La primavera de Praga | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Domingo, 26 de Agosto de 2018
Giovanni Reyes

Al parecer hay días de agosto, en particular del 19 al 21, que han ido teniendo un especial significado para procesos sociales relacionados con el pasado del bloque soviético. Sí, el mismo bloque político y económico que terminó luego de un agobiante proceso, entre el 26 y el 31 de diciembre de 1991, luego de haber sido fundado en 1922.

Efectivamente, fue del 19 al 21 de agosto de 1991 -en lo que eran ya los estertores de la agonía del régimen- cuando se dio un golpe de estado contra Mijaíl Gorbachov (1931).  Este movimiento se resolvió en 48 horas con la vuelta al poder de quien sería el último dirigente de la era soviética. 

Pero con años de anterioridad en agosto de 1968, se había aplastado un intento reformista, dentro del mismo socialismo de centralización económica, en Praga, la ciudad fundada en el Siglo IX y cuyo nombre se relaciona con el vocablo: “harina tostada”. 

El punto a destacar aquí, es que las reformas que se impulsaron desde esta ciudad, en 1968, buscaban refrescar operativamente un régimen aletargado, cuyo centralismo en la toma de decisiones respecto a producción, distribución, consumo de bienes y poder político en el direccionamiento de la economía, hacía lento el desempeño de los países de la órbita soviética.  Al final, fue ese burocratismo el que llevó casi 23 años después, a la desintegración de ese bloque político en 1991.

En ello radica una lección fundamental de Praga, la que fuera capital de Checoslovaquia.  Como se recuerda, la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, tropas con tanques, fuertemente armadas se abalanzaron sobre la ciudad y la tomaron.  El movimiento reformador venía desde enero de ese año y fue influenciado por el Mayo Francés que acababa de ocurrir.

De nada al final, parecieron servir las palabras del dirigente checo de ese entonces y quien encabezaba el movimiento de reformas: Alexander Dubcek (1921-1992) quien de manera por demás insistente desde antes puntualizaba que el objetivo era establecer un “socialismo con rostro humano”.

Los llamados a diálogo por parte de Dubcek no fueron atendidos, la intervención se realizó por parte de los países que conformaban el denominado pacto de Varsovia –la versión soviética de la OTAN.  Aunque es de destacar la no participación de Rumanía.

Se implementó así lo que se conocía como la Doctrina Brezhnev, que tenía cobertura en países del Bloque Este –Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia, Rumanía y Albania.  Esta doctrina estipulaba que “cualquier país donde el socialismo estuviera amenazado y se pretendiera reinstaurar el capitalismo, sería socorrido por las fuerzas de los demás países socialistas”. 

Es evidente que la intervención en Praga trataba de preservar a toda costa, el poder de la burocracia, algo que desde siempre y gradualmente, se fue imponiendo y carcomió hasta el final el sistema del socialismo soviético.  Esa misma Doctrina Brezhnev fue la que dio fundamento a la intervención de los soviéticos en Afganistán, como se recuerda, con los cruentos acontecimientos de diciembre de 1979.

Fue el dirigente Leonid Brezhnev (1906-1982) quien tuvo uno de los períodos más largos de gobierno al frente de la Unión Soviética –de 1964 hasta su muerte en 1982- fueron 18 años, tan sólo superados por el tiempo que duró el mando de José Stalin (1878-1953) quien estuvo al frente del gobierno de 1922 a 1952. 

Los países de la órbita soviética en general contaron con un largo período de crecimiento de la economía, a ritmos comparables con los países occidentales hasta 1950, luego se evidenciaron procesos de estancamiento.  Se daba prioridad a la industria pesada como fruto de una impositiva forma de acumulación de capitales, aunque otros logros también incluyeron el desarrollo pionero e importante de la industria espacial.  No obstante, mucha gente veía restringir o posponer la atención a sus necesidades.

Precisamente, con el fin de atender requerimientos de la población, de poder influir incentivos a la producción, se desarrolló la Primavera de Praga.  Con ello se trataba de dar solución al estancamiento social y económico que se tenía en el sistema de dirección y planificación centralizada.  Pero esto fue más allá de lo que podían aceptar los burócratas desde Moscú y de allí la “puesta en orden” contra el gobierno de Dubcek.

Al final, los problemas que se deseaban enfrentar en la Checoslovaquia de fines de los sesenta, fueron las mismas dificultades, en esencia, que tuvo que reconocer Gorvachov a fines de los ochenta. El último dirigente soviético lanzó el ambicioso programa de “perestroika y glasnot” –reestructuración y transparencia- (véase el libro “Perestroika: Un Nuevo Pensamiento para Nuestro País y el Mundo”, 1988).

El aplastamiento de la Primavera de Praga significó un triunfo de las fuerzas que mantenían un lento sistema de producción, un triunfo del burocratismo y del acomodo de dirigentes. Se entorpecían así las soluciones más coherentes que se buscaban en relación con el problema de la concentración de la riqueza y la socialización de costos, algo que la planificación centralizada intentaba resolver como alternativa al capitalismo.

Otra hubiese sido la historia si se hubiera impuesto la previsión, la visión de mediano plazo en la conducción política.  Una verdad que nos afecta y que al no estarla atendiendo nos causará inmensos costos, tal el caso del daño al medio-ambiente y la sostenibilidad de nuestra existencia. Una vez más se hace evidente: el exclusivo inmediatismo no es buen consejero en la toma de decisiones.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.