En particular, en los últimos años, el lugar que ha ocupado Latinoamérica y el Caribe en la agenda estadounidense ha sido marginal. Existieron tiempos en los cuales la región llegó a tener cierta prioridad en los programas de Washington, pero ahora son condiciones superadas. Atrás quedaron los planes de ayuda y cooperación que se materializaron, por ejemplo, con el programa de Alianza para el Progreso que se estableció desde principios de los años sesenta. Esfuerzos que podrían ser añorados, pero que especialmente bajo el mandado de Donlad Trump acumularon, cada vez, menores esperanzas.
Ha sido una tendencia mundial, aunque con más énfasis en la Gran Cuenca del Pacífico y en América del Sur: la presencia china diseñada desde Pekín ha ido ocupando los vacíos que han dejado las políticas internacionales de Washington. Esto ha operado con mayor o menor frecuencia según sean los contenidos operativos de estrategias complementarias, tal el caso de la renovada Ruta de la Seda.
En especial, desde 2005, China ha emergido como un actor de peso en el escenario geopolítico de América Latina, tejiendo una red de relaciones económicas cada vez más profundas y consolidadas. Esta creciente influencia se manifiesta en diversos frentes: tales como -para mencionar los más significativos- el comercio internacional, las inversiones en infraestructura y tecnología, además de la cooperación financiera.
Algunos datos que nos ilustren acerca de condiciones y tendencias. En el ámbito de los intercambios internacionales, China se ha convertido en el segundo socio comercial más importante de la región, solo por detrás de Estados Unidos. En 2023, el comercio bilateral alcanzó un récord de 490 mil millones de dólares. En esto, ha prevalecido la demanda china de materias primas como soja, hierro y cobre.
Las exportaciones latinoamericanas a China se han triplicado en la última década, mientras que las importaciones desde China han crecido a un ritmo aún mayor. De nuevo aquí tenemos los rasgos de problemas por demás estructurales para las economías latinoamericanas. Se trata de dos tendencias que se retroalimentan mutuamente: (i) persistentes déficits comerciales; y (ii) aumentos recurrentes en deuda externa, tanto pública como privada.
Por otra parte, también China ha llegado a invertir notables montos en economía real, en particular en cuanto a infraestructura en toda la región, desde puertos y carreteras hasta represas y redes de telecomunicaciones
Se estima que entre 2005 y 2022, las empresas chinas invirtieron más de 150 mil millones de dólares en América Latina, posicionándose como un importante financiador del desarrollo regional. Es evidente que los países de la región están aprovechando las condiciones que brinda Pekín, por sobre los planes de ajuste que -con fines similares- se tienen en los portafolios de la cooperación estadounidense, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial; siendo estas dos últimas instituciones, prestamistas de última instancia actuando como fuerzas de apalancamiento las balanzas de pagos de los diferentes países.
La influencia china también se expande al ámbito tecnológico. Huawei, la gigante china de telecomunicaciones, ha establecido una fuerte presencia en la región, proporcionando equipos y servicios a operadores móviles y desarrollando redes 5G. Estas operaciones, hasta cierto punto, están compensando, para el gigante tecnológico chino, los problemas que se tienen en Estados Unidos y Canadá. Además, China está impulsando la cooperación en áreas como la inteligencia artificial, la computación en la nube y el internet de las cosas.
En cuanto a nexos financieros, las proyecciones también aparecen como de influencia creciente, a partir de las políticas y el trabajo dirigido desde China. En efecto, la potencia asiática ha ampliado su presencia en el sector financiero latinoamericano a través de bancos estatales y fondos de inversión. El Banco Industrial y Comercial de China (ICBC), por ejemplo, es uno de los bancos extranjeros más grandes de la región. A su vez, el Banco de Desarrollo de China ha otorgado importantes préstamos a países latinoamericanos para financiar proyectos de infraestructura, lo que complementa montos de deuda externa.
Sin embargo, también se tienen como parte de esta dinámica, señalamientos y claroscuros. La creciente influencia china no está exenta de críticas. Algunos sectores cuestionan la transparencia de los préstamos y la sostenibilidad de los proyectos financiados por China, mientras que otros expresan preocupación por la posible dependencia económica y la erosión de la soberanía nacional. No obstante, otras potencias que históricamente han jugado ese papel incluyen a Reino Unido, Francia y Estados Unidos.
Es viable la tendencia mediante la cual la inversión china puede impulsar el crecimiento económico y la modernización regional, mientras que la cooperación tecnológica puede contribuir al desarrollo de sectores estratégicos. En especial aquellos que podrían generar mayor valor agregados a los productos de exportación de América Latina. Como se sabe, la región tiene un portafolio exportador que tiende a estar dominado por materias primas y bajos niveles de procesamiento.
En todo caso, se tiene un concepto esencial en las relaciones económicas internacionales: lo clave es establecer relaciones estratégicas -esto es de gran efecto multiplicador y de resultados irreversibles- en donde se maximicen beneficios y se minimicen riesgos. Esto incluye, en lo esencial, diversificar las fuentes de inversión y comercio, fortalecer las instituciones nacionales y negociaciones asertivas.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario
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