En este año, ser presidente se volvió algo impopular | El Nuevo Siglo
EL MUNDO desarrollado transita en medio de un clima de insatisfacción y descontento con sus líderes políticos, ya que prometen reformas y no las cumplen. /Foto tomada de Danielcolombo.com
Viernes, 13 de Diciembre de 2024
Pablo Uribe Ruan*

Al cierre de este 2024, las encuestas muestran, de lugar a lugar, una generalizada insatisfacción de los ciudadanos con los presidentes de países industrializados o desarrollados.

Joe Biden, a punto de salir de la Casa Blanca, se despide con un índice de aprobación del 37%, mientras que sus pares europeos reportan cifras más bajas. Emmanuel Macron solo alcanza el 19% y Olaf Sholz, el canciller alemán, está en 18%. Un poco arriba de estos números, aparece Justin Trudeau o Pedro Sánchez.

Los escenarios que avizoraba un 2024 catastrófico con elecciones fraudulentas y una intensificación de la violencia política, fueron, como se ha visto, excesivos, finalizando el año en que se celebraron más elecciones presidenciales en la historia. La mayoría de los comicios, a excepción de países con modelos autoritarios, como Venezuela, se dieron en un marco de legalidad y garantías, despejando todas las dudas planteadas.

Ha quedado claro, en cambio, que el mundo desarrollado transita en medio de un clima de insatisfacción y descontento con sus líderes políticos. Esto no es nuevo, ya sabemos que ha sido la base de la emergencia del populismo, en su faceta posmoderna. Pero este año se ha podido constatar que ningún dirigente en un país industrializado tiene, aparte del de Suiza, Alain Berset, una valoración positiva, según la encuesta sobre los 25 presidentes de los países más ricos del mundo, que realiza Morning Consult, una encuestadora de Estados Unidos.

Tantos problemas

Los ciudadanos están ansiosos. No es para menos. La pandemia, la guerra en Ucrania, la elevada inflación, el estancamiento de los salarios y el aumento de lo inmigración, han coincido en un mismo momento, obligando a los gobiernos a elevar el gasto público en medio de unas tasas de crecimiento regulares que no permiten realizar las reformas en pensiones y seguridad social, además de otras.

Francia es un buen ejemplo de ello. La segunda economía de Europa pasa por un momento crítico a nivel político. En un hecho inédito que no ocurría desde 1962, el primer ministro de Emmanuel Macron se cayó la semana pasada, luego de que el Congreso no aprobara su plan de recorte presupuestal.

Unos meses antes, se habían celebrado elecciones presidenciales adelantadas, que Macron perdió, pero pudo mantenerse en el poder a partir de una débil coalición con la Francia Insumisa y otros partidos de izquierda, que hoy, en su mayoría, ya están en la oposición. Macron gobierna en minoría con 19% de favorabilidad.

Poco margen de acción tiene Macron. Como él, el canciller alemán también atraviesa una crítica situación derivada de los desacuerdos económicos, una vez más. Impulsado por su gabinete, Sholz ha intentado reformar el sistema de seguridad social, sin ningún resultado.

Problemas económicos

Uno de los factores que explica la impopularidad de los presidentes son los críticos factores económicos. La ralentización del crecimiento económico, la combinación de alta inflación, el gasto público elevado y el poco aumento de los salarios, está golpeando los bolsillos de los ciudadanos de las economías desarrolladas, que buscan, siguiendo el patrón de países con menos capacidad económica, respuestas en proyectos populistas que proponen cambios extremos.

En casi la mitad de los 35 países desarrollados del mundo, los salarios por hora, ajustados a la inflación, están por debajo de su nivel de 2019, según la OCDE. No alcanzan para cubrir el costo de vida de muchos ciudadanos que ven, por ejemplo, como escalan los precios de los arriendos, que ya acaparan más del 50% de sus ingresos.

El bajo crecimiento de los salarios golpea, como no, a la clase media, definitiva para la elección de cualquier presidente. Si en los años 1960 y 1970 la renta media per cápita en los países desarrollados era del 3%, hoy se ubica en el 1,5%, y en Europa y Japón en 1% o menos. De hecho, la economía japonesa es la que más ha sufrido el descenso de la renta per cápita, lo que explica, en parte, que Fumio Kishida tenga un 21% de índice de popularidad.

“Las encuestas muestran que los votantes de las economías avanzadas están perdiendo la fe en que el sistema capitalista moderno pueda generar oportunidades para todos, y se inclinan cada vez más a creer que la gente solo puede enriquecerse a costa de los demás”, escribe en el Financial Times el analista Ruchir Sharma.

Al mismo tiempo en que los ciudadanos experimentan peores condiciones económicas, las sociedades en que conviven están envejeciendo, generando mayores costos en salud, pensiones y otros gastos que, como se ha visto, exigen un mayor cupo de endeudamiento por parte de los gobiernos centrales a cambio de elevar el gasto público.

No por nada es que la deuda pública bruta de los países ricos del G-7 estaba en 124% del PIB, en 2023. Fuera de la mayor economía del mundo, Estados Unidos, el cupo de endeudamiento en Europa y algunos países asiáticos cada vez es más restringido, salvo que se quiera correr el riesgo de aumentar las preocupaciones de los inversores sobre un posible impago de la deuda.

Todo ello lleva a que los presidentes tengan mucho menos margen de acción. Sin la suficiente caja a la que estaban acostumbrados, muchos líderes del mundo tienen que subir impuestos, recortar el gasto público e impulsar la productividad, en momentos en que los ciudadanos exigen una mejora en las condiciones del estado de Bienestar.

Nueva política

Desde 1890, en Estados Unidos el partido en el poder no perdía tres elecciones seguidas (demócrata 2016, republicano 2020, y demócrata 2024). Como muestra esto, los ciudadanos ahora castigan con más intensidad a los gobiernos de turno, sea cual sea su partido.

La política está cambiando. Los cambios demográficos, las redes sociales y la desilusión acelerada, ha hecho que los partidos de base, los tradicionales, que por mucho tiempo sirvieron de puentes para transmitir ideas y proyectos, estén perdiendo capacidad de control, y se abra un escenario de fragmentación política repleto de coaliciones inestables.

Como se ha visto en Francia, pero también en países más pequeños como Austria o Croacia, cada vez es más difícil aprobar reformas decisivas. La atomización política en múltiples partidos que defienden ideas muy distintas, hace muy difícil el ejercicio legislativo de crear leyes bajo consenso.

Sin la aprobación de las reformas, los presidentes quedan con poco que mostrar. Es ahí cuando, con el retrovisor puesto en los tiempos de la abundancia, los populistas toman fuerza y prometen un cambio estructural muy cargado de ilusiones difíciles de llevar a cabo.

Si hay algo que se puede concluir con contundencia de este 2024, es que ha sido el año en que ser presidente se convirtió en sinónimo de impopularidad.

* Analista y consultor. MPhil en Universidad de Oxford.