¿Cómo es la vida de las personas que habitan en una ciudad que está completamente preparada para cualquier forma de bombardeo de un enemigo ubicado a 93 kilómetros de distancia?
En Tel Aviv, la ciudad en donde reside el centro político, económico y diplomático de Israel, potencia regional de Medio Oriente, ocasionalmente suenan las alarmas que les recuerdan a los ciudadanos lo que para ellos ya es rutina: algo sobrevuela los cielos y es mejor refugiarse.
Así lo registró el mundo en lo corrido de la semana, cuando los titulares registraron una escalada de tensiones en la Franja de Gaza, seguida de una tregua entre Israel y el movimiento Yihad Islámica Palestina.
A la distancia es muy complicado adivinarlo pero, ¿cómo es la vida de las personas que viven en una ciudad que está completamente preparada para cualquier forma de bombardeo de un territorio enemigo que tienen a 93 kilómetros de distancia?
Carolina llegó a Israel pocos años después de que el gobierno instalara el mecanismo de defensa “Iron Dome” (Cúpula de Hierro), un sofisticadísimo sistema antimisiles que no tiene ningún otro país del mundo y que lee, en segundos, las trayectorias de los mismos.
Esta no es otra cosa que una sombrilla que intercepta los aluviones ocasionales de misiles de corto alcance que llueven desde la franja de Gaza (en donde se encuentra las organización palestinas de Hamas y el movimiento Yihad Islámica Palestina, con diferencias notorias entre sí); es algo así como el seguro de vida más avanzado dentro del sistema internacional de Estados.
“Acostumbrarse a las sirenas no fue fácil y cuando llegué no sabía cómo iba a lograr acostumbrarme, pero tengo que ser honesta: jamás me he sentido insegura. Cuando esto pasa, la vida sigue como si nada: la gente no se esconde y no para sus actividades. La gente sigue su vida. No es una cosa de terror, como la gente se imagina. Si las alarmas suenan cuando estás en un restaurante, tú ya sabes que el lugar tiene un búnker, entras, luego te avisan que ya puedes salir y sigues comiendo”, comienza su relato a EL NUEVO SIGLO Carolina, quien solo en una ocasión sintió miedo real porque un misil cayó muy cerca de su casa.
“La calle estaba llena de vidrios, con pedazos del proyectil en el pavimento y el edificio en donde cayó quedó negro pero no fue grave. Eso sí fue al lado de donde yo vivo”, recuerda Carolina, quien de hecho reflexionó sobre cómo en Bogotá, su ciudad natal antes de que emprendiera camino al Medio Oriente, ella jamás experimentó esa sensación.
“Imagino que en ciudades más pequeñas del Meta, o del Bajo Cauca, antes, no se si ahora, la gente sí debe tener más clara esa sensación de alerta, de saber que en cualquier momento entrará disparando la guerrilla, los paramilitares, las disidencias o lo que sea. Yo les comentaba a mis amigos que vengo de un país que estuvo en guerra por años y que para cualquier efecto sigue en guerra, pero en las ciudades no se siente. En Colombia hay personas muy afortunadas que nunca lo sentimos. Aquí sí se siente y nadie se salva de sentirlo”, precisó Carolina.
Y en efecto allá, al otro lado del mundo, las sirenas suenan, y luego una centella luminosa en el cielo, que estará proseguida por el estridente ruido de una explosión, asomará en la oscuridad de la noche.
“En mayo del año pasado viví la experiencia más intensa que me ha tocado en este país, porque fueron 11 días en los que sí había cohetes día y noche. Se sentían sin cesar. Y las sirenas solo suenan si el cohete viene en tu dirección. Por hacer un referente, si el cohete va para Chía no se van a activar las alarmas en Chapinero”, precisa.
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Señalización y programación
Pero la ciudad y la gente están preparadas. En Israel, explica, toda la señalización está en inglés, hebreo y árabe, y vayan a donde vayan los ciudadanos, podrán leer en dónde está el búnker más cercano. Y adicional a esa señalización e infraestructura en torno a la reacción inmediata, al resguardo, también hay un tema de programación: los ciudadanos ya tienen un chip de reacción y de calma.
“Cuando suena una alarma y estás en la calle, los israelíes ya están programados para este estilo de vida en donde, en cualquier segundo, sonará una alarma que te está diciendo: ‘tienes un minuto y medio’. Es como los bogotanos con el celular. En Bogotá uno camina pensando que hay 90% de probabilidades de que te roben el celular cada vez que sales, así que uno va cuidando el bolso, se lo pone por el frente, guarda el celular en el bolsillo más recóndito…”.
“Esa programación de seguridad que nosotros tenemos con relación al raponeo, es la misma que ellos tienen con los protocolos de bombardeo. Es lo más cotidiano”, indica con algo de risa, aunque no es la anécdota más chistosa que ha recolectado en estos años viviendo en una ciudad que ya siente como propia.
El tema es el siguiente: al ser una ciudad vieja, los primeros búnkeres que se hicieron fueron más comunales, al lado de la alcaldía, en colegios y en los edificios; muchos de ellos están en los pisos 2 o 3, recubiertos de hierro, “pero en los edificios nuevos, por ley, todos tienen un cuarto que en hebreo se llama “mamad” que significa “el lugar a salvo del apartamento”, para cuando suenan las alarmas. Yo tengo que ir a uno comunal (un día vi a mis vecinos saliendo en bata con shampoo en la cabeza) y un día me estaba bañando cuando sonó la alarma… Pues a correr en chancletas, era lo único que pensaba”.
También hay aplicaciones para que el teléfono vibre cuando suenan las alarmas, en televisión cada vez que hay alarmas sale el símbolo del ejército israelí, del IDF y en la parte inferior de la pantalla salen en naranja todas las ciudades en donde se están activando las alarmas.
“Si estás viendo televisión, te enteras; si estás escuchando radio, te enteras; por el celular también te avisan y hay una cuenta de Twitter que se llama Red Alert, a través de la cual se puede ver el mapa de alarmas del país en tiempo real”. El problema, concluyó, jamás será de falta de información.