Aunque la administración Biden ha constituido un recambio notable en la capital estadounidense, las cosas vuelven a tensarse con China y los aliados europeos a raíz de los recientes acuerdos militares que Estados Unidos ha firmado con el Reino Unido y con Australia. El “espíritu washingtoniano” al parecer, continúa vigente. Podría tratarse de un resultado de la tecnostructura, como la llamaba John K. Galbraith.
Persisten las posiciones intempestivas. Ahora se tiende a profundizar y a extender el espacio de la guerra no sólo comercial con China. Se tienen derivaciones que le disputarían la influencia del gigante asiático en la región de Oceanía. Tenemos frente a nosotros un libreto de inestabilidades que tiene -con mucho- epicentro en el 1600 de “Pennsylvania Avenue”, la dirección oficial de la Casa Blanca.
Sin embargo, estas dinámicas directamente bélicas no se quedan allí. No es de olvidar que persisten los intensos roces de Estados Unidos confrontando a Pekín en particular con el asunto de la tecnológica china Huawei, asunto aún no resuelto. Se trata de otro tema envenenado; herencia del trumpismo. Se hace evidente que muchas cosas son válidas con el fin de encubrir el rezago de competitividad de la economía estadounidense, esta vez en relación con tecnología de punta.
En toda esta trama heredada de la administración anterior en Washington, la machacada protección de los empleos implica un ingrediente no confesado, un elemento que usualmente es denominador común en todo populismo: serán los consumidores los que paguen por estas medidas y obstrucciones al libre comercio y a una asignación más efectiva de los recursos productivos.
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Con los nuevos acuerdos militares -Estados Unidos, Reino Unido y Australia (Aukus)- se pone de manifiesto de nuevo, el enfrentamiento entre Washington y Pekín no sólo en función de los nexos comerciales, sino en una pelea con un objetivo más estratégico Se trata de una finalidad más de fondo: lograr adueñarse de la hegemonía en tanto en el Mar Meridional de China, como en el mercado tecnológico mundial.
En especial en lo referente a la competencia tecnológica la situación es crucial. Quien logre ese posicionamiento podrá establecer amplias economías de escala, un gran soporte de capital fijo y de solvencia. Podrá tener la potestad de ser -dada su posición dominante de mercado- quien establezca precios en ramas de tecnología de punta, con grandes efectos multiplicadores en los circuitos de la actual cuarta globalización. En este sentido puede vislumbrarse también a Afganistán con su asumida dotación de “tierras raras”.
Cuando por otra parte se han dañado las relaciones con Europa en general y con Francia en particular por el asunto de los submarinos, se tiene la impresión de que Estados Unidos está acorralado, y en función de ello se ve forzado a establecer medidas abiertamente defensivas en función de su política exterior. Es evidente que Pekín ha ido avanzando y planea continuar con una confrontación más basada en la paciencia y en el desgaste -como son las estrategias de mayor calado que buscan resultados de mayores magnitudes- que las vociferantes y etéreas posiciones que en ocasiones han emergido en Washington.
Todos sabemos que China opera, para fines funcionales-efectivistas, con una gran ventaja, para bien y para mal: al parecer no tiene demasiado desarrollados los frenos o compensaciones democráticas ni los sinuosos caminos, auténticos senderos endiablados que en las sociedades occidentales suelen explotar los abogados para beneficiosos personales, de entidades lucrativas sin escrúpulos, y en función de metas corto-placistas. Se trata de circuitos rentistas basados en el modelo D.R.F.E. –dinero rápido, fácil y efectivo.
Es de recordar que este conjunto de condicionantes pudo dar base a que el funcionario Ren Zhengfei, asesor de Huawei, haya hecho declaraciones en las cuales prácticamente despreciaba la moratoria que Washington en su momento habría ofrecido. Oficialmente las fuentes estadounidenses indicaron que las medidas buscaban: Mitigar los efectos de un veto radical que ha desestabilizado los mercados de valores”. El Presidente Biden, en todo caso, no debe olvidar que la volatilidad económica de Estados Unidos se ha podido corroborar con los drásticos cambios bursátiles.
En la presentación del mandatario chino en esta 76ª. Asamblea General de Naciones Unidas, septiembre de 2021, implícitamente se ha respondido a la posición de Estados Unidos. Sin embargo, en el caso de estas dos potencias, un asunto son los contenidos retóricos y otras las derivaciones de las acciones prácticas. Pekín insiste: “nuestro país se ve forzado a dar réplica a los planteamientos de Washington”.
No es posible, incluso utilizando un mínimo análisis de teoría de juegos, o de la transacción humana, establecer un resultado que sea altamente probable en este juego intempestivo de posiciones. En estas transacciones se sabe certeramente como se inician los procesos, pero se ignora la dinámica y el resultado final de las controversias.
Sin embargo, se dibuja ya en la perspectiva inmediata un resultado que se va concretando rápidamente: la relativa desconexión tecnológica entre las dos potencias. Si esto repercute en proteccionismo comercial, constituirá un freno a la dinámica económica mundial, y, además, y esto es muy peligroso, se afectarían los sistemas integrados de defensa común, tal y como lo documentan, recientes editoriales de Le Monde y El País, desde Paris y Madrid, respectivamente.
En todo esto, hay algo más alarmante que los remanentes del trumpismo en Washington: son sus seguidores, quienes respaldan la carrera de armas. Los costos muy, probablemente, se verán incrementados en el futuro. Convocar a mayores tensiones, a mayores hostilidades puede debilitar el equilibrio bélico y generar dinámicas de represalias recíprocas. Y todos los sabemos, en medio de una actitud desesperada, las decisiones pueden llegar a ser tan insospechadas como peligrosas
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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