A propósito de cumplirse otro año del magnicidio del estadista conservador, Álvaro Gómez Hurtado, publicamos una conferencia que pronunció el 16 de marzo de 1979, en la que advirtió sobre el peligro de las tarifas regresivas en el tema fiscal y el impacto de una inflación de dos dígitos. Los argumentos del inmolado dirigente y exdirector de este diario, resultan útiles en momentos en que el país atraviesa por una difícil coyuntura económica en la que, precisamente, el alto costo de vida y la devaluación del peso, amenazan con desacelerar drásticamente el crecimiento económico.
Este es el texto:
“En materia impositiva no se pueden establecer reglas intocables, ni generalizar las soluciones. Los dogmatismos están fuera de lugar.
Salvo unos principios de justicia, básicos en toda legislación, lo demás corresponde a las estrategias del desarrollo y a las orientaciones que se pretenda darle a la comunidad. Los impuestos se convierten, así, en una herramienta para impulsar el progreso y eliminar las desigualdades, abandonando la vieja concepción que los miraba como una fuente de recursos para las arcas oficiales, y nada más.
Naturalmente, si concebimos al Estado como el único ejecutor de acciones benéficas para la sociedad, el canal tributario servirá para exaccionar los fondos de los particulares. En un tiempo más o menos breve, se llegaría a un fisco inmensamente rico, en medio de ciudadanos paupérrimos. Y si se considera que los individuos no deben capitalizar, también los impuestos lograrían llevarse una buena parte del fruto de su trabajo, dejándoles apenas lo indispensable para la subsistencia.
El poder de los gravámenes para determinar los perfiles de la sociedad no debe menospreciarse. Unos ajustes al sistema tributario podrían deslizarnos rápidamente hacia el socialismo integral. Y comuna vuelta de los tornillos en sentido contrario, dejarían de contenerse sectores económicos voraces, para regresar a un Estado gendarme, tan débil como el que soñaban los inocentes filósofos que todo lo querían dejar hacer y dejar pasar.
La pérdida de esta perspectiva sobre la trascendencia del impuesto y su misión social, conduce a enfoques altamente peligrosos, entroniza unos conceptos que no miran más allá de su rendimiento fiscal y crea rigideces doctrinarias. Las discusiones se centran, entonces, sobre la intangibilidad de unas normas o su perfección técnica, dejando por fuera las consecuencias que tienen sobre la vida diaria del contribuyente.
Por eso es necesario observar todos los días el impacto tributario, para ver cómo responden los sujetos pasivos. Su comportamiento indicará qué tan adecuadas son las estructuras del gravamen, y mostrará si se avanza hacia los fines que el legislador se proponía.
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La preocupación permanente por el fenómeno de acción y reacción en los impuestos, es aún más necesaria en economías cambiantes como la nuestra. Lo que otros recorren en varios años de evolución, aquí se transforma en poco tiempo. Como en todo período de crecimiento, y más si es rápido, se corre el peligro de sostener un armazón rígido, que impide el progreso o causa deformaciones.
Esto ocurre con las tasas de inflación. Otras naciones muestran unos índices sumamente bajos, como corresponde a economías estables. La inflación de dos dígitos se mira con horror en los países industrializados y causa trastornos sociales y políticos profundos. Es signo de un manejo descuidado de las fuerzas monetarias o resultado de acciones ajenas al control de los directivos de sus finanzas.
Entre nosotros, en cambio, las inflaciones de un solo dígito son raras. Con tantos factores internos y externos que presionan al débil sistema económico, ya es un mérito que no se precipite hacia los índices superiores a 100, padecidos por regiones vecinas. Una prueba del manejo prudente, la constituye el mantenimiento de niveles de inflación sin grandes variaciones en los últimos años, mientras los países más desarrollados salían de su apacible estabilidad para acercarse a nuestras cifras.
Si las tarifas se mantienen ciegas ante estos hechos, terminan convirtiéndose en una estructura injusta, cuyos efectos son diametralmente opuestos al objetivo que dicen perseguir. Dentro de un sano propósito de gravar más fuertemente a las rentas altas, venimos desde hace mucho tiempo con porcentajes de impuestos que crecen cuando el ingreso sube.
Es justo que cuando aumentan las entradas se pague una contribución mayor sobre el margen. La tarifa única sería regresiva al gravar por igual el primer peso del obrero y el último millón adicional del potentado. Pero no debemos olvidar que la inflación hace que los contribuyentes, sin mejorar en términos reales, inflen la expresión monetaria de sus ingresos. Entonces, automáticamente, quedan cubiertos por una tarifa superior. En ese momento la tarifa se vuelve regresiva.
Una persona que mantenga sus ingresos reales invariables a lo largo de varios años, soporta cargas superiores cada día. Como recibe más pesos y el fisco mira solamente esa expresión monetaria, los porcentajes resultan mayores y, a los ojos de las administraciones de impuestos, parece que se enriqueciera, mientras en su casa saben que continúa igual de pobre. Tal vez peor, porque ahora le queda una renta disponible inferior.
Algo semejante ocurre con los bienes que se venden después de haberlos poseído algún tiempo. El solo efecto de la inflación los hace valer más pesos. Realmente su precio de hoy puede ser idéntico al de la adquisición hace unos años, pero monetariamente se verá muy superior. Si el fisco grava esa ilusión inflacionaria, el resultado será un contribuyente exangüe.
Cuando estas situaciones se presentan exigen correctivos; la creación de unos mecanismos que disipen los espejismos de la inflación, o el ajuste de sus magnitudes, si ya existen, pero tienen limitaciones que les restan eficacia.
Los cambios proyectados pueden no ser tan perfectos ni completos como lo desearían especialistas en el tema; ni tan generosos, como lo anhelan los contribuyentes que consideran excesivo pagar siquiera un centavo. Pero constituyen una aproximación a la realidad tributaria. Más que alivio, implican un acto de justicia.”