Es inminente una guerra civil en Afganistán, los talibanes van a Kabul | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 14 de Agosto de 2021
Redacción internacional con Europa Press

Los talibanes nunca han ocultado lo que quieren: la resurrección completa de su emirato islámico que gobernó Afganistán entre 1996 y 2001. Pero en estos veinte años de guerra han “trasformado” su concepto para lograrlo, intentando reconciliar su extremismo con un “modelo político” más flexible cimentado en el creciente desafecto de la población.

Cada día más cerca de recuperar el poder, no sólo por su rápido avance tras el retiro de la mayoría de tropas estadounidenses sino porque las fuerzas de seguridad afganas -que nunca lograron organizarse ni tener el poder militar que requerían- no han opuesto resistencia.

Avanzando hacia la capital Kabul, tras conquistar al menos una docena de provincias con importantes y estratégicas capitales, los talibanes podrían en breve lograr la caída o rendición del gobierno afgano, pero por muchísimas razones no lograrían consolidándose en el poder, abriendo el paso a una cruenta guerra civil y al retorno de yihadistas extremos como Al Qaeda.

Desde hace semanas los talibanes son los protagonistas de una ofensiva fulgurante que los ha llevado a estar más cerca que nunca de recuperar el poder, favorecidos como reseñamos por el repliegue estadounidense ordenado por Biden sin exigir el cumplimiento del acuerdo de Doha que había firmado su antecesor, el republicano Donald Trump.



A lo largo de las dos décadas de guerra, en que los norteamericanos los mantuvieron a raya, los talibanes hicieron cambios en sus teorías de gobierno, en su aproximación a la población, en su interpretación de la influencia internacional y en su propia composición; algunos necesarios, en opinión de destacados miembros de su cúpula, otros difíciles de reconciliar con las nociones fundamentalistas que les han distinguido.

Tal y como apunta el grupo de estudios internacional estadounidense Instituto para la Paz, "los talibanes han evolucionado desde la guerrilla desmadejada de los primeros años de la insurgencia a un movimiento organizado hasta formar un Gobierno paralelo en amplias porciones de Afganistán". Nada más representativo de este pseudogobierno que los "gobernadores en la sombra"; una figura política aparecida hará hace una década y que ahora tiene una importancia trascendental.

Son ellos quienes han flexibilizado las draconianas políticas sociales impuestas por los altos cargos de la organización, impulsado iniciativas para acercarse a la ciudadanía, explotado el desafecto de los afganos al Gobierno de Kabul -un modelo de corrupción institucional como coinciden la inmensa totalidad de los estudios realizados al respecto y ejercido de engranaje en la coordinación de las ofensivas militares, aspecto este último de gran importancia: la retirada de las tropas internacionales, y de los grupos de operaciones especiales de EE.UU. en particular, ha privado a las fuerzas afganas de la capacidad de eliminar a estos elementos.

Hoy en día, los talibanes tienen una delegación de paz, mantienen conversaciones con Estados Unidos, el Gobierno afgano y con los estados del Golfo, discuten soluciones humanitarias con Naciones Unidas y ONG, son activos en redes sociales y organizan comités civiles para tratar la situación de las comunidades locales; iniciativas que, sin embargo, nunca han terminado de despejar las dudas sobre sus proclamadas intenciones de admitir un futuro modelo democrático contrario a sus principios.

A nivel político, según el profesor de Asuntos Internacionales de la Universidad de Columbia, Dipali Mukhopadhyay, se debe a su incapacidad para presentar una visión homogénea, divididos como están entre corrientes tradicionales y modernizadas, entre flexibles políticas locales y duros edictos ultraconservadores procedentes de las altas esferas, y las múltiples identidades étnicas que ahora componen a la organización. Por todo ello, "en el momento en que se les obliga a presentar un proyecto de Gobierno se evidencian sus vulnerabilidades", explica el experto al 'Indian Express'.

