MÁS DE 200 personas murieron a causa del huracán Helene, desde Florida, en el sur, hasta las montañas de Carolina del Norte, sobre todo en los alrededores de Asheville, la ciudad vecina sobre la que Joe Biden voló en los últimos días. En este condado fallecieron 25 personas.
El presidente estadounidense envió un millar de soldados adicionales para ayudar en la reconstrucción, tras las críticas del candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, por un supuesto retraso en la ayuda federal.
Cuando el huracán Helene azotó las montañas, hace casi una semana, el agua subió “hasta ahí, hasta el buzón”, señala Shelby Holzhauser desde la puerta de su casita blanca, situada junto al río que arrasó todo a su paso.
Durante días, esta mujer caminó hasta el otro lado del puente, sorteando escombros y cargando una mochila para ir a buscar agua y comida. “No hay agua ni electricidad”, dijo este jueves, con su hijo Carter, de 4 años, aferrado a sus piernas.
Frente a ella, en este puente de la localidad de Swannanoa y en el resto de las montañas de Carolina del Norte (sureste), decenas de trabajadores reparan las carreteras rotas, las tuberías reventadas y las líneas eléctricas arrancadas por el huracán, que ha dejado un rastro de muerte y devastación a su paso.
“Estamos en altura, pensábamos estar a salvo, pero (el agua) se acercó tanto que cogí a mi hijo y salimos de casa. Tenía miedo de que nos quedáramos atrapados”, cuenta esta maestra de guardería de 23 años.
Casi una semana después de las inundaciones, las autoridades han retirado los coches destrozados y todo tipo de escombros de las carreteras principales, pero el regreso a la normalidad parece lejano.
Para tirar de la cadena, Shelby tiene que ir a llenar un gran cubo en el río. Mientras habla, su marido enchufa el generador que le ha dejado su jefe, lo que les permite cocinar.
Cerca de ahí, unos hombres atienden un puesto con productos de primera necesidad bajo el techo de una gasolinera averiada.
De costumbre “trabajar, trabajar, trabajar, eso es todo lo que se puede hacer para sobrevivir, trabajar para ganar dinero y pagar las facturas”, dice esta mujer que siempre ha vivido en esta región del sur de los Apalaches. “Pero desde la catástrofe, me he acercado más a mis vecinos. Han venido a vernos, a asegurarse de que tenemos lo que necesitamos”.
En el aparcamiento de un restaurante de comida rápida cerrado, los veterinarios ofrecen atención de urgencia gratuita a las mascotas. Audrey Pace ha venido de una clínica para echar una mano. “En estos momentos es muy difícil”, dice. En toda esta destrucción, “las mascotas son un apoyo incondicional para las personas”, añade.