En estos momentos Bogotá se encuentra en una encrucijada, afectada por tres frentes: por una parte está padeciendo, como el resto del país, una inflación que llevó al alza de precios; las lluvias han despertado las alertas en varios de los departamentos que conforman la Región Central, y la invasión rusa a Ucrania no solamente ha hecho que se vea afectado el mercado de cereales sino de agroinsumos, lo que también se ha traducido en un incremento de costos.
Esta especie de tormenta perfecta hace que una pregunta se vuelva ineludible: ¿cómo está la provisión de alimentos en la capital? Se debe comenzar por resaltar que el abastecimiento de Bogotá siempre ha sido relativamente estable, hoy por hoy va bien y lo que era previsible: por ahora no hay riesgo de desabastecimiento.
Antes de entrar a evaluar el estado del abastecimiento de la ciudad, vale precisar que en estos momentos la urbe, con las magnitudes y la densidad de Bogotá, está recibiendo 9 mil toneladas de alimentos que entran, en su mayoría, por la central mayorista de Corabastos.
A eso hay que sumar lo que entra en forma directa a las grandes superficies y a los mercados minoristas de barrio, “pero en términos generales el 90% de los alimentos que se consumen en Bogotá pasan por esta central mayorista”, le indicó a EL NUEVO SIGLO el director de Economía Rural y Abastecimiento, Luis Alejandro Perea.
Lo que viaja y luego retorna
A este respecto es importante mencionar que hay un estimativo de que alrededor del 40% de los alimentos que entran por esta central regresan a sus zonas de origen en un proceso altamente ineficiente desde la perspectiva de logística, transporte, manipulación, calidad e inocuidad de los alimentos.
“En Bogotá se queda un 60%, convirtiéndose en una movilización de alimentos bastante significativa, la más grande del país y una de las más grandes de Latinoamérica”, agregó el director Perea, pero eso hace que una segunda pregunta persista:
¿A qué se debe esta ineficiencia de que mucho de lo que entra se devuelva a sus territorios de origen? Ese es un ejercicio que, en palabras de Perea, se ha constituido como un “eslabón perdido”.
“Suma de la deformación de los precios y de la informalidad del mercado. Por ejemplo, hemos detectado cómo en algunos productos como la papa, que se produce en Boyacá y llega a Bogotá después de hasta ocho intermediarios, estos distorsionan la formación de precios, y la dinámica comercial nos hace incurrir en las ineficiencias derivadas de un transporte que no tenía razón de ser. Estos son productos que no tienen agregación de valor en el tránsito, por ejemplo, Tunja-Bogotá. Como salieron, así regresan, sin haber sufrido ninguna modificación, agregación de valor o transformación. Eso no tiene ninguna lógica más allá de la informalidad que caracteriza al mercado”, explicó el director Perea.
Abastecimiento estable
En el marco de la pandemia la agricultura fue el único sistema productivo que se mantuvo constante tanto en su ritmo como en su dinámica; pese al invierno y a la inflación, el abastecimiento está estable.
“Los dos fenómenos referidos están sucediendo: el invierno extremo y la inflación. Sí se han aumentado los costos para el consumidor, pero por lo pronto y en el mediano plazo no habrá una afectación en el circuito de abastecimiento. El invierno, de acuerdo con los pronósticos del Ideam, está en una fase de culminación para finales de mayo y principios de junio, lo que esperamos que reduzca la incidencia negativa que ha tenido el exceso de lluvias en el proceso productivo”, indicó a este respecto el director de abastecimiento.
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Sin embargo, fue claro al señalar que “sí nos toca asumir el hecho cierto y objetivo de que los costos de producción se están incrementando”, porque a todo lo anterior hay que sumar un tercer factor: el de la guerra.
Sin lugar a dudas el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ha presentado otra crisis, por la sencilla razón de que estos dos países, de manera conjunta, son los que exportan más del 30% de los cereales del mundo, de la cebada y el maíz, y son los que más aportan al mercado de los agroquímicos y de los fertilizantes.
“Ese ejercicio bélico, sumado a la crisis de los contenedores, ha llevado a que los precios y costos de producción se incrementen a tal grado que se haya deprimido el proceso productivo en sí mismo, del cual esperamos consecuencias en el mediano plazo. Por tal razón tenemos que recurrir a prácticas de producción, agrícolas, ganaderas y de manufactura mucho más eficientes, que conlleven a una reducción en los costos de producción y mayores utilidades para ellos, sin detrimento de los consumidores finales”, puntualizó.
Circuitos cortos de comercialización
Precisamente por ello, y con la intención de encontrar prácticas más eficientes, la Secretaría de Desarrollo Económico está impulsando los mercados campesinos, porque en el marco de los mismos se están estableciendo circuitos cortos de comercialización para que haya una conexión directa entre el productor y el consumidor final, sin la presencia e intervención de un solo intermediario.
“Eso nos ha permitido garantizar que el precio sea justo. Segundo, que los productos lleguen con la calidad que se requiere, y tercero, con estos mercados estamos instrumentalizando un proceso que es de vital importancia, el de los encuentros territoriales para fomentar la cultura alimentaria y que en nuestro radar es un elemento clave para cambiar radicalmente el proceso de consumo, de pérdidas y desperdicios de alimentos, y desde luego la compra de productos agropecuarios de manera responsable”, concluyó el encargado de abastecimiento de la Secretaría de Desarrollo Económico.
Esto consistirá en la ampliación de los territorios que se están interviniendo y que, en el mediano plazo, los mercados campesinos no se realicen los fines de semana sino que se hagan con mayor frecuencia, en la medida en que la logística distrital así lo permita.
A este respecto vale referir que, a la fecha, se han hecho más de 700 de estos mercados pero la meta de la Secretaría es rebasar lo que está establecido en el Plan de Desarrollo, que se trazó la realización de 1.600 mercados.
La intención es que los mercados tengan una dinámica propia y un espacio fiscal que les permita tomar sus decisiones de forma más autónoma, para que sean un ejercicio lucrativo y una alternativa campesina real.