El déficit comercial de Estados Unidos no le teme a Trump | El Nuevo Siglo
Si Trump eleva los aranceles a los niveles que considera necesarios para frenar las importaciones chinas y europeas, los mercados de divisas presionarán al dólar mucho más alto./Archivo AFP
Viernes, 13 de Diciembre de 2024
Yanis Varoufakis*

ATENAS – Donald Trump es tan sincero como es capaz de serlo en su determinación de eliminar el déficit comercial de Estados Unidos. Pero el déficit comercial estadounidense está aún más decidido a seguir siendo enorme, y es probable que haga caso omiso de todo lo que el 47º presidente de Estados Unidos le eche en cara. Dado que está firmemente arraigado en la estructura de los Estados Unidos post-Bretton Woods, el déficit está más allá de los medios -y de los fines- de la administración entrante.

Empecemos por los medios. Trump tiene dos instrumentos de peso a su disposición en su batalla contra la balanza comercial: los aranceles estándar a las importaciones y la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial de 1962, por la que el gobierno norteamericano puede apelar a la seguridad nacional para justificar medidas de represalia contra países o bloques proteccionistas. (La UE, por ejemplo, impone un arancel especial plano del 10% a todas las importaciones de automóviles, además de otras restricciones administrativas, mientras que mantiene un gigantesco superávit en el comercio de automóviles entre Estados Unidos y la UE).

Pero ni los aranceles ni las acciones de la Sección 232 pueden reducir de forma fiable el déficit comercial de Estados Unidos. Para entender por qué, supongamos que Trump, que dice que impondrá aranceles del 25% a Canadá, China y México en su primer día en el cargo, efectivamente utiliza con entusiasmo los aranceles y otras medidas punitivas de restricción de las importaciones. Sin duda, las importaciones se reducirán. Pero también lo harán las exportaciones estadounidenses, especialmente cuando sus aranceles y cuotas se combinen con los grandes recortes fiscales prometidos a Elon Musk y a su banda alegre de oligarcas de las grandes tecnológicas.

Aranceles vs. Presiones al dólar

El impacto adverso de los aranceles en las exportaciones norteamericanas refleja el papel internacional del dólar -la única moneda que los no norteamericanos quieren tener, aunque no deseen comprarle nada a una empresa estadounidense-.

Si Trump eleva los aranceles a los niveles que considera necesarios para frenar las importaciones chinas y europeas y reforzar los ingresos de su gobierno (lo que le permitiría reducir los impuestos nacionales), los mercados de divisas están obligados a presionar al dólar mucho más alto y, de hecho, mucho, mucho más alto si también se introducen recortes de los impuestos nacionales.

De manera que, aunque los aranceles de Trump tiendan a reducir las importaciones, el valor creciente del dólar contrarrestará esta tendencia impulsando las importaciones y reduciendo las exportaciones estadounidenses. El déficit comercial de Estados Unidos se mantendrá más o menos intacto.

Esto nos lleva a los fines de la futura administración norteamericana Solo como hipótesis, consideremos el improbable escenario en el que sus métodos logren eliminar, o al menos reducir sustancialmente, el déficit comercial de Estados Unidos. En ese caso, se encontraría ante un Waterloo personal y político. Mientras que los votantes de la clase trabajadora le han dado su reciente victoria, la gente que Trump considera “suya” son los financistas y los desarrolladores inmobiliarios. Mantenerlos contentos es su vocación. Y ahí está el problema: eliminar el déficit comercial de Estados Unidos destruiría sus fortunas.

Antecedentes

Un breve recorrido por la memoria muestra por qué. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos mantuvo un superávit comercial dolarizando a Europa y a Japón (lo que permitió a sus aliados comprar exportaciones estadounidenses). La dolarización de Europa y Japón se llevó a cabo mediante ayudas (como el Plan Marshall), préstamos y, sobre todo, tipos de cambio fijos -en el marco del sistema de Bretton Woods- entre el dólar, las monedas europeas, el yen y el oro.

Este sistema funcionó fabulosamente mientras Estados Unidos tuvo superávit comercial. Pero con cada avión, electrodoméstico y computadora IBM que Europa y Japón compraban a Estados Unidos, se repatriaban los dólares que Estados Unidos había enviado al exterior -con lo que se cerraba el ciclo de reciclaje del superávit estadounidense, haciéndolo sostenible-.

Sin embargo, en 1971, la balanza comercial de Estados Unidos había pasado a ser negativa. Como importador neto, la economía estadounidense exportaba cada vez más dólares a Europa y Japón. Al mismo tiempo, gran parte del enorme gasto del Pentágono en la guerra de Vietnam filtró ríos de dólares al Sudeste Asiático, Japón e incluso Europa. En resumen, un torrente de dólares se acumulaba en las bóvedas acorazadas de los bancos centrales en el extranjero.

El sistema de Bretton Woods se basaba en el compromiso de Estados Unidos de entregar una onza de oro de su propiedad a cualquiera que estuviera dispuesto a pagar 35 dólares por ella. Ante la avalancha de dólares en manos de no norteamericanos, empezaron a crecer las dudas sobre si Estados Unidos cumpliría con este compromiso. Como si se tratara de una profecía autocumplida, el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon incumplió con la promesa y, de hecho, hizo saltar por los aires el sistema de tipos de cambio fijos de la posguerra, provocando una fuerte caída del dólar y una fuerte alza de las monedas alemana y japonesa.

Pronto, los bancos centrales de Europa y Japón se vieron en aprietos. Incapaces de canjear sus dólares acumulados por oro estadounidense, también se mostraban reacios a cambiarlos por marcos alemanes o yenes, no fuera a ser que su tipo de cambio subiera aún más y asestara golpes adicionales a los exportadores alemanes y japoneses.

De esta manera, utilizaron sus dólares guardados como sustituto de las reservas de oro y los canalizaron hacia Wall Street a través de intermediarios financieros para comprar deuda, bienes inmuebles y cualquier título de renta variable que las autoridades estadounidenses permitieran comprar a los extranjeros.

Y así es como llegamos a la deliciosa cuasi paradoja que es la naturaleza de la hegemonía global de Estados Unidos en la actualidad. El déficit comercial de Estados Unidos proporciona a los capitalistas europeos y asiáticos una demanda de sus exportaciones netas a Estados Unidos y sustenta los ingresos de capital que financian al gobierno estadounidense y favorecen a los financistas y desarrolladores estadounidenses -los amigos de Trump-.

Si los esfuerzos de Trump por eliminar el déficit comercial de Estados Unidos son un éxito, los precios de la vivienda en Miami y en la Quinta Avenida de Nueva York se derrumbarán, el costo de pagar la deuda del gobierno se disparará y el Down Jones caerá en picada. Quizás haya que recordarle a Trump que la más vengativa de las deidades es la que le concede su más sincero deseo.

*Exministro de Finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de Economía en la Universidad de Atenas.

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