“Ser buen alcalde, paga” | El Nuevo Siglo
Miércoles, 16 de Septiembre de 2015

*Incentivo para la democracia municipal

*No basta con las palmaditas en el hombro

Desde  hace un tiempo, cuando el país entró en el tema de los subsidios y las gratuidades así como de las exenciones, bien valdría estimular la elección popular de alcaldes y la democracia municipal. De este modo, las localidades que hayan demostrado determinados índices y desarrollos de las políticas públicas, igual que creatividad como pulcritud en los recursos públicos, deberían hacerse acreedoras de incentivos y reconocimientos que permitieran la exaltación municipal. Colombia vive el trance del perdón y olvido, por cuenta del proceso de paz, pero generalmente no hay la disposición ni los instrumentos para premiar a quienes hacen bien las cosas. En un momento se adoptaron las exenciones tributarias, para sacar de la crisis a la economía y fomentar la empresa privada, como se hizo a partir de 2003, pero era una necesidad en vista de la situación crítica que padecía el sistema productivo. Hoy, inclusive, el mismo presidente Juan Manuel Santos ha vuelto por ese camino a fin de estimular el turismo y generar condiciones favorables para la inversión extranjera en el área. En estos días, de hecho se anunció un paquete de medidas con el fin de que se puedan construir hoteles con capital extranjero el próximo año.

Durante el último tiempo, a su vez, y aparte de exenciones o estímulos, también se adoptó la política para mejorar las condiciones de los más desfavorecidos, incluyendo la entrega de vivienda gratuita. Esto permitió, en parte, volver a hacer de la construcción motor económico y generar condiciones positivas para el movimiento de todo cuanto significan los materiales para la infraestructura. Ello ha servido, incluso, para que la economía tuviera un rubro de crecimiento del 3 por ciento en el segundo trimestre de 2015 y se pudieran crear puestos de trabajo.

Frente a todo ello, sin embargo, falta el estímulo a las buenas políticas públicas. Y nos referimos, naturalmente, a lo que podría ser un acápite novedoso dentro de la elección popular de alcaldes.

En general, muchas veces las noticias que llegan de ciudades y municipios tienen que ver, ciertamente, con los desfalcos, fraudes y los feudos podridos que han logrado establecerse en torno de las elecciones. En  ciertas ocasiones, como está demostrado, los municipios son tomados, no solo como coto de caza de los factores preponderantes del poder municipal, sino igualmente bajo la más aleve corrupción. Ello ha ayudado, por supuesto, a desdibujar la idea de la elección popular de alcaldes que se suponía, precisamente, un castigo a los malos gobiernos y un premio para los buenos. Muchas veces, por lo demás, no se trata necesariamente de corrupción, pero sí de factores de negligencia o de falta de experticia en la aplicación de las políticas públicas. Pero del otro lado están muchos que han hecho bien las cosas, sin que por ello sean debidamente reconocidos o el municipio reciba alguna consideración nacional por el eficaz ejercicio de las funciones estatales. Se diría, por el contrario, que es suficiente con el deber cumplido y que el Estado no podría entrar a favorecer a unos sobre otros. Pero no necesariamente es de esta manera. De suyo, si el Estado puede entregar becas a los mejores estudiantes, igual podría hacer con el buen desempeño administrativo.

En semanas recientes un informe de la Contraloría General de la República dejó en claro que una porción importante de las regalías para los municipios no había tenido el trámite correspondiente. Otras poblaciones, en cambio, fueron diligentes en la elaboración y presentación de proyectos.

No basta, justamente, que unos muy pocos alcaldes municipales sean premiados como personas, por alguna fundación o entidad privada. El buen gobierno podría ser premiado y estimulado por parte del Ejecutivo, a su máximo nivel, con el fin de llevar presupuesto adicional a los municipios que han sabido tramitarlos bien. Ello podría hacerse, no solo bajo los índices de ejecución presupuestal, sino efectivamente como aliciente para lugares donde nuevos excedentes seguramente servirían para obras necesarias.

Tal podría ser un incentivo descomunal para una mayor veeduría ciudadana en las municipalidades, pero en la misma proporción para que los alcaldes y sus funcionarios aspiren a la mayor excelencia en las localidades. De tal modo, que una parte adecuada de las regalías se dedicara a esos incentivos y la consigna pudiera reducirse a “ser buen alcalde paga para el municipio”.