El amor como paradoja
Hablar del amor es tan difícil como apasionante. No hay un tema que atraiga más la mirada del ser humano por su majestuosidad y, sobre todo, por el misterio que encierra. Es verdad universal la del amor como motor y sentido de la vida y no parece haber un ser humano ajeno a su influjo. Las grandes historias giran en torno de su búsqueda y la infinidad de elementos que lo rodean. Sin embargo, pese a la multiplicidad de aproximaciones y a la variedad de experiencias que atestiguan el papel del amor en la vida del hombre, se mantiene intacto el misterio insondable de esta profunda realidad.
Al parecer, es ineludible en la tarea biográfica preguntarse por este misterio. A fuerza de golpes las más de las veces, el amor comparece tarde o temprano y tiñe la existencia con tonalidades tan novedosas como extrañas. El claroscuro de la experiencia amorosa logra remover las fibras más profundas de la interioridad humana e imprimir una perspectiva y una energía capaces de transformar por completo la propia vida.
Pero al mismo tiempo que revitaliza e impulsa, el amor trae siempre consigo una especie de herida mortal. Quien ahonda en el amor, sabe que a su vez está cavando el pozo del dolor. Cuanto más se ama, mayor será la herida que la traición o la indiferencia puedan causar. El amor contiene en sí la paradoja y la contradicción.
Marcel Proust en su majestuosa obra En busca del tiempo perdido explora, entre otros temas, el amor como contradicción y anhelo. El detalle con el que describe el mar de sentimientos, pensamientos y afecciones que suscita la espera o el encuentro con el ser amado, pone en evidencia la profunda contradicción en la que el amor se presenta. Describe el amor como una “enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita” que se puede sufrir únicamente por aquellas cosas que no se poseen totalmente. La posesión total del ser amado sería, para Proust, la misma muerte del amor, pues lo que lo hace ser lo que es, es justamente el anhelo. Cuando ya se da por supuesto a quien se ama, muere el misterio y con él, el amor mismo, pues abandonar la búsqueda del otro es quedar nuevamente suspendido en la propia soledad. El amor entonces supone búsqueda constante, anhelo de conocer y entregar.
La paradoja se hace evidente cuando interviene el dolor que acompaña la experiencia amorosa. En esa búsqueda, en el anhelo que impulsa el amor, la herida es un ingrediente ineludible que se incrementa en la medida en que el amor crece. Anhelar más es sufrir más porque no se posee en plenitud, pero es al mismo tiempo e inexplicablemente amar más.
Olvidar esta condición del amor es desconocer toda su riqueza. El mal que nos ha hecho la versión indolora y aséptica del amor propia de la sociedad de consumo consiste en ir desdibujando cada vez más la realidad del amor hasta hacerla completamente irreconocible. La imposibilidad de ver amor donde hay dolor, entrega, sufrimiento y anhelo imprime en los seres humanos de nuestro tiempo una suerte de tara afectiva que trae como consecuencia el fracaso, no solo en cuestiones amorosas, sino en la propia vida.