No debe tomarse a la ligera el anuncio de Maduro de decretar una alerta naranja a lo largo de la frontera con Colombia y de mover hacia ella tropas y armamento, y atribuírsela al carácter circense de su personalidad. Por el contrario, obedece al inocultable propósito de asegurar la continuidad de su régimen y de la añeja dictadura castrista, promoviendo en el hemisferio un conflicto de claras connotaciones geoestratégicas que involucre potencias extra continentales. Podríamos encontrarnos en el umbral de una situación cuya solución escapa a los gobiernos que la padecen y adquiere vocación de irresoluble, con las consecuencias que ello comporta. Un escenario bien distinto al que permitió a finales del siglo pasado la paz en Centroamérica, que fue posible cuando la negociación se adelantó exclusivamente entre los estados concernidos y acompañados principalmente por los gobiernos latinoamericanos. En su momento permitió una solución regional a un conflicto regional
Hoy, por el contrario, la supervivencia de Maduro y del régimen cubano está atada a la intromisión de otros actores internacionales que buscan ases en la baraja de problemas que suscitan para jugar ventajosamente en conflictos en otros rincones del mundo. La movida de Maduro no es una bravuconada sin efectos en la galería, sino el primer acto de una estrategia concebida para construir un escenario en el que participarán todas las organizaciones de izquierda en defensa de los repetitivos anacronismos con los que han despojado a los pueblos de su libertad y sometido a sus naciones a irredimible pobreza. No en vano Iván Márquez y sus lugartenientes anuncian un nuevo “Marquetalia”, cuyo blanco principal es lo que ellos denominan la oligarquía, que identificarán a su antojo, y cuyo objetivo general apunta a la perturbación de la paz y a la desestabilización de los regímenes democráticos en América. Para tal efecto, contarán con los réditos del narcotráfico y de las utilidades de la minería ilegal que les dispensará generosamente el régimen delincuencial de Maduro. El silencio que hoy aqueja a los que favorecieron la materialización de los objetivos de Márquez, Santrich, El Paisa y Romaña, mañana volverá a la misma estridencia con la que pretendieron protegerlos. La internalización del conflicto perpetuará a los gobiernos genocidas.
El Gobierno colombiano tiene claridad sobre los acontecimientos y sus probables efectos. Así se intuye de las palabras del presidente y del general Navarro, quienes han señalado a los colombianos y a la comunidad internacional los desafíos comunes que se nos presentan. Como el poder de veto impide decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU, el camino más indicado es el de solicitar la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, instrumento de preservación de la paz y consolidación de la solidaridad continentales.