“Vamos acabar la corrupción”, repiten una y otra vez los presidentes en América Latina. Los sondeos muestran que la corrupción suele ser una de las principales preocupaciones de los ciudadanos en la región. Conscientes de su peso electoral, los políticos prometen acabarla, algunos de ellos con discursos populistas que apuntan como culpables de este fenómeno a las élites políticas y económicas que capturan el Estado y el sistema de privilegios, prebendas y dádivas que promueven. “Vamos erradicar de raíz este sistema”, sostienen.
Los resultados, sin embargo, han mostrado que al final de gobiernos populistas la corrupción ha aumentado. ¿Por qué en gobiernos populistas aumenta la captura del Estado? ¿No son los líderes populistas enemigos de los corruptos y los privilegios?
Estas y otras preguntas surgen de la lectura de una nueva publicación (Populismo y Captura del Estado: Evidencia de Latinoamérica) de los investigadores Julio F. Carrión y James G. Korman, quienes concluyen que los líderes populistas intentan deshacerse de las viejas redes de corrupción, pero suelen tener incentivos para “establecer nuevos vínculos corruptos con élites económicas oportunistas dispuesta a trabar con ellos, aumentando la captura del Estado”.
Para llegar a ésta y otras conclusiones, estos académicos de la Universidad de Delaware estudiaron 18 países latinoamericanos, durante un periodo de casi 20 años (1996-2017).
La captura del Estado
Las mafias que capturan el aparato estatal se conforman de individuos o grupos que usan sus posiciones de poder o influencia para manipular a su favor las decisiones tomadas por el Estado.
Joel Hellman, estudioso de corrupción, dice que la captura del Estado se produce cuando intereses privados pueden hacerse con el control de las instituciones públicas y los procesos de toma de decisiones, a menudo para su beneficio personal.
Hay varias formas de medir la captura del Estado. Una de ellas es el índice de “Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional” que sondea entre empresarios, líderes de opinión y ciudadanos este fenómeno. Los medios suelen basarse en éste, que muestra cada tanto si un país u otro aparece arriba o abajo en el escalafón. A este índice lo acompaña otras mediciones como el “Barómetro de las Américas”, que tienen información más especializada sobre las prácticas corruptas.
Aunque estos índices son fundamentales para tener una idea general de la corrupción en América Latina, parecen insuficientes para entender la dimensión de las prácticas corruptas. Carrión y Kerman proponen entonces combinar estos índices con una aproximación que analice la concentración de poder económico y político y el grado de competencia de un determinado sector.
Con esos indicadores sobre el nivel de captura del Estado, los investigadores se interesan por la relación de éstos con el populismo al que definen, adscribiéndose a teóricos como Louis David-Barrett, como una estrategia política para llegar al poder o permanecer en él, en contraste con definiciones más estructurales que lo ven como una ideología que busca dividir la sociedad entre poderosos y dominados o élites y pueblo.
Si uno se ciñe al análisis de Carrión y Korman puede decirse que los líderes que son populistas suelen tener una mayor captura del Estado porque reducen el impacto del Estado de Derecho. Esta idea puede unirse con otra y es que los populistas son iliberales o desconocen abiertamente el liberalismo y buscan debilitar las instituciones que se derivan de él, como la justicia, el legislativo y otro tipo de contrapesos como los medios de comunicación.
Evo y Chávez
La teoría de que los populistas aumentan los niveles de captura del Estado ha sido probada en América Latina en los gobiernos de Hugo Chávez y Evo Morales, que defendieron un discurso en el que buscaron acabar con la corrupción cambiando el Estado y sus aliados. Con los años, la evidencia demuestra que la corrupción en Bolivia y Venezuela ha aumentado considerablemente llegando a convertirse en países tan corruptos como las repúblicas del África subsahariana.
Según los investigadores, los gobiernos populistas “ofrecen incentivos a los actores privados para apoyar y llegar a acuerdos. A medida que aumenta el número de actores privados que apoya el régimen se incrementa la recompensa esperada de su apoyo, lo que proporciona mayores beneficios directos y ofrece impunidad para sus acciones si permanecen leales al líder populista”.
Este fenómeno viene siendo estudiado por académicos venezolanos como el también periodista -ya fallecido- Teodoro Petkoff, que en 2011 llamó con el nombre de “boli-burgueses” a los nuevos grupos interés surgidos durante los gobiernos de Hugo Chávez que, desde entones, han captado por completo el estado venezolano y sus rentas petroleras (y otros bienes primarios).
Una vez llegado en el poder, en 2006, Evo Morales también estableció lazos beneficiosos con élites económicas y dio acceso ilimitado a recursos del Estado a grupos políticos asociados con su proyecto étnico-político. Una parte significativa de las rentas de los hidrocarburos fue trasladada a el Fondo Indígena, una coalición donde se agrupan varios grupos étnicos con el propósito de “cooptar el liderazgo indígena”, dice el académico Andreas Andreucci.
Estado de Derecho
Es claro que con base en el análisis de Carrión y Kornman existe una asociación directa entre gobiernos populistas y aumento de la corrupción. Esto no quiere decir que en gobiernos liberales y no populistas no exista corrupción. Casos como los gobiernos de Pedro Pablo Kuczynski en Perú o Enrique Peña Nieto en México demuestran que no por el hecho de respetar la división de poderes se es menos corrupto.
Sin embargo, los incentivos para que exista una captura del Estado generalizada son menores a los que se registraron durante los gobiernos de populistas como los de Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa o eventualmente algún populista de derecha que podría ser Nayib Bukele -está por verse-.
Este tipo de investigaciones como la de Carrión y Kornman dan una perspectiva matizada y regional, llegando a la conclusión de que “el populismo en el poder aumenta la captura del Estado moderando los efectos del Estado de Derecho sobre ella”.
Así las cosas, el modelo ideal para reducir la captura del Estado es fortalecer el Estado de Derecho en conjunto con gobiernos no populistas, como puede ser el caso de Uruguay. Esta es la excepción y en el resto de la región cada tanto llega al poder un líder populista que promete acabar la corrupción y, mientras intenta hacerlo, su grupo captura con impresionante voracidad el Estado.