Realismo económico | El Nuevo Siglo
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Lunes, 18 de Noviembre de 2024

Por más optimista que se quiera ser, resulta difícil, por no decir imposible, concluir que la economía colombiana está en una ruta de despegue cuando, en promedio, entre enero y septiembre apenas si creció a un ritmo de 1,6%. Claro, si se compara con el índice cuasi recesivo del 0,6% de Producto Interno Bruto (PIB) con que cerró el año pasado, habrá quienes, sobre todo en las instancias gubernamentales, se atrevan a lanzar las campanas al vuelo señalando que hay un innegable avance en cuanto a dinamismo productivo. Sin embargo, siendo realistas, lo cierto es que el resultado es muy pobre y mantiene las alarmas prendidas.

Tampoco vienen al caso los cuadros comparativos con el rendimiento de otros países en el tercer trimestre de este año. Considerar que nuestra nación está en el camino correcto porque entre julio y septiembre creció al 2%, superando los cifras para el mismo lapso de la Eurozona, Corea del Sur, México, Suecia o Alemania, resulta un equívoco debido al tamaño y características propias de cada una de esas economías. Ninguna de ellas, por ejemplo, registra una descolgada productiva como la de nuestro país, que pasó del 10,6% del 2021, a un 7,5% en 2022 y cerrando el año pasado con el ya referenciado 0,6%. En ese orden de ideas, pronosticar que este 2024 cierre en un promedio del 1,6% o 1,7%, en modo alguno se puede catalogar de repunte sustancial o extraordinario.

De hecho, si se analiza lo ocurrido en el tercer trimestre, se encuentra que sectores intensivos en demanda de mano de obra, como lo es la industria o en generación de impuestos y divisas, en el caso del minero-energético (sobre todo del carbón), tuvieron un desempeño muy negativo.

De allí que no pocos de los analistas y voces gremiales advirtieran ayer que no solo se creció menos que en el segundo trimestre (2,1%), sino que, además, hay un desequilibrio muy alto entre los diferentes rubros de producción. Es decir, que por más que crezcan, incluso con cifras de dos dígitos, sectores como el de la agroindustria y las actividades artísticas y de entretenimiento, en otros, como la Administración Pública, ya se nota un lento desaceleramiento de las tendencias positivas que venían hasta junio.

Aunque tampoco se puede hablar de un estancamiento total, es claro que la economía creció a septiembre por debajo de las proyecciones (se pronosticaba un 2,4%) y las mismas encuestas empresariales y conceptos gremiales transmiten una inocultable sensación de temor del sector privado, sobre todo por la creciente incertidumbre derivada del efecto de las reformas en trámite (especialmente la laboral y de salud), así como por la aguda crisis fiscal del Gobierno nacional central, sumado todo ello a un clima de negocios muy precavido y un retroceso en la Inversión Extranjera Directa.

La preocupación es mayor si se tiene en cuenta que, aunque la inflación continúa su senda a la baja y podría cerrar el 2024 inferior al 5,5%, lo que ha permitido seguir disminuyendo las tasas de interés, otros sectores como la manufactura, comercio y vivienda continúan teniendo desempeños muy lentos en este último trimestre. El desempleo sigue por encima del 9%, en tanto que el consumo nada que se reactiva con fuerza. Si bien hoy parece existir más posibilidad de acceder a liquidez por cuenta de un sector financiero que está prestando más recursos a rubros clave, ello no significa que las empresas de todo tamaño crean que es momento para emprender nuevos proyectos, inversiones o incrementar la productividad.

Lo hemos reiterado en estas páginas: si el Gobierno quiere aumentar el alicaído recaudo tributario y otros ingresos a las arcas oficiales para tratar de disminuir el abultado déficit fiscal y sus graves problemas de financiamiento, tiene que empujar la economía de forma más sustancial y definitiva. El problema es que, pese al alud discursivo oficial, no ha trabajado en esa dirección de manera concreta y tangible. Por el contrario, continúa mandando señales confusas al empresariado, tanto por el efecto de las reformas como por sus anacrónicas posturas en materia de marchitamiento petrolero y gasífero que, aun así, se mantienen como principal fuente de impuestos, divisas y transferencias directas a la nación.

Visto todo lo anterior, es obvio que calificar un crecimiento trimestral del 2% como un síntoma indiscutible de recuperación económica termina siendo engañoso. Más aún porque los pronósticos de la banca multilateral y otras instancias locales señalan que en 2025 el PIB apenas si superaría el 2,5%. Es decir, que el país seguirá con datos muy pobres, con todo lo que ello implica.