ALBERTO ABELLO | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Septiembre de 2011

El ominoso poderío del Régimen
Como  fenómeno político se observa que en la mayoría de las regiones en las que tradicionalmente el Partido Conservador ha sido fuerte en ideas, propuestas, influencia y votos, su desempeño está afectado por la fragmentación y la atonía. La dicotomía entre jefes regionales, congresistas, directorios políticos y militantes, carcome sus entrañas.
En las  entidades partidistas rara vez se encuentran figuras de prestigio, dirigentes reconocidos, pareciera que el sistema de elección partidista interna no ha resultado efectivo en reclutar a los mejores. Sistema, en cierta forma, perverso, por cuanto al no existir reglas de juego confiables, pueden en algunos casos los de otros partidos y corrientes políticas, como el estiércol del diablo,  contribuir a elegir las directivas. El contraste con los directorios  regionales de otras épocas que contaban con figuras más prestantes es notorio y evidencia una crisis fatal de dirigentes en la conducción política local.
Algo similar se repite en las alcaldías y gobernaciones; allí las  personalidades notables del conservatismo son honrosa excepción. Algunos explican ese fenómeno al señalar  que las figuras representativas de nuestra colectividad son alérgicas a la lucha electoral, están quemados o no quieren exponerse a dar y recibir empujones en la brega por conquistar el voto. Sería muy fácil atribuir la culpa de semejante estado de cosas al Directorio Nacional Conservador y a todas luces injusto. La directiva tiene las responsabilidades que le son propias, mas es preciso reconocer que el  senador Rubén Darío  Salazar ha realizado un esfuerzo denodado por levantar el ánimo conservador, ha conseguido movilizar cinco millones de firmas para penalizar el aborto y  ha dado garantías a los aspirantes para  llegar por la vía electoral a gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos.
Ojo: la crisis conservadora supera la jerarquía del partido y sus cuadros. Fenómenos de corrupción,  compra de votos, manejo oscuro de los fondos regionales afectan a todos los partidos. Mientras los partidos tradicionales se atomizan, los partidos emergentes se fortalecen. En las urbes brota, como una planta frondosa y maldita, el partido del Alcalde, dos o varios concejales, el contralor y el personero, los contratistas, que se apoderan del gobierno local, deslizan  su garra sucia en el tesoro público y esquilman sus fondos. Ese es  el más poderoso partido que existe  en Colombia, suerte de oscuro partido único, que hace parte del Régimen y no tiene -como repetía Álvaro Gómez- jefe, ni da la cara. Su poder se mantiene vigente  por encima de los altibajos electorales. Se pervierte la elección popular de alcaldes para recuperar la democracia citadina, se utiliza en sentido contrario a los grandes objetivos que propuso el dirigente conservador, como arma de los ciudadanos contra las maquinarias políticas, como para limpiar los establos municipales, al punto que ahora el sistema espanta a los ciudadanos de bien de esas lides locales decisivas en democracia. En estas elecciones el  conservatismo desaprovechó la oportunidad para hacer una gran campaña y convocar las huestes y  sectores afines a derrotar el Régimen en  alcaldías, gobernaciones, concejos, asambleas, donde está la política y se juega el futuro del país.