En manos de su partido, el PT, queda un electorado (35 %) que, pese a la sentencia condenatoria, dice que va votar por él. ¿O el que elija? La paradoja de verlo en la cárcel, mientras su gente hace campaña por él en la calle, se va a dar al parecer
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EL HOMBRE más popular de Brasil nunca creyó que esa voz caparrosa terminará silenciada tras las rejas. En la sede del poder judicial de Brasil, Curitiba, donde sus habitantes dicen vivir en una “República Independiente” –por su apego a la ley- Luiz Inácio Lula da Silva va pasar un tiempo encerrado en una celda que fue “refaccionada durante dos meses”.
Incansable aspirante a las presidenciales de Brasil, Lula ha vuelto a repetir el sacrificio. Pero a diferencia de 2003, cuando llegó a la jefatura de gobierno tras cuatro intentos previos, éste ha tenido un desenlace fatal: la cárcel y su, hasta ahora no confirmada por las autoridades electoral, inhabilidad como candidato presidencial.
Es el del PT
La aspiración presidencial de Lula como candidato del Partido de los Trabajador, colectividad que fundó en la década de los setenta, sigue intacta. Paradójicamente, el expresidente tiene una condena ratificada en segunda instancia, que le impide ser aspirante, pero ésta, hasta que las autoridades electorales en agosto no intervengan, no se hará efectiva.
Facultado para dirimir las causas electorales, el Tribunal Superior Electoral (TSE) debe decidir ese mes si la candidatura de Lula es viable. No la es, en términos legales. Porque las leyes electorales dicen que todo aquel que haya sido condenado en segunda instancia pueda aspirar a cargos de elección popular, como la Presidencia.
Este contexto le impide quedar aislado de las calles, del micrófono; pero su aspiración presidencial sigue vigente, hasta que su partido, él y los tribunales digan lo contrario. Con millones de seguidores, el PT enfrenta un dilema tan grande como el robo de Lava Jato (escándalo por el que han sido procesados políticos y empresarios en Brasil).
Se trata de escoger un candidato nuevo o seguir con Lula como representante, así esté en la cárcel. Algunos dicen que, para efectos de la política brasilera, es mejor la victimización del expresidente, que apartarlo de la carrera electoral. Pero aún no es claro qué tanto pueda hacer desde la prisión. ¿Podrá hablar, así sea por redes?
Es, Lula, como una religión, dicen en Brasil. Una religión de capa caída, pero que conserva sus creyentes, incrédulos de cualquier acto material que demuestra la culpabilidad de su líder
Hasta el momento, la primera opción ha sido defendida por los líderes del PT. En agosto, mes en el que también el Tribunal Electoral fallará el proceso contra Lula, los partidos deben inscribir sus candidatos para las elecciones de octubre, que, de momento, tiene como favorito a Lula y, detrás, al ultraderechista Jair Bolsonaro.
Fuentes del PT le han dicho a Estadao de Sao Paulo que, al menos estos meses, el PT tiene planeado hacerle campaña a Lula por todo Brasil. Él, tras las rejas, tendrá a su nombre en carteles y manifestaciones, sobre todo en su feudo electoral: el noreste.
El aspecto de la izquierda
Un hombre tan popular en prisión resulta una imagen casi inexistente en las últimas décadas. Varios presidentes de la región han terminado tras las rejas, pero en el momento en que fueron capturados su popularidad no llegaba a dos dígitos. En cambio Lula, después de ser condenado en segunda instancia, aún conserva un 35% de intención de voto, un poco más de los 10 puntos de Bolsonaro.
Es, Lula, como una religión, dicen en Brasil. Una religión de capa caída, pero que conserva sus creyentes, incrédulos de cualquier acto material que demuestra la culpabilidad de su líder. Según el juez Leandro Paulsen, uno de los que votó en contra del habeas corpus pedido por la defensa del expresidente, el juicio del tribunal tuvo en cuenta “pruebas más allá de cualquier duda razonable”.
Los petistas –denominación de los miembros del PT- dicen que la orden de captura que fue expedida por Sergio Moro, el juez que condenó a Lula en primera instancia, es “injusta e ilegal”. Así lo ha dicho la Gleisi Hoffman, presidente del partido, que suena como una de las voces para continuar el legado del exmandatario y la expresidenta, Dilma Rousseff, quien anunció que buscará una silla en el Congreso de Brasil.
En 2011, tras salir de la presidencial, Lula le dejó el camino Libre a Rousseff para que siguiera con el gobierno del PT. De manera contundente, ella ganó. El legado que la antecedía, respaldado por el 90% de popularidad, era indiscutiblemente poderoso.
Siete años después, la izquierda brasilera no parece tener esa fuerza, pero, como se demostró con la expresidenta, es posible que conserve el poder para heredar la fuerza electoral, que pueda quedar en manos de Hoffman o de Manuela D'Ávila.
El miércoles la agencia Anadolu reportó que D'Ávila, una mujer de 36 años que ha sido diputada en Rio Gran do Sul (capital Porto Alegre), una de las zonas donde Lula posee más enemigos, tiene grandes posibilidades de convertirse en su sucesora. Ahora es la candidata del Partido Comunista. ¿Cuándo lo sucederá? No se sabe. Pero su aspiración sigue intacta.
Al cierre de un evento con el expresidente, la candidata dijo que “la lucha de Lula también vencerá, tarde o temprano, con él libre o encarcelado”. Lo mismo hizo el expresidente, quien, en el Foro Social, dijo: “Si necesitas que yo lleve a tu hija en brazos, lo haré”.
Brasil enfrenta un periodo de inestabilidad que algunos comparan con la dictadura militar. En las calles, en los bares, en las familias, la polarización reina como un estado sólido, inquebrantable. Unos acusan; otros dicen que es inevitable hacerlo.
La izquierda se niega a dejar el poder. Ya Michel Temer, el otrora vicepresidente de Dilma Rousseff, y hoy mandatario de Brasil, la aisló. Pero concibe a las elecciones de 2018 como la oportunidad para recuperar Planalto (sede presidencial) y gobernar otra década.
No es fácil: sin Lula, la derecha tiene más posibilidades de ganar, por primera vez en quince años. Ella también está ansiosa de gobernar de verdad, pero no por encargo.