Perspectiva. Los delfines cada día nos enseñan algo: Ángela | El Nuevo Siglo
ÁNGELA DÁVILA es la médico veterinaria del acuario de El Rodadero y una de las encargadas de mimar a los delfines.
/Cortesía
Miércoles, 7 de Septiembre de 2022
Redacción Medio Ambiente

Nació en Bogotá, estudió en Ibagué, trabajó en México, China y estaba en Medellín por el nacimiento de su hijo cuando le llegó a Ángela Dávila la oportunidad de hacer lo que siempre había soñado: cuidar los delfines del Acuario de Santa Marta.

Ella es la encargada de que Thor y Paz, dos de los muchos delfines con que cuenta el acuario, luzcan radiantes en cada una de las “presentaciones educativas” que normalmente realizan dos veces al día y en las que muestran toda su gracia, inteligencia y esa “chispa que enamora”.

No son solo cuatro los ejemplares que tiene el Acuario de El Rodadero. Son varios y de diferentes edades, pero para las presentaciones los rotan con el fin de que no se estresen y disfruten lo que hacen.

Por ello, mientras cuatro de ellos trabajaban ante unas graderías repletas de turistas, en la piscina de al lado se divertía otro de los integrantes del ‘staff’, bajo la mirada acuciosa de su cuidador, quien le lanzó un balón con el que se dedicó a jugar por un largo rato.

Algo similar hicieron los cuatro participantes de la “clase” antes de entrar en acción. Muy relajados se les vio apostar carreras, pues les gusta la velocidad y, de acuerdo con los instructores, alcanzan hasta 40 kilómetros por hora.

Luego, uno muy juicioso, otro más o menos y uno disperso, fueron convocados por sus cuidadores, Mario, Tatiana, Breiner y Francisco. Cada vez que cumplen una orden, reciben su premio y cuando no lo hacen, son llamados al orden, generalmente a través de un silbato.

Mientras ellos se dedican a su labor de enseñar a los visitantes del acuario aspectos de su vida, cuerpo, gustos o habilidades, a la entrada del lugar otro grupo de delfines da la bienvenida al público, que tiene la posibilidad de tomarse fotos con ellos dentro del agua.

Todos tienen dos particularidades. Una, que saben cuándo los están observando y hacen malabares para lucirse y, dos, que son cuidados por lo bióloga marina Ángela Dávila, que heredó de sus padres, quienes tienen la misma profesión que ella, el gusto por las especies marinas.

Ángela, una bogotana que cursó sus estudios universitarios en Ibagué, desde que tiene uso de razón supo qué quería hacer: “trabajar con animales marinos”, y la vida le abrió las puertas para lograrlo.

“Soy egresada de la Universidad del Tolima. Empecé a trabajar con delfines desde 2011”, dice y en cada una de sus apreciaciones deja entrever su amor por lo que hace y por las vidas que tiene a su cuidado.

Recuerda que su primer contacto con especies marinas fue “cuando mis papás me llevaron al lugar en donde trabajan y fue con orcas”.

Inteligentes

Su amor por las especies marinas la llevó a trabajar en México. “Allí fue más que todo con delfines, aunque también trabajó con manatíes, así como mamíferos, guacamayas y crías leones”, recuerda.

Luego su espíritu aventurero la llevó a China, en donde su labor se centró en especies consideradas peligrosas, como las belugas, orcas y lobos marinos.

“Me gustó mucho haber estado en esos dos países porque aprendí sobre diferentes culturas, de otras especies. Si pudiera volver a salir del país lo volvería a hacer porque son experiencias maravillosas y que dejan muchas cosas buenas para la vida”, dice.

En el Acuario de El Rodadero no solo trabaja con delfines. Además tiene como pacientes tortugas marinas, morenas, langostas, caballitos de mar, tiburones, rayas, estrellas de mar, peces león y pulpos, entre las 276 especies que se pueden apreciar a lo largo del recorrido, bien en las piscinas o en los acuarios.

Y aunque el público que asiste al acuario disfruta de todo lo que se ofrece, la atención se la llevan los delfines a la hora de su “clase” y por ello están preparados para divertirse a costa de quienes los aplauden.

“Son animales demasiado inteligentes, tiernos, preciosos, son una cosa de otro mundo”. Así los define Ángela, su “médico de cabecera”.

Pero ¿cómo llegó al acuario? “Estaba en Medellín, acababa de nacer mi hijo, me llamaron y me dijeron que buscaban un veterinario, presenté mi hoja de vida y acá estoy”, dice.

Lo mejor, indica, es que “todos los días son totalmente diferentes. Siempre hay algo nuevo, desde que llegamos hasta que salimos, todos los días aprendes algo nuevo, cada día ellos (los delfines) nos enseñan algo nuevo sobre medicina u otras cosas. Es un trabajo muy interesante”, señala Ángela.

Los cuidados

En las piscinas por donde nadan, hacen piruetas y conquistan los corazones del público, lucen radiantes, plenos de salud.



“Uf, a ellos se les monitorea absolutamente todo, desde el alimento que se les da, las personas que trabajan con ellos, la limpieza del animal, de las piscinas, de sus neveras, el suministro de los medicamentos, la sangre. Es una especie que está muy bien cuidada, son bastante consentidos por nosotros y todo el tiempo estamos pendientes de ellos”, señala esta bogotana que pasa más tiempo en el acuario que en su casa.

Además explica por qué no es un espectáculo. “Más que espectáculo lo que nosotros hacemos en el Acuario de El Rodadero es una demostración educativa. Le presentamos al público asistente las diferentes aletas que ellos tienen, para qué las usan, que la gente conozca más de la especie. El entrenamiento es para que la gente los conozca, sepa más de ellos”.

Así mismo, para que todo salga bien, “tanto el cuidador tiene un delfín preferido como el delfín tiene un cuidador preferido. Es una relación bastante linda”, explica la bióloga veterinaria.

También, como cualquier ser, se enferman. “Diría que la más frecuente es del estómago. Generalmente presentan enfermedades gástricas por el consumo de pescado. De pronto del mar llega a la piscina algún pescado en mal estado y aunque ellos diferencian el bueno del dañado, si alcanzan a consumirlo, eso los afecta y su reacción inmediatamente nos alerta que algo anda mal”.

Para evitar que se enfermen “nosotros no permitimos que el público les dé comida. Tal vez en otros acuarios sí, pero en el de El Rodadero no”, cuenta.

Para Ángela la mayor satisfacción “es verlos sanos, sobre todo cuando han estado enfermos y han pasado esa etapa”, y le causa tristeza ver cómo la gente “no aprovecha todas esas especies que tiene a su alrededor, sino que se dedica a dañarlas”.

¿Por qué algunos son más juiciosos durante la demostración? “Lo que pasa es que tenemos diferentes edades y además la más obediente es Paz y el más distraído es Thor, que es el más pequeño, es como las etapas de la vida”.

Y mientras Ángela sigue preocupada porque cada una de las especies que habita el acuario esté bien, los delfines se divierten diciendo, con el movimiento de sus cabezas, que no están satisfechos con los aplausos del público y luego de tres salvas, finalmente asienten que el reconocimiento fue el ideal.