Quizá lo peor de todo es acostumbrarnos a los dolores generalmente ajenos; a vivir percibiendo que la tragedia es cotidiana. Es parte de las indiferencias tan frecuentes en medio de la frivolidad nuestra de cada día. Pienso eso a raíz del nuevo reporte sobre las víctimas mortales en el mar Mediterráneo. Se estima que de 2014 al año pasado, unos 29 mil inmigrantes indocumentados han perdido la vida en su intento por alcanzar las esperanzas que ofrece Europa.
Es casi seguro que esta cifra se queda corta dado que es frecuente el naufragio de pequeñas embarcaciones “hechizas” con todas las personas a bordo desapareciendo en el mar. Se aumenta la cantidad mortal de las víctimas sin que exista de ello, registro alguno. La Organización Internacional para las Migraciones puntualiza que al menos se han tenido 5.600 víctimas mortales en lo que va del año en esta región acuática que separa África, Europa, Medio Oriente. Una zona clave para la civilización occidental desde los tiempos del dominio comercial fenicio, con raíces que se ubican en el II milenio A.C.
En medio del drama no dejan de estar presentes los dobles estándares de los países más desarrollados. En este sentido, dos componentes a destacar.
En primer lugar, lo clave de la voluntad política. Se nos insiste en indicar que el meollo de las dificultades es la escasez. No es exactamente así en todos los casos. Recursos existen, lo que se evidencia, es la voluntad de utilizar los medios, de ponerlos a disposición de necesidades y necesitados.
Un ejemplo: aún recuerdo el mensaje de un fin de año de Ángela Merkel siendo canciller de Alemania. Abogaba, entre otras consideraciones, por el hecho de que, de manera conjunta, varios países se hicieran cargo de la atención de unos 7.000 refugiados en el archipiélago griego. No tardaron los grupos de los extremos conservadores, los nacionalistas, en censurar su llamado.
Polonia fue uno de los países acérrimos en negarse a cualquier cooperación. Pero las cosas cambian. Ahora, con la cruenta guerra Rusia-Ucrania, Polonia ha acogido a no menos de un millón de ucranianos. Se evidencia que sí había posibilidades, pero se carecía de voluntad. ¿Es el color de la piel? ¿Es el racismo cabalgando como parte del grupo ya numeroso de jinetes que reparten mortandad, toda una horda que nos asola?
Por otra parte, Europa -aunque también Estados Unidos opera de manera similar en su área de influencia- subsidian, no compiten estrictamente como se debería. Lo hacen en el sector en el cual África puede ser competitiva: la agricultura.
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Se menciona este aspecto dado que las personas salen de sus países pobres buscando en lo fundamental, oportunidades. Se trata de que -en medio de sus posibilidades y tragedias de disfuncionalidad social y política- las personas buscan opciones que puedan darles alguna posibilidad, mínima, de construir una vida digna. Es decir, de mínimas condiciones que sean medios de lo que se merecen.
Los lugares pueden ser africanos, latinoamericanos, asiáticos, caribeños. Lo que se busca es que, en medio de las capacidades que se tienen, las oportunidades puedan ser concretadas para algunas personas, generalmente jóvenes, y a partir de allí enviar ayudas económicas para quienes se quedan. Usualmente los que permanecen en los países son personas dependientes. Ya sea siendo muy jóvenes o infantes, o estar ya en la tercera edad.
Podrían tener oportunidades en sus países, normalmente en función de la producción, comercialización, exportaciones de bienes agropecuarios. Pero deben enfrentar las barreras arancelarias, las no arancelarias, los sistemas de cuotas, los subsidios que las naciones más desarrolladas -se reitera- dan a sus productores agrícolas.
Se ha llegado a afirmar que si alguien, si algún país desea tener un sector agrícola impecable, funcional -que ofrece oportunidades de vida digna a los agricultores, a quienes se vinculan al manejo de cosechas, de productos animales- debe subsidiar la agricultura. Debe proveer financiamiento, asistencia técnica oportuna, posibilidad de dotación de maquinaria agrícola, implementar un sistema de comercialización que incluya precios de garantía a la producción.
Es así como funciona la agricultura en Europa, en Estados Unidos. En muchos casos se ofrece pago a los productores a fin de que no generen cosechas. Parece un contra sentido, pero es de tener presente que la economía y la administración agrícola contienen rasgos estructurales propios. Por ejemplo, diferentes elasticidades en oferta, en demanda; los productos son perecederos. Esto implica grandes retos en el manejo de cosechas.
Los agricultores, desprotegidos, pueden fácilmente caer víctimas de su propio éxito: una abundante cosecha redundará en una gran oferta. Y a mayor oferta, los precios caen. Directo y transparente como opera el mercado en estos casos. En este sentido no es de esperar que los países más desarrollados disminuyan los subsidios. Pero sí es de advertir que programas de desarrollo puedan ofrecer oportunidades, en este caso particular, en los países africanos. Mejores condiciones laborales, apoyo en agricultura, en sistemas de producción piscícola, en agroindustria, en manejo económico-productivo de bosques.
Todos sabemos de la fragilidad de los países en África, en particular los que están al sur del Sahara. Es de sacudir las voluntades europeas en este caso. Se requieren iniciativas sostenidas y coherentes de desarrollo, de ayuda para auto-ayuda para los países más vulnerables. De lo contrario, las tragedias sin descenso continuarán haciendo del Mediterráneo, una colosal tumba común.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia
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