Nueva era en Uruguay | El Nuevo Siglo
Sábado, 7 de Marzo de 2020
  • Lacalle derrotó la demagogia socialista
  • Urgente movilizar energías nacionales

El ascenso al gobierno en Uruguay de Luis Alberto Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle, revoluciona la política del país oriental, las naciones vecinas en el Cono Sur e incluso de Suramérica. Esto porque tras 14 años de gobiernos de izquierda y demagogia se creía que era muy difícil que un demócrata y centrista moderado consiguiese la victoria en las urnas por aquello de la división constante de las derechas. Incluso se traía a colación que los mandatos de izquierda populista tan sólo salen del poder por una implosión política en sus colectividades o la intervención extranjera. Sin embargo, esa previsión terminó siendo desmentida en la práctica, como pasó con Evo Morales en Bolivia meses atrás, ya que se vio forzado a renunciar e ir al exilio ante la evidencia del fraude electoral que quiso perpetrar en los comicios presidenciales.

En Uruguay una vez más los profetas de la izquierda fracasaron, ya que la demagogia populista que se había adueñado de los resortes del Estado y se repartió los fondos públicos como un botín personal fue sacada del poder por la reacción de las mayorías en las urnas. El pueblo entendió el clarísimo mensaje de Lacalle Pou sobre lo que venía haciendo el Frente Amplio, la coalición de izquierda que pretendía perpetuarse en el poder: abusar de los recursos oficiales para capturar la opinión y conseguir votos atenta contra la democracia y afecta los intereses colectivos de la Nación. Los presupuestos que se desvían luego deben ser recuperados pero por vía de más impuestos a la población o la reducción de la inversión social. Así de simple.

Lacalle Pou, veterano político, excandidato y expresidente del Senado, cifras en mano y tomando numerosos ejemplos demostró que la izquierda errática estaba llevando a los uruguayos a sufrir más necesidades. También evidenció que la demagogia no resolvía los problemas más profundos de la nación. Igual insistió en que el estatismo exagerado se opone al libre comercio y anula la competencia, sin la cual es imposible avanzar en un mundo globalizado. Para el nuevo mandatario de la nación oriental, que asumió el poder el fin de semana pasado, es claro que aumentando la competitividad en los negocios, las exportaciones y la generación de productos con valor agregado se consiguen mejores dividendos. Lo otro es apostar por el estancamiento productivo y la sobrevivencia económica permanente.

De allí que sea muy positivo el mensaje del mandatario: hay que devolver la fe en las propias capacidades de los uruguayos para hacer crecer el país y asumir la responsabilidad conjunta del cambio, frente al estancamiento socialista de la última década. Es claro que hay mucha expectativa en la opinión pública sobre sus ejecutorias en el corto y mediano plazos, sobre todo porque, aunque derrotada, la oposición izquierdista está lista para atravesársele. De ella hacen parte políticos muy hábiles y de notoria habilidad como el expresidente Pepe Mujica.

Lo cierto es que Lacalle ha sido preparado para manejar los asuntos de Estado. Tiene una larga trayectoria académica y política. Se distinguió en su partido y lanzándose como independiente. Además, durante el gobierno de su padre se mantuvo alejado del poder y no participó en intrigas política ni negocios dudosos. Esto muestra su carácter independiente y la voluntad de mantener la trasparencia toda costa.

Es claro, como lo advirtió en su posesión, que la economía ha dejado de crecer, aumentó el déficit y la deuda, en tanto en los últimos cuatro años desaparecieron 50 mil  puestos de trabajo. A ello se suma que el clima de convivencia se deteriora a causa de la inseguridad, la crisis educativa perdura y aumenta el número de personas que viven en asentamientos.

A sus 46 años es evidente que el Presidente tiene toda la voluntad y las ganas para sacar al país adelante. Pero no será una tarea fácil y necesitará concitar el apoyo de todas las fuerzas vivas de la nación, incluso de aquellas que no lo acompañaron en las urnas a finales del año pasado. Hay muchos uruguayos que ven con angustia el preocupante panorama que dejó el largo gobierno de la izquierda. Por eso resulta adecuada la primera meta que Lacalle se puso: hacer un gobierno con las cuentas en orden, con un Estado inteligente y transparente, siempre al servicio de la gente. Solo así se podrá enrutar el país hacia el desarrollo productivo, mejorar la competitividad y hacer crecer el país aprovechando su inmenso capital humano. Deberá, eso sí, dar resultados rápidos y factibles para evitar que la opinión se defraude. Buen viento y buena mar.