Desde una ventana en Furth, Alemania, en el invierno de 1938, Louis Kissinger miraba su pueblo en el que había crecido una próspera comunidad judía. Dejarlo todo, huir desesperadamente, pensaba. La nostalgia lo invadía, hasta bloquearlo.
Con insistencia, Paula -su mujer- le pedía que abriera los ojos, que viera hacia dentro de la casa. Agrupados y con las maletas hechas, estaban sus hijos para huir de los nazis. Uno de ellos, bajo, de pelo rizado y con una mirada fija y analítica, era Henry. Sí, Henry Kissinger, que este 20 de mayo cumplió 100 años.
“Tenía el deseo urgente no de comprender lo superficial, sino las causas subyacentes. Quería entender las cosas”. Estas son las palabras de Fritz G.A. Kraemer, comandante norteamericano, al que muchos señalan de haber sido el mentor de Kissinger. “No es algo que se pueda aprender, por muy inteligente que seas. Es un don de Dios”.
La experiencia de la guerra
Han pasado por lo menos siete décadas desde entonces. En su casa de Connecticut, en abril pasado, un poco antes de cumplir un siglo (20 de mayo), Kissinger recibió a tres periodistas de la revista The Economist, que, además de hacerle un homenaje, hablaron con él durante ocho horas sobre China, Ucrania, la OTAN, la tecnología y la posible Tercera Guerra Mundial.
“Vamos camino de una confrontación entre grandes potencias”, les dijo.
El exsecretario de Estado ha sido un hombre que, en la cima de su poder, “podría decirse con justicia que dominaba el mundo”. Así lo describe el historiador inglés Niall Ferguson en “El Idealista”, biografía sobre la vida de esta figura del Siglo XX.
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Expulsado de Furth a los 15 años, Kissinger volvió a su tierra como militar de Estados Unidos, en 1945. Vio, golpeado, como ese pueblo -la próspera comarca judía por la que su padre Louis había llorado 7 años atrás- yacía sobre las cenizas después de los bombardeos de la aviación británica con la que él mantenía comunicaciones desde el cuartel.
Al futuro secretario de Estado la guerra lo llevó a vivir el exilio, el miedo, el fin de una comunidad, la migración, la muerte, los bombardeos. Tenía 22 años. En el transcurso de los últimos siete, había huido de su pueblo en Alemania al que finalmente iba volver con las botas norteamericanas bien puestas. Pisar su tierra. En ese acto, había algo de gloria y revancha, pero, por las cenizas, también generaba mucho dolor.
Marcado por la Segunda Guerra Mundial, Kissinger decidió dedicar su vida a encontrar fórmulas para evitar las guerras, así como Trigeo, el héroe de la Comedia Paz de Aristófanes.
Entre muchos objetivos cumplidos, logró -casi que al mismo tiempo- que la China liderada por Deng Xiaoping y la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov hicieran reformas con el fin de abrirse a los mercados internacionales y evitar, con progreso económico, una guerra.
Fue durante el gobierno de Richard Nixon (1969-73), de quien fue Secretario de Estado. Antes ya había trabajado con otros presidentes, después con mucho más. Asesor, Secretario de Estado y Seguridad, investigador, contertulio, Kissinger trabajó con 14 presidentes de Estados Unidos. Nadie más lo ha hecho.
Visión contemporánea
Entender el mundo contemporáneo a través de los ojos de Kissinger resulta revelador, así sea desconcertante su comentario sobre el posible choque entre potencias.
“Lo que me parece más preocupante es que ambas partes -China y EE.UU.- se han convencido a sí mismas de que la otra representa un peligro estratégico. Y es un peligro estratégico en un mundo en el que las decisiones de cada uno pueden determinar la probabilidad de un conflicto”, le dice a The Economist.
Alemán de nacimiento, el exsecretario de Estado creció en Furth oyendo anécdotas de la Alemania del Kaiser Guillermo, que perdió la I Guerra Mundial y, derrotada, le dio paso a la República de Weimar, quebrada y con mucho odio por las exigencias del Tratado de Versalles.
“Nos encontramos en la clásica situación anterior a la I Guerra Mundial, en la que ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier alteración del equilibrio puede tener consecuencias catastróficas”, explica el exsecretario de Estado.
Insistentemente, Kissinger dice que el mundo de hoy es más parecido al de 1913 -antes de la guerra- que aquel bipolar dominado por dos potencias. “Todos tenemos que admitir que estamos en un mundo nuevo... no hay un rumbo garantizado”.
Para Kissinger, China es el actor que más desafía la paz mundial, pero explica, sin embargo, que Pekín “en su historia nunca ha tenido como objetivo la dominación mundial. Su objetivo ha sido la máxima evolución de sus capacidades, inspirando tanto respeto que otros países ajustaran sus políticas a las preferencias chinas”
“Así que, con el paso del tiempo, si lograran una superioridad realmente utilizable, ¿la llevarían hasta el punto de imponer la cultura china? No lo sé. Mi instinto es que no, pero no quiero llegar a la prueba de eso”, dice el consejero de Seguridad. “En la historia china, su mayor temor ha sido la agitación interna. Y a menudo trataron de mantener a los extranjeros fuera - construyeron la Gran Muralla”
Autor de “La diplomacia”, libro que analizaba los caminos Rusia después de la caída de la Unión Soviética, Kissinger ya no defiende la neutralidad de Ucrania frente la OTAN y Moscú.
“Rusia ya no es la amenaza convencional que solía ser. Así que los retos de Rusia deben considerarse en un contexto diferente. Y, en segundo lugar, ahora hemos armado a Ucrania hasta el punto de que será el país mejor armado y con los dirigentes menos experimentados estratégicamente de Europa”, responde a la revista inglesa.
El nuevo orden mundial, que ni el mismo Kissinger se atreve a definir -sólo da aproximaciones- enfrenta el desafío de la revolución tecnológica, que “es comparable al que siguió a la invención de la imprenta, en el que una nueva tecnología puso en tela de juicio la visión que se tenía del mundo”.
“Siempre habrá unos pocos en cualquier generación que puedan manejar sus implicaciones en todo el espectro”, cierra con optimismo.
La historia viva del Siglo XX, Henry Kissinger, se despide con una risa que se esconde detrás del marco de esas gafas setenteras.
“Mira, mi vida ha sido difícil, pero da pie al optimismo. Y la dificultad también es un reto. No debería ser siempre un obstáculo. Así que creo que, para inspirar a la generación joven, necesitan una demostración de fe en el futuro”.
*MPhill de la Universidad de Oxford. Consultor en seguridad, riesgo país e inteligencia estratégica