JUAN ROMÁN Riquelme pisaba el balón con su pie derecho como ningún otro jugador. Nadie acariciaba la pelota como él; era puro fútbol champagne. Con cadencia y ritmo, sus movimientos hipnotizaban a los hinchas de Boca Juniors, que veían al ‘torero’, como lo llamaba Marcelo Araujo, levantar copas Intercontinentales y Libertadores en la década de los 2000.
Boca, ganaba todo. En este equipo del “virrey”, Carlos Bianchi, Román era la estética y la mente de esta senda ganadora, que tumbaba al Milán o Real Madrid, que se chocaban con la genialidad del ídolo de Tigre, Buenos Aires, un bailarín ante equipos de millones de euros. El ballet del pueblo latinoamericano, frente a la táctica europea, como Maradona, contra los ingleses. Román llegó, casi, a ser tan querido como Maradona. Le faltó un Mundial.
Román, el dirigente
De ídolo en las canchas, Riquelme pasó a la dirigencia deportiva que, en Argentina, como en ningún otro país del mundo, es una rama de la política. El domingo, después de 5 años de presidir Boca Juniors, el exfutbolista ha sido reelegido, en unas elecciones del club que llegaron a tener más atención en las últimas semanas que el comienzo del gobierno de Javier Milei.
La victoria del ex10 de Boca, un populista, que suele usar la clásica dicotomía de ellos y nosotros, del pueblo y los que privatizan, le ha dado un respiro al kirchnerismo y al peronismo en general, derrotado por Milei con contundencia, en las elecciones presidenciales del pasado 19 de noviembre. Aunque no retenga el Gobierno nacional, cuenta con la mayoría de gobernaciones y el bastión de lo popular, un club de fútbol, Boca.
Diferentes en todo, la fórmula que buscaba quitarle la presidencia al ex10 de Boca era liderada por Andrés Ibarra, exministro de Modernización de Mauricio Macri, quien fungía como vicepresidente de la misma. Perdida la elección, el expresidente de Argentina, en X, reconoció la derrota: “Espero que en este nuevo periodo se conecte con la grandeza de Boca y también con la humildad de saber que está en un club con más de 100 años de historia y de gloria. Que sepa corregir la forma arbitraria y personalista de conducir el club”.
La campaña, que obligó incluso a la justicia argentina a postergar las votaciones por problemas con el padrón de socios, unos 95.000, giró en torno a la ampliación o no de la Bombonera. Mientras que Riquelme decía que este mítico estadio debía permanecer inane a los cambios, Ibarra proponía construir un mega escenario para 105.000 personas, el más grande de América Latina.
“Si vos cambiás la Bombonera, por más que sea a la esquina, a dos cuadras o a diez, se termina nuestro club y se termina nuestra historia. Nos arrancan el corazón”, advirtió Riquelme en un fuerte mensaje electoral.
El periodista Santiago Aragón, en BAE Negocios, define el modelo riquelmista como un “silogismo de mano dura”: a) nada es más importante que Boca, b) nadie es más Boca que yo, c) nadie es más importante que yo.
Frente al mito de Riquelme, un mito como Evita, como Perón, como Gardel −un país de mitos− Ibarra y Macri buscaban un Boca moderno, que dejará atrás la mística de la Bombonera, del bastión, y se centrara en el progreso de un equipo que no gana una Libertadores hace 16 años.
Han sido dos formas ideales para entender y aproximarse no solo a Boca, sino a la Argentina de hoy. Unos, en este caso Riquelme, un peronista, proponen planes y políticas esencialistas para el pueblo, la tradición, el mito del 10 y el fortín. “Ganó el mito fundacional del pueblo y el bastión, algo que tanto ha criticado el hincha más reconocido de Boca hoy, el presidente Milei. “Cuando llegó Román, dejé de ser hincha de Boca; Boca se volvió populista”, dijo, una vez. Sin embargo, el libertario votó el domingo pasado, abucheado por la barra brava del equipo, subsidiada por Riquelme.
Mucha política
La reelección de Román se debió en gran parte al trabajo del kirchnerismo, que rodeó al presidente reelegido de figuras de la Sindicatura General de la Nación, como Carlos Montero, varios exministros kirchneristas (Florencia Varela, Ricardo de la Fuente) y el líder de la Cámpora y mano derecha de Máximo Kirchner, un movimiento político asociado al kirchnerismo, Santiago Carreras, cuenta La Nación.
Perdida la presidencia de la República, el kirchnerismo organizó mítines políticos el 3 de diciembre, a los que llegaron buses pagos de toda la provincia de Buenos Aires. Ese ha sido el clásico esquema del peronismo. Moviliza sus bases y bloquea las calles y barrios para obtener un resultado político favorable, como en este caso. La “patria subsidiada”, pero en el fútbol.
La clase política o “casta” para Milei, sin embargo, también estuvo en la campaña de Ibarra. En grupo y con perfiles de peso nacional, Macri vinculó al senador libertario, Edgardo Alifraco, así como el expresidente del Consejo de la Magistratura, Francisco Quintana, según La Nación. Sin dejar de lado que Milei abiertamente había apoyado a Ibarra, para derrotar a la “casta” peronista, ubicada estratégicamente en cada una de los sectores de la vida argentina, mucho más en el fútbol.
Por lo general, el presidente de Boca siempre ha sido de una tendencia contraria a la del presidente de la República. En los tiempos de Macri, cuando el club vivió su mejor momento, con la obtención de, entre muchos títulos, 3 copas Libertadores, el kirchnerismo, con Néstor Kirchner, gobernaba el país, aunque los primeros años de dirigencia fueron con políticos afines como Carlos Menem, menos con Eduardo Duhalde. Una década después, cuando Macri se convierte en presidente de la nación, Boca era dirigido por Andrés Angelici, un peronista, que salió por la puerta de atrás del club.
Macri y Milei perdieron la primera batalla para separar el fútbol de la política populista. Dolido, el peronismo se refugia en Boca y busca aguantar allí, para que, pasados unos años, de Boca salga nuevamente algún mito fundacional peronista que sirva para retornar al poder político nacional. Tal vez, Riquelme se convierta en ese mito.