ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Octubre de 2011

De unidades y divisiones

 

El  encuentