EN São Teotónio, una pequeña localidad del suroeste de Portugal, los invernaderos sobreviven gracias a los migrantes del sur de Asia. En las calles, los restaurantes nepaleses e indios superan ahora a los establecimientos locales.
Mesch Khatri, un nepalés de 36 años, recolecta frutos rojos, la principal actividad económica de la región. Su mujer, Ritu, de 28 años, regenta un café. Su hijo mayor, de 7, habla portugués y un poco de inglés, pero nada del idioma de sus padres.
El padre de familia llegó a Europa a través de Bélgica, pero prefirió instalarse en Portugal. "Obtener la residencia ahí es muy difícil. Por eso me vine aquí. Es más fácil obtener papeles", explica.
Khatri llegó a Portugal en diciembre de 2012, obtuvo la residencia en 2018 y la nacionalidad en 2020.
São Teotónio, con 9.000 habitantes, es uno de los submunicipios de Odemira, que ha visto aumentar su población un 13% en diez años.
La región sufrió un importante éxodo rural y se vio golpeada por décadas de declive demográfico. La llegada de mano de obra migrante ha revertido esta tendencia.
Con una de las políticas migratorias más abiertas de Europa, la población extranjera de Portugal se ha duplicado en cinco años, en parte por la llegada de personas del sur de Asia que han venido a trabajar en la agricultura, la pesca y la restauración.
El gobierno socialista, en el poder desde finales de 2015, ha favorecido esta tendencia. Pero las elecciones de este domingo, en las que la derecha es favorita, podrían modificar la situación.
"Portugal los necesita"
En 2018 había algo menos de 500.000 extranjeros en el país. La cifra alcanzó el millón el año pasado, equivalente a un 10% de la población, según datos provisionales facilitados a la AFP por la gubernamental Agencia para la Integración, la Migración y el Asilo (AIMA).
Aunque los brasileños siguen siendo, con diferencia, los migrantes más numerosos (unos 400.000), los indios (58.000) y los nepaleses (40.000) ya superan en número a los residentes de antiguas colonias africanas como Cabo Verde y Angola.
Los bangladesíes y los pakistaníes, sin vínculos históricos con Portugal, también se han colado entre los 10 primeros países de origen.
"La principal razón por la que el número de migrantes ha aumentado estos últimos años en Portugal es que [el país] los necesita", resume el presidente de la AIMA, Luis Goes Pinheiro.
Portugal, recuerda, es el país con la mayor tasa de envejecimiento de Europa después de Italia.
En una región alejada del noroeste del país, lejos del "mar de plástico" formado por los invernaderos de São Teotónio, Luis Carlos Vila depende también de mano de obra extranjera para recoger sus manzanas. "No hay opción, la población ya es mayor y no hay trabajadores agrícolas", explica.
En sus huertos de Carrazeda de Ansiaes, seis indios talan árboles. "Me gusta Portugal. El dinero es bueno, el trabajo es bueno, el futuro es bueno. En India no hay futuro", asegura uno de ellos, Happy Singh, en inglés.
Incluso entre los pescadores de Caxinas, en el norte, una comunidad que encarna el tradicional vínculo portugués con el mar, la mitad de las tripulaciones son ahora indonesias.
Al timón de su arrastrero de 20 metros, José Luis Gomes, pescador como su padre y su abuelo, ha asumido que los portugueses ya no desean trabajar en este difícil sector.
Contratado a través de asociaciones de armadores, Saeful Ardani, indonesio de 28 años, lleva trabajando seis años a bordo del "Fugitivo".
"Los pescadores indonesios que trabajan aquí no tienen ningún problema", apunta. "Nuestras familias están tranquilas porque no estamos en situación ilegal", añade.
Portugal, que en el siglo XX era un país de emigración, atrae ahora a inmigrantes.
Jorge Malheiros, especialista en migraciones de la Universidad de Lisboa, explica que es "uno de los países más generosos" en términos de política migratoria en Europa.
Desde 2007, la ley portuguesa permite a todos los que declaran ingresos obtener papeles, por lo que los migrantes ya no deben esperar procesos extraordinarios de regularización.
En 2018, el gobierno socialista concedió el derecho a la regularización incluso a quienes no habían entrado legalmente en el país.
Otra enmienda en 2022 introdujo una visa temporal de seis meses para los extranjeros que buscan trabajo.
