Si algo han demostrado tanto la COP16 sobre biodiversidad, que se realizó en Cali desde la tercera semana de octubre, como la posterior COP29 sobre cambio climático, que terminó días atrás en Azerbaiyán, es que la posibilidad de lograr acuerdos concretos sobre combate a los factores que depredan el entorno natural y afectan la calidad de vida humana es muy complicada.
Como se sabe, tanto la conferencia de partes realizada en la capital vallecaucana como la de medidas para repeler el calentamiento global en Bakú, terminaron sin acuerdos de alto espectro o con convenios que, frente a las expectativas iniciales de inversión y compromisos puntuales de los gobiernos de todas las latitudes, fueron considerados cortos o insuficientes.
Pero no se trata de hechos aislados. Y prueba de ello es lo que acaba de ocurrir en Busan, en Corea del Sur, en donde las negociaciones para conseguir un tratado mundial de alto calado para frenar la contaminación por plástico terminaron ayer sin un acuerdo.
Según trascendió, una serie de cortocircuitos entre los delegados de múltiples gobiernos impidieron consensuar el contenido del tratado, la capacidad vinculante de los compromisos de los países y cuáles deberán dar un mayor aporte de recursos y aquellos que más los recibirán.
No es un problema menor, sobre todo porque tras dos años de tratativas se tenía gran expectativa de un acuerdo de los más de 170 países que se dieron cita en Busan para el quinto y, se suponía, último encuentro del Comité Intergubernamental de Negociación para elaborar un instrumento internacional jurídicamente vinculante sobre la contaminación por plásticos, incluso en el medio marino (INC-5).
Si bien es cierto que desde el comienzo de la cumbre se sabía que se presentaría un intenso pulso con algunos de los países líderes en producción de petróleo, había esperanza de que a última hora se diera un acuerdo con los gobiernos de naciones pobres o con altos niveles de necesidades básicas insatisfechas.
Por lo pronto, urge insistir a la comunidad internacional en torno a la necesidad de morigerar la producción y consumo de plástico, sobre todo por su alto grado de capacidad contaminante, ya que este material tarda varias décadas en biodegradarse.
Es claro, como lo hemos reiterado en estas páginas, que este pacto resulta urgente para neutralizar este flagelo, pero a la hora de aterrizar esas metas viene un pulso de intereses creados o particulares que está llevando al planeta a un conflicto permanente.