Junto a las economías de Estados Unidos y Europa, el desenvolvimiento del mercado chino es -fuera de toda duda- una de las más importantes locomotoras de la economía mundial.
La economía china adquiere en la actualidad un mayor impacto estratégico, considerando los nuevos mecanismos de esta cuarta ola de globalización -incluyendo inteligencia artificial (IA)-, mayor flexibilidad en los flujos financieros, tendencia a integración de mercados y comercio intra-industrial.
Dependiendo de cómo se mide -dólares constantes, corrientes, o poder paritario de compra- la economía china ha superado ya a la economía estadounidense (mensaje que en su momento habría dado el Fondo Monetario Internacional (FMI) el martes 7 de octubre de 2014) o bien ocupa el segundo lugar en el escalafón de los países con mayor producto interno bruto (PIB) en todo el orbe.
El gigante asiático, además, tiene aún el gran potencial de mercado interno al considerar sus casi 1,450 millones de habitantes. Esta perspectiva juega a favor de la potencia oriental en función de atraer capitales de inversión, fortalecer los subsistemas de la economía real y los mercados de valores. Véase que estas ventajas -hasta cierto punto, dados aspectos comparables en mayor o menor grado- también las tienen en Latinoamérica, en particular Brasil y México, ya que por el tamaño de sus mercados captan mucho de la inversión extranjera directa y con ello fortalecen la formación de capital fijo en sus respectivos países.
Uno de los aspectos que en general más se reconoce, es que durante los pasados 40 o 43 años, China viene creciendo con cifras que en varias épocas han promediado, desde entonces, un 10% de aumento anual de su PIB. De conformidad con la “regla del 70”, la economía de la potencia asiática se estaría duplicando aproximadamente cada siete años. Un nivel impresionante.
El desempeño económico que desembocó en esos niveles de crecimiento surgió en especial luego de las políticas de economía nacional-china, de quien fuera su máximo líder Deng Xiaoping (1904-1997). Ejerció como líder supremo desde diciembre de 1978 hasta noviembre de 1989. Llegó a ser tal su liderazgo y su influencia, que se le reconoce como el “Arquitecto de la China Moderna”.
Entre los cambios estratégicos más notables llevados a cabo por Xiaoping se tiene: (i) hacer prevalecer la competitividad del mercado chino; (ii) promover la productividad nacional mediante inversión extranjera directa; (iii) implementación de un modelo pragmático de inversiones con fines de crecimiento y de creación de empleos productivos -se le reconoce su reiteración: “no importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”- (iv) inserción de la economía china, de manera estratégicamente favorable, en los circuitos de los mercados regionales e internacionales.
Estas medidas fundamentales permitieron a China operar bajo un régimen de centralización política a la vez que fomentaba la inclusión económica apoyándose en mecanismos de mercado.
Un resultado sobresaliente ha sido superar las condiciones y limitantes del modelo EEP -economías de escasez permanente-. Un modelo que por lo general se hace evidente, en la actualidad, en Venezuela, Cuba, Corea del Norte y hasta cierto punto en Nicaragua, Haití, Guyana.
Ahora China es el mayor exportador mundial, superando a Alemania y a Estados Unidos. Su capacidad importadora también es clave para muchos países que son proveedores. Un rasgo que le es propio a varias naciones latinoamericanas.
En este sentido una especificación importante. América Latina, con su portafolio exportador, por lo general caracterizado por bienes de poco valor agregado, muy asociado “commodities” o materias primas, está teniendo en China un gran mercado. Es la nación asiática quien le está imprimiendo el valor agregado, alejándose relativamente de lo perecedero de productos y de los problemas de clima que afectan la producción agrícola.
La economía china, en medio de todo -en particular ahora con la “inclusión” de Hong Kong- se ha convertido en un mercado indispensable de considerar respecto a los flujos de inversión financiera global. Es la potencia a contar en varios ámbitos de coordinación económica y política mundial: G-20, grupo de BRICS y Países de la Cuenca del Pacífico.
Por supuesto, no todo es leche y hojuelas en miel para el sistema económico y socio-político chino. Existen desafíos para lo sostenible y sustentable del desempeño productivo y de inclusión social. Allí están, por ejemplo, los factores asociados al medio ambiente, la contaminación; pero también la acumulación de deuda, la apertura y mantenimiento de mercados internacionales, los requerimientos de innovación y competitividad.
Una de las estrategias actuales de acción nacional en China, consiste en reforzar más el modelo de crecimiento que se encuentra en la transición, ya bastante avanzada, entre depender más de la demanda interna y del desarrollo del mercado doméstico, que del peso del sector externo de la producción.
Entre los temas de mayor prioridad actual para la potencia asiática se encuentra la apuesta por una mejora sustancial en la preparación del capital humano, del talento humano. Asociado a ello, también se ubica la política de “prosperidad común” o “valor compartido”, la que consiste en promover y fortalecer el desarrollo nacional contando con una competitiva red de educación, salud, servicios, bienes públicos y seguridad social.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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