"Más racismo"
"Las leyes portuguesas no son perfectas, pero son mejores que las de muchos países con políticas retrógradas", afirma Timoteo Macedo, responsable de la asociación Solidaridad Inmigrante.
Esta legislación contribuye a evitar los dramas de la migración clandestina o el temor a la expulsión como en otras zonas de Europa, pero no impide que "haya quien hace mucho dinero a costa de la miseria humana", advierte.
Las autoridades portuguesas ya han desmantelado varias redes de trata de seres humanos en la región de Alentejo, en el sur, que destaparon las condiciones de alojamiento indignas reservadas a algunos trabajadores agrícolas.
En la barra de su café en São Teotónio, Mesch Khatri reconoce que el flujo de migrantes les genera nuevos desafíos.
"Antes era más fácil ganarnos la vida, ahora hay más racismo entre los portugueses. No les gusta que vivan diez o quince personas en una casa o cuando no hablen portugués", explica su mujer, Ritu.
Voluntaria en una tienda social situada junto a un centro de apoyo escolar que acoge una veintena de niños, uno solo de ellos con apellido portugués, Julia Duarte observa a un grupo de preadolescentes que aprenden a ir en monopatín.
Oriunda de Alentejo, esta portuguesa de 78 años vivió mucho tiempo en Lisboa antes de instalarse en São Teotónio. "Pensaba que iba a disfrutar mi jubilación en paz, luego llegó la avalancha de trabajadores migrantes... Era mucha gente y mucho jaleo, todos buscando alojamiento, trabajo... Luego me di cuenta de que era gente tranquila", asegura.
"Reagrupamiento familiar"
Dedicada a la ayuda de migrantes, la oenegé Taipa se centra en los últimos años en promover su integración en la región.
"Hace diez o quince años, no estábamos preparados para esto", confía su responsable, Teresa Barradas. "Es un desafío muy importante para una comunidad más cerrada, que no está acostumbrada a diferencias culturales tan grandes", explica.
Y más allá de esto, "el principal problema" para la acogida de migrantes sigue siendo la falta de alojamiento, "sobre todo para las familias".
Según la ley portuguesa, las familias tienen derecho al reagrupamiento y "esto desempeña un papel muy importante para desmontar los prejuicios, porque vemos que nuestros vecinos son una familia completa, cuyos niños van a la escuela con los nuestros", destaca.
El presidente de la agencia de acogida de migrantes, Luis Goes Pinheiro, coincide en que el reagrupamiento familiar "es extraordinariamente importante para garantizar una integración plena y el arraigo de los migrantes, en particular en regiones donde la densidad de la población es muy baja".
La AIMA, creada el año pasado tras la disolución de la policía fronteriza, heredó unos 350.000 casos de solicitudes de regularización por tratar.
En la capital, Lisboa, cada vez se ven más repartidores en bicicleta o conductores de VTC procedentes del sur de Asia.
El viernes, antes del rezo, cientos de musulmanes deben ahora hacer fila para entrar en una de las dos mezquitas situadas en las callejuelas de la Mouraria, el barrio musulmán en tiempos medievales.
"Calle Bangladés"
Eje central de esta parte antigua de Lisboa, la Rua do Benformoso ha recibido el apodo de "calle Bangladés" por la cantidad de comercios y restaurantes de ese país, cuenta Yasir Anwar, un pakistaní de 43 años establecido en Portugal desde 2010.
Llegó sin visado tras unos breves pasos por Dinamarca y Noruega y estuvo amenazado de expulsión antes de obtener los papeles gracias a unos cambios legislativos de 2018. Anwar está contratado ahora por un restaurador que le ha enseñado la gastronomía y la lengua portuguesa.
También espera obtener pronto la nacionalidad portuguesa –lo que normalmente es posible después de cinco años de residencia legal– y poder traer a su mujer y sus dos hijos a Europa.
Cuando llegué no había nada para nosotros", explica este militante de Solidaridad Inmigrante. Desde entonces, "Portugal se ha convertido en un buen país para los migrantes y los acoge con los brazos abiertos".
Los sondeos de opinión confirman que la reacción de la población portuguesa hacia el fenómeno migratorio sigue siendo "positiva" y que no lo identifica como "uno de los principales problemas" de la sociedad, a diferencia de lo que ocurre en otros países de Europa.