Un análisis en el respetado periódico The New York Times ofrece un ejemplo dramático sobre un tema que he venido agitando en mis últimas columnas, que es el de la “Tiranía de las Mayorías” o el de la “Tiranía de las Minorías”. La democracia abomina ambas situaciones. Las mayorías no se imponen como aplanadoras y las minorías no ejercen abusivamente del poder que circunstancialmente puedan tener.
Se trata de lo que acaba de ocurrir en la Unión Europea integrada por 27 Estados miembros. Todos los Estados, no importa su tamaño o peso financiero, gozan del poder de veto cuando se trata de decisiones que tienen que ver con políticas o gastos relacionados con la seguridad.
Esta es una concesión extraordinaria a los países pequeños por parte de naciones tan significativas como Alemania, Francia, etc. Lo que señala el analista es que un país que tan solo tiene 10 millones de habitantes, Hungría, está bloqueando una decisión de países que representan 450 millones y unas de las economías más grandes del mundo. Y se da el lujo de bloquear una línea vital de financiación para Ucrania equivalente a 52 billones de dólares.
El Primer Ministro de Hungría se permite ese abuso de poder que un parlamentario alemán describe como un “constante juego de extorsión y chantaje”. Coincidencialmente, el Ejecutivo de la Unión Europea descongeló 11 billones de dólares para Hungría y quedan pendientes 17.6 billones. Que un país con las características actuales de Hungría incurra en semejante abuso de poder tiene que generar reflexiones muy trascendentales entre los directivos y ciudadanos de la Unión Europea.
Este tipo de comportamientos son los que tienen al borde del desastre la idea del Multilateralismo. En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas viene ocurriendo algo similar. Y hay un pueblo, realmente inerme, lleno de coraje y patriotismo, pero desarmado frente a una potencia nuclear como Rusia. Ese pueblo, Ucrania, representa los ideales de libertad y autodeterminación que son propios del mundo en que estamos viviendo.
Que un país grande y poderoso pueda adueñararse de la totalidad o parte de un país pequeño y débil es la negación del orden internacional construido en la Post Guerra. Preservar la integridad de los países menos poderosos es de la esencia para garantizar la paz mundial. No es accidental ni irrelevante que los países que componen la Unión Europea se comprometan en la defensa de un país que todavía no es miembro del organismo de defensa de la Unión (Otan). Y quién lo creyera, Estados Unidos, defensor del Orden Internacional como ninguno, está encontrando dificultades para continuar con la ayuda que Ucrania necesita.
¿Cuál sería la situación mundial si Putin logra apoderarse de Ucrania?
¿Cuál sería el destino de otros países débiles, militarmente? ¿Y acaso lo que está ocurriendo entre Venezuela y Guyana no es parecido? ¿La situación entre China y Taiwán no genera interrogantes inmediatos si Putin logra su objetivo?
El orden internacional está bastante averiado. Naciones Unidas no tiene la capacidad para ofrecer salidas civilizadas a estos conflictos. O no llega, o llega tarde. El tema de Israel y Palestina, que forma parte del propio nacimiento de Naciones Unidas, como que los toma de sorpresa y se perciben como completamente desbordados. Su tarea como guardián de la paz parece algo muy lejano. Quienes se ocupan de las relaciones internacionales saben que ya es necesario concebir y construir un nuevo orden internacional. Un orden basado en el derecho y no en la fuerza y mucho menos en el abuso de poder.