Algo inédito sucedió, para el planeta, en Estados Unidos a fines del pasado año. Hubo un huracán que asoló a Arkansas. ¿Y? En pleno invierno. Eso no había ocurrido jamás.
Pero sus gentes siguen con la misma actitud como si nada serio hubiese ocurrido. ¡Qué pereza hablar del clima! Antes hacer eso era indicio de que la conversación había llegado a un punto muerto. Ahora ese tema perturba la monotonía y anima las películas de cataclismos. Las hace verosímiles y probables. Las buenas maneras de esos gobernantes, les impide alarmarse. Siguen afincados en el contaminante petróleo.
Con una población menor al 5% de la mundial, consume la mitad de los estupefacientes que produce el planeta. Así toman las cosas con calma. Y continúan en un frenesí consumista que revela un vacío interior que no pueden llenar.
Por número de habitantes es la más contaminante de las naciones. Pero sus propagandistas de CNN y demás, han resuelto el asunto. Se comparan con la predadora China, pero omiten mencionar la densidad de población, la pequeña diferencia de mil millones de habitantes de menos. En cuanto a su adicción dan por averiguado que esa es la responsabilidad de Colombia o de México. No de su íntimo vacío. Mientras allá los preocupados ecologistas no saben si se encuentran ante un planeta lesionado o si ya están velando un cadáver.
La peste de coronavirus ha generado un crecimiento mundial inesperado. Las economías han crecido de forma sorprendente, algo que también ocurrió en Europa con el Renacimiento, tras la terrible gran peste negra.
Ese crecimiento se mide por los índices como el del PIB. Pero, al fin, la ONU acaba de exigir incluir índices de costo ambiental en lo que se llama “desarrollo”, de bienestar social, sentimiento de pertenencia, y la percepción que tienen los habitantes.
Lo palpable es que el continente americano se está cambiando de bando. Tanto en política como en comercio internacional se percibe la presencia China, potencia para la cual, dicho sea de paso, los derechos humanos son una peligrosa idea foránea. Algo así como los derechos humanos durante el régimen de Pinochet en Chile con sus tres mil “desaparecidos” civiles, o los más de seis mil colombianos asesinados en frio por el ejército durante el régimen de Álvaro Uribe pero que recibieron el eufemismo de “falsos positivos”.
Y así como ha cambiado el clima, el clima emocional en el continente está cambiando. En Colombia, alineada hasta ahora con Washington, se percibe ese cambio. Hay una corriente contestataria cuyo líder tiene ideas algo burdas respecto a la moneda sana. Que no se caracteriza precisamente por saber escuchar, pero sigue en auge en las encuestas electorales. En el imaginario colectivo es la alternativa a un régimen marcado por la corrupción, el cuarto gobierno electo bajo el influjo del caudillo de los falsos positivos. Colombia, estragada por esa hegemonía, está en un predicamento entre el continuismo y lo que puede ser un abismo.