Y si bien en algún momento podrían presentar un proyecto de consenso, su crueldad es imposible de ignorar. Sus fuerzas de combate siguen actuando con brutalidad extrema hacia la población civil. Según la Comisión Independiente para los Derechos Humanos en Afganistán, la insurgencia ha sido responsable de 2.978 bajas civiles (917 muertos y 2.061 heridos) en los primeros seis meses de 2021, sin mencionar otras atrocidades como ejecuciones extrajudiciales, torturas o desapariciones forzadas. La desconfianza que generan en la población de las grandes ciudades es insalvable, en particular en momentos como este, en el que la capital acoge cada día a miles de refugiados que traen consigo historias de horror.

Tribalismos y discrepancias

"Si uno tuviera que describir a los talibanes diría que ahora son básicamente afganos desencantados", explicó a Radio Free Liberty el experto en Seguridad en Afganistán Ted Callahan, misma opinión que el también analista para el grupo Fundación para la Defensa de las Democracias, Bill Rogglio. "Ya no es un movimiento etnonacionalista pastún, como era en los años 90. Ahora hay uzbecos, tayikos, turcomanos e, incluso, hazaras, porque los talibanes han entrado en estas comunidades, y eso supone una diferencia enorme desde lo que eran antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001", considera.

La estructura de poder es profundamente irregular. Mientras el líder de la organización, el mulá Haibatulá Ajundzada, es el principal responsable de proclamar los edictos fundamentalistas de la organización, figuras prominentes como Mohamed Yaqub, jefe militar de la organización e hijo de su antiguo líder, el mulá Omar, apuestan por cierta liberalización en las políticas sociales y una solución negociada, según el experto del Instituto Real de Servicios Unidos de Londres, Antonio Giustozzi, al 'Indian Express'.

Otro "moderado" como el negociador jefe talibán en las conversaciones de paz de Doha (Qatar), el mulá Abdul Ghani Baradar, podría emerger como futuro líder político de la organización si apostara por la senda del diálogo, pero otros analistas como Abdul Basit se muestran escépticos. "Me parecen concesiones con vistas al público. Esta gente está perpetrando atentados. Esa organización está compuesta de gente más extremista, y gente menos extremista", añade.

¿Nuevo baño de sangre?

Sin una visión conjunta de futuro, repartidos en tantas comunidades con intereses particulares, y en medio de fricciones internas, la conquista talibán de la capital no supondría la restauración del antiguo Emirato Islámico sino el principio de una nueva y terrorífica fase del conflicto: el estallido de una guerra civil a gran escala en todo el país.

Las milicias populares que combaten contra los insurgentes "podrían volverse contra el Gobierno en cualquier momento", según dijo el experto en seguridad Asadulá Nadim a Deutsche Welle, mientras países vecinos como Irán o Pakistán podrían financiar a sus propios grupos armados contra los talibanes, que ahora mismo es incapaz de consolidar sus victorias territoriales, como apunta un integrante del Consejo Nacional de Seguridad de Afganistán, Ahmad Shuja Jamal.

El grupo insurgente podría llegar al poder, pero no conseguiría mantenerlo, y es por ello que "la guerra civil es ciertamente un camino que se puede visualizar si el continúa en la trayectoria en la que está ahora", apuntaba en días pasados el principal comandante militar de EE.UU. en Afganistán, el general Scott Miller, representante de un país que "nunca estuvo en Afganistán para construir una nación", como reconoció el presidente Joe Biden.

Sin un fortalecimiento de las estructuras del Gobierno afgano, según todos los estudios, el débil Ejecutivo de Kabul conoce ahora un desamparo como nunca antes. Su caída podría ser el prolegómeno de una fragmentación generalizada, terreno abonado para el retorno de los grupos yihadistas como Al Qaeda o Estado Islámico, en un escenario tan aterrador que incluso un tradicional aliado de Estados Unidos, como es Reino Unido, ha criticado la salida de tropas. "Acabamos de quitarles la alfombra de sus pies", lamenta el presidente del comité de asuntos exteriores del Reino Unido, Tom Tugendhat. "Y vamos a limitarnos a ver cómo les va", concluye.