Por Giovanni E. Reyes (*)
Una cultura de violencia y muerte parece haberse ido enraizando fuerte e inexorablemente en Estados Unidos. Es obvio que decir esto no es agradable para una sociedad que en general prefiere mirar para otro lado, ver siempre hacia lo que no contenga problemas. Se impone entonces la actitud de las “cheerleaders”, de las porristas, una actitud colectiva del “todo está bien”, “somos felices”, como no, “vamos a degustar un sándwich”. Pequeñas satisfacciones inmediatas en las cuales tratamos de diluir nuestras preocupaciones más esenciales.
Pero la terquedad de la realidad y los datos están allí para mostrar la muerte real, la sangre real de gente, lo que acrecienta estadísticas tenebrosas. Tal y como lo ha documentado Pablo Jofré Leala, recientemente, tan sólo en lo que va de 2016, se han contabilizado en Estados Unidos 132 tiroteos masivos, que han dejado 156 víctimas mortales.
La entidad especializada, shootingtracker.com, da a conocer que durante 2015, los incidentes de tiroteo fueron de 372, resultando la muerte de al menos 367 personas. En muchos de esos sangrientos sucesos, atacantes actuando más bien como francotiradores, masacraron a civiles, niños, hombres, mujeres en general, pero también a policías y estudiantes.
Ahora lo que ha saltado con vértigo a la primera plana de los diarios es el tiroteo del sábado 11 de junio de este año en Orlando, Florida. No menos de 49 asesinados en la discoteca que se convirtió en el escenario de la tragedia. Existen otros 53 heridos, varios de ellos de gravedad, por lo que se teme que aumente el número de víctimas mortales.
Se trata de una ocasión más para que sectores interesados -especialmente políticos como Donald Trump, fabricantes y vendedores de armas y municiones- agiten el miedo, la paranoia, el culpar generalizada e irresponsablemente a grupos minoritarios. Detrás de los señalamientos y del reforzar de los prejuicios se encuentra la sustentación y el aliento para que alguien decida fácilmente comprar un arma, rifles, ametralladoras de asalto, además de municiones, y termine perpetrando lo que hoy es noticia en los medios de comunicación.
Y por supuesto que a partir de esto se extrae buena ventaja a raíz de la ignorancia de la gente que en nombre del inmediatismo, demanda soluciones baratas. Con ello se tiene un fértil caldo de cultivo para los desmanes iracundos de gente como Trump. Con ello se trata de sustentar la existencia y la demanda de abultados presupuestos para los ejércitos y las policías, además del requerimiento a fin de reforzar los cuerpos de seguridad privados.
No es en balde que el negocio de armamentismo en el ámbito mundial ha superado los 67,000 millones de dólares en 2015. Y por supuesto mayores presupuestos para las agencias de inteligencia. Se calcula que Estados Unidos –el país que más presupuesto militar tiene- los gastos del armamentismo, anualmente ascenderían a 600,000 millones de dólares. En China ese gasto es de 200,000 millones y en Rusia de cerca de 100,000 millones de dólares.
Como ha sido muchas veces mencionado, uno de los grandes problemas en Estados Unidos es la posesión personal o familiar de las armas. Se tiene acceso casi libre a sofisticado armamento y muy buena parte de la dirigencia nacional, especialmente líderes del Partido Republicano, no desean establecer ninguna limitación en el acceso a las armas por parte de ciudadanos. Existen cientos de millones de dispositivos mortales en manos de personas que tienen estados mentales no estables, para decir lo menos. Ellos no tienen idoneidad para poseer este tipo de armamentos.
A pesar de los esfuerzos realizados, las dos administraciones del Presidente Obama no han podido limitar o condicionar de manera significativa la posesión de armas en Estados Unidos. Ha sido vigorosa y efectiva la resistencia montada por el Partido Republicano y los intereses de complejo militar en el país. Para ellos, que velan celosamente por sus intereses de venta de armas, y tienen lucro con medios de muerte, la posesión del armamento es un “derecho ad eternum” del pueblo estadounidense.
Es claro que la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés) ha logrado que se mantengan las condiciones que permiten un gran abastecimiento de armas entre la ciudadanía. Y por supuesto que el factor político está más que presente: la NRA tiene más de 5 millones de afiliados, cuyas posiciones políticas, faltaba más, han respaldado a los republicanos y ahora se muestran apoyando los planteamientos de Donald Trump, quien sin embargo está semana instó a una reunión con la NRA para adoptar medidas que eviten que personas en listados de sospecha de terrorismo o prohibición para volar adquieran armas.
Los debates continuarán en el contexto de las candidaturas consolidadas a la presidencia de Estados Unidos. A medida que apriete la campaña, hasta noviembre próximo, las presiones, las descargas publicitarias y los planteamientos, más propios del “marketing” político que de propuestas serias, incluirán el tema del acceso a armas, establecido en el Enmienda II de la Constitución de Estados Unidos.
Mientras Hillary Clinton, la candidata que encabeza las encuestas considera la complejidad del caso del armamento y de las tragedias domésticas, el candidato republicano no se ha andado por los anexos y ha sido enfático en señalar que, con mayor contundencia, la medida esencial a promover es una posesión generalizada de armas. En una reciente entrevista con la cadena CNN, fue tajante: “Si la gente en la sala de la discoteca hubiera tenido armas, con las balas volando en dirección contraria al atacante, a su cabeza, no habríamos tenido la tragedia que terminó ocurriendo”.
Una vez más se hace evidente: soluciones simplistas a problemas complejos, es demagogia.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.