiones enviaba un piquete de guardias armados que lo cerrara. Entonces se dependía de la exportación de banano como principal ingreso en países mono-productores. Como esos cultivos terminaban en manos de empresas foráneas, dada la ilegitimidad de los gobiernos, la debilidad del Estado y la dependencia de las ventas externas de la fruta, en general, por extranjeros, esas grandes empresas en tiempos de un capitalismo salvaje alcanzaron un poder ligado a los tiranos de turno que les permitía hacer lo que les viniese en gana en total impunidad o tener ejércitos privados a su servicio. La democracia se marchita donde no se respeta la ley. Siendo la Constitución apenas un papel del que se burlaban los poderosos, prosperaron las repúblicas gobernadas por autócratas, en ocasiones salidos de la guardia que cuidaba a los dueños de las extensas plantaciones, como ocurrió en el caso emblemático de los Somoza.
Esos tiempos de oscuro despotismo parecían superados, pero volvieron a La Habana de manera diferente, puesto que la Revolución Cubana, arropada en el canto a la libertad y la reivindicación de los oprimidos, aseguraba que llegaba al poder para acabar con las dictaduras, restablecer la democracia, combatir el nepotismo, desarrollar el país a velocidades de vértigo con el Che Guevara, erradicar la pobreza y elevar la condición humana de los cubanos adoctrinándoles en el marxismo. Lo que se hizo es historia negativa. En realidad el atraso, la pobreza y el fracaso de la revolución han conducido a medio siglo de nepotismo familiar, que supera a las satrapías que le precedieron. En Nicaragua con los revolucionarios sucesores de Somoza, que establecen una dictadura similar a la cubana, en la que las elecciones son una farsa y se mantienen en el poder acomodando la Constitución a sus ambiciones personales, que suelen ser contrarias a las de la Nación. Y el modelo se extiende a nuestro continente, en donde son frecuentes los cambios constitucionales para favorecer al gobernante de turno, que se ocupa en abolir el equilibrio de poderes, perseguir de manera despiadada a la oposición, expropiar los medios de comunicación, acorralar a los que disienten de los dictados oficiales. El siguiente paso es el de revocar el Congreso, aprobar leyes que les favorecen y les permiten manejar el erario a su antojo, intervenir las Fuerzas Armadas y los servicios secretos, manipular la opinión pública.
Se sabe que existen unos cuantos expertos internacionales que asesoran a esos gobiernos en la tarea de modificar la Constitución, para de manera legal instrumentar el despotismo y acosar hasta aniquilar a los partidos tradicionales, lo que no es difícil puesto que la crisis y la corrupción de los mismos los lleva a la extinción en las urnas. Eso ha pasado a la luz del día en varios países, en donde se instalan regímenes unipersonales que alegan servir a los más nobles ideales y la lucha contra el imperialismo, para en la práctica asfixiar la democracia y enriquecer a la pandilla de turno que llega al poder. En cierta forma, es lo que viene pasando en algunos países de Hispanoamérica, en donde los medios de comunicación son acallados, los partidos democráticos desaparecen y se apropian de las Cortes, para dar paso a la demagogia socialista que se reduce a copar con sus parciales la burocracia estatal y atacar a los empresarios que con su esfuerzo hacen fortuna y dan trabajo, forman milicias populares pagas con dineros oficiales para amedrentar a los opositores y fortalecer las satrapías. No es mucha la diferencia si se observa a fondo el asunto con las dictaduras caribeñas del siglo XX, sino que alegan otro signo político. Es que desde los tiempos de Aristóteles hasta los actuales, pese a la evolución de la civilización, la barbarie y la mentalidad arcaica afloran en cualquier descuido.
El señor presidente Juan Manuel Santos, no se dejó atrapar en esa monserga de fomentar la burla a la Constitución y la democracia so pretexto de la paz, para alterar los mandatos electorales y avanzar de improviso al abismo de un sistema despótico, en el que todas las instancias estatales, electivas y burocráticas serían del Régimen. Santos, en escrito al senador Roy Barreras, se desmonta del proyecto y reafirma su insobornable y honda convicción democrática. Para, acto seguido, en la misma noche en el Teatro Patria, sereno y afable, conversar coloquialmente con empresarios destacados y exaltar la empresa privada, el ingenio creativo y la inteligencia competitiva de nuestros industriales innovadores.