Los 90 minutos de conversación llevada a cabo anteayer entre Donald Trump y Vladimir Putin permiten guardar cierta esperanza de que la invasión rusa a Ucrania puede terminar más pronto que tarde. Todavía con más veras si ya hace unos días el presidente de ese país, Volodomir Zelensky, se mostró positivo con las posibilidades de que el primer mandatario estadounidense resulte eficaz en sus labores de paz en esa zona de Eurasia. Por su parte, tratativas ventiladas en la campaña que como se sabe llevó a Trump a la presidencia y por la cuales, entre otras, votaron masivamente en su país.
No se sabe cuáles fueron los términos exactos y de qué hablaron, punto por punto, los dos máximos líderes de Estados Unidos y Rusia. Pero en todo caso la información, al final del diálogo telefónico, de que se reunirán personalmente en las próximas semanas en Arabia Saudita, para tratar de aproximar una agenda y una negociación, ya es un aliciente en procura de poner fin a la confrontación bélica en esa región. A la larga un conflicto de talla mundial que, durante la gestión de Joe Biden, sumió al orbe en una aguda ola inflacionaria a raíz del desabastecimiento de abonos y fertilizantes y que, asimismo, ha tenido gran impacto energético en Europa.
Efectivamente, luego de la desastrosa salida de las tropas norteamericanas de Afganistán durante Biden, Rusia aprovechó la fragilidad y la sensación de desorden militar que pudo constatarse en las pantallas del mundo entero. A partir de ahí y apenas recuperándose el planeta de la pandemia del coronavirus, Putin le midió el aceite a la Casa Blanca y cuando vio la oportunidad invadió el territorio ucraniano. Hace exactamente tres años de esto y pese a las ambivalentes advertencias de Biden, que no fueron óbice para parar la invasión. Al fin y al cabo, fue la continuación de las maniobras que le habían permitido a Putin anexarse a Crimea, en 2014, en la época de la presidencia de Barack Obama, que entre otras cosas muy poco reaccionó en la materia. Visto esto era factible que, posteriormente, el autoritario presidente ruso continuara su propósito expansionista.
Hoy, como lo han dejado entrever los altos funcionarios de Trump, no es realista tratar de volver a las fronteras de antes de 2014. De hecho, la Rusia de Putin siempre ha considerado que Ucrania es una abstracción ficticia propia de las épocas leninistas y estalinistas que se inventaron ese territorio como entidad geográfica para incorporarla a otra ficción: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Y en ese sentido consideran que buena parte de ese componente es territorio ruso.
Zelensky, por su lado, parecería estar dispuesto a dejar la frontera con Rusia en los límites actuales, después de la invasión. Con lo cual Ucrania perdería más del 20% del territorio. A cambio el presidente ucraniano espera ingresar a la OTAN, supuesta garantía para que no lo vuelvan a atacar. No obstante, esa posibilidad se ve cada vez más lejana. En ese caso, tendría Estados Unidos que garantizar que una nueva agresión a Kiev no será tolerada y, por el contrario, será respondida con toda la contundencia militar posible.
Obviamente, la negociación no será nada fácil y habrá muchos obstáculos. Ayer el propio Zelensky advirtió algunas condiciones y es seguro que Putin hará lo propio. De entrada, por ejemplo, está el reto de reconstruir la infraestructura física, institucional y económica ucraniana, destruida en gran parte en estos tres años de guerra. Se necesitarán varias decenas de miles de dólares para ese propósito. Por igual, es necesario un plan eficaz para garantizar el retorno de no menos de seis millones de nacionales hoy refugiados en la región euroasiática.
De igual manera, habrá que llegar a un acuerdo en torno al arsenal estratégico entregado por Estados Unidos y la Unión Europea al gobierno Zelensky, sobre todo en el último año. Arsenal que va desde aviones de combate hasta misiles de última generación. Este es un elemento vital para garantizar estabilidad geopolítica de mediano y largo plazos.
Ayer no pocos analistas también traían a colación que un acuerdo de paz deberá pasar obligatoriamente por tratativas que vayan más allá de lo militar y del resarcimiento de los daños humanos, físicos y socioeconómicos derivados del conflicto. Tendrán que abarcar pactos en torno al gas ruso y su paso por territorio ucraniano o el acceso a los puertos sobre el mar Negro, que viabilizan el comercio de alimentos y agroinsumos.
Es innegable que el factor Trump es la clave determinante para abrir camino a una posible negociación, cuyo horizonte había estado cerrado en los últimos dos años. Por el contrario, las acciones militares escalaron al punto de que Moscú amenazó con activar su arsenal estratégico nuclear y Ucrania alcanzó no solo a recuperar algunas posiciones invadidas, sino que avanzó sobre territorio ruso.
Por ahora lo que se abrió es una luz de esperanza y hay que apostar a que crezca y cese la guerra. En todo caso, una paz que no suene a rendición, porque eso puede ser peor y más costoso después.