ALBERTO ABELLO | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Enero de 2012

La democracia cautiva (IX)

Contra lo que sostienen los historiadores que pretenden asimilar los hechos del pasado a fenómenos revolucionarios de otros países, particularmente a la Revolución Francesa, no se daba entre nosotros durante el Imperio una lucha implacable entre la burguesía en ascenso y una corte aristocrática, puesto que en la Nueva Granada el virrey era un funcionario transitorio, que no podía comprar tierras aquí, ni ejercer como señor feudal, que no lo era. Además, operaba el juicio de residencia que le podía costar la destitución, ir a la cárcel o la ejecución de ser encontrado culpable de graves delitos. Se destacan los descendientes de encomenderos, como el estamento terrateniente, comercial y minero, los funcionarios y unos pocos criollos dedicados a las profesiones independientes, junto con la milicia y el clero. En la llanura estaban los indígenas, los esclavos y los más pobres. Por trescientos años la paz bendijo estos pueblos que crecen a un ritmo que Europa no conocía, apenas en las selvas y algunos reductos lejanos la ley de la jungla resolvía las tensiones.

Así que la sociedad no tenía casi oportunidad de dar rienda suelta a la belicosidad innata de los seres humanos, ni de desafiar a otros pueblos, ni de disputar territorios, apenas a la defensiva de los asaltos de piratas extranjeros. Al contrario de lo que piensan los sociólogos que abordan estos temas de la violencia con catalejos de corto alcance, el exceso de sosiego, la falta de disputas domésticas, la presión de la civilidad y la conversión masiva de los aborígenes al nuevo orden, como la notable capacidad de asimilar otras culturas de la que da pruebas la hispanidad, represaron en el alma colectiva esas pasiones apenas adormecidas que, como al romperse un dique, afloran en las guerra social, civil o de independencia. Europa convulsionada y ensangrentada durante esos mismos trescientos años de calma hispanoamericana, digamos que canaliza la violencia, la contiene, la maneja, para que aristócratas y aventureros puedan derrochar sus energías en la guerra, lo mismo que el vulgo que es conducido al combate y después de salir victoriosos restañar sus heridas en el retiro de los castillos, la urbe o el reintegro a la civilidad... Aquí la paz, apenas perturbada por una que otra protesta y explicables rebeliones indígenas o de cimarrones, como por modestos debates seudo-filosóficos y morales en la Universidad, se parece más a una capitulación intelectual de los seres mejor informados que aceptan su destino como algo definitivo e inconmovible, hasta que aparece Napoleón en el firmamento de España y todo lo trastoca para siempre. Lo que no logra la independencia de las 13 colonias anglosajonas, ni la Revolución Francesa, ni sus efectos en Haití, de conseguir perturbar el sistema del Imperio Español en América, lo consigue Napoleón.

Para ser justos con los próceres de la Independencia fusilados por Morillo en Santa Fe de Bogotá o en Cartagena, varios de éstos fueron alternativamente monárquicos y republicanos o a la inversa, en particular los notables que como Jorge Tadeo Lozano fueron partidarios de una monarquía constitucional. Lo que no debiera sonrojar a noveles historiadores.

Nota:Mi solidaridad con el ministro Juan Camilo Restrepo, visionario y patriota al servicio de Colombia.