En el kilómetro 5, vía a La Calera, entre los cerros nororientales de la ciudad, reside uno de los secretos mejor guardados de Bogotá: se trata del Teatro de la Montaña, un refugio cultural que una familia de nómadas titiriteros decidió construir, literalmente con sus propias manos.
Una de sus fundadoras, Ligia Cortés, aún recuerda cómo su mamá rellenaba unos choricitos de espuma con paja de la montaña que tienen al lado, para que los visitantes tuvieran en donde sentarse durante los espectáculos, cuando el teatro lo era más en deseo que en práctica. Varios años más tarde unos empresarios notaron el lugar y donaron las 108 sillas que aún hoy siguen usando los espectadores del barrio San Isidrio y zonas aledañas.
“Era mágico, no te lo imaginas. Tenemos muy cerca de nosotros un bosque de pinos que suelta una especie de pajitas y nos íbamos al bosque a llenar mochilas de este material. Los llenábamos y llenábamos el escenario de paja. Lo recuerdo tan romántico”, dijo a EL NUEVO SIGLO la coordinadora del Teatro y miembro del colectivo CIAT, Ligia Cortés.
Echando raíces alrededor de este lugar, con el paso de los años este teatro se fue consolidando como el único escenario cultural de la zona que invita a soñar a niños de meses y a octogenarios, muchos de los cuales conocieron los títeres y las artes escénicas en estas tablas.
Hoy por hoy las personas pueden pagar su entrada a la vieja usanza: a través del trueque, ya sea con un huevo, una docena, una libra de arroz o con elementos de aseo. Detrás de aplicar esta vieja tradición ancestral está la manera como el teatro puede mantener las puertas abiertas y no hay ningún impedimento para que la gente acceda a este recinto.
“Mi abuela y mi mamá siempre me decían: “cuando uno va a visitar a alguien tiene que llegar con algo. Esa idea es muy bonita, nosotros dimos la pelea de hacerlo todo gratis y la idea de pagar con un huevo, de intercambiar, ha sido un experimento muy lindo. Un niño una vez me trajo un jaboncito de manos que ya estaba usado. Al niño no le importó que estaba usado sino que tenía que llevar algo al teatro para compartir y eso era todo lo que él tenía para compartir”, sostuvo Cortés a este diario.
No obstante, también hay una colaboración o 'vaca' para que los que quieran dejen lo que deseen, pero la idea que debe prevalecer siempre entre la comunidad es que hay un teatro, con espectáculos de primer nivel, profesionales e incluso internacionales para el goce de todos y por igual.
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Su historia
Para entender este lugar hay que retroceder en el tiempo varias décadas y partir del hecho de que este proyecto no estaba en los planes de sus fundadores como lo que es hoy: un teatro alrededor del cual se ha entretejido comunidad y memoria.
Pero en un diciembre la familia de Ligia se trasteó a esta zona rural de la capital y decidieron regalarles a los niños de la zona una función de títeres. Ahí nació el primer festín navideño, una fiesta y tradición que se mantiene hasta hoy y en donde todas las personas llevan cosas para compartir como natilla y dulces.
“Había gente que nunca había visto una marioneta en su vida, personas muy adultas. La recepción fue increíble porque nosotros éramos muy hippies y algunas personas eran muy reacias con nosotros, pero después de que hicimos la función de 'Rosita en el bosque de la verdad', nuestra primera producción, la comunidad se abrió por completo y comenzó a girar en torno a nosotros. Y a partir de ese momento comenzamos a hacer funciones muy esporádicas en el potrero en donde hoy esté el teatro que es nuestra casa”, añadió Ligia.
Posteriormente, este grupo de titiriteros ahorró para ir construyendo el teatro, poquito a poquito, hasta que en el 2007 fue algo así como el inicio formal del mismo, pues ese fue el año “en donde conseguimos para las tejas y cubrimos el lugar. A partir de ese año ya tuvimos una programación más constante, abrimos talleres para niños y para adultos y consolidamos una escuela conformada por 40 niños que han hecho cinco montajes y un grupo de adultos que aprendieron la técnica de clown y con quienes hicimos tres montajes”.
Epicentro de la vida social
Este lugar también es el epicentro donde se realizan las reuniones de los conjuntos de apartamentos, de bazares, y donde los grupos vienen a hacer sus fotografías. “Es un espacio muy querido, de puertas y de brazos abiertos para toda la comunidad”, manifestó Ligia.
Hoy por hoy, pasada a medias la página de la pandemia, anualmente ya se están adelantando aproximadamente 200 funciones, que antes de la pandemia llenaban totalmente el lugar. Actualmente el teatro se llena en un 80%.
Ligia se enteró de la convocatoria de Es Cultura Local a través de las redes sociales y de inmediato montó junto con su equipo una feria que les permitió acceder a la convocatoria del Distrito. Y gracias a este beneficio, el teatro se fortaleció tras la pandemia y con ello mejoró sus canales de información, logrando llegar a públicos de otros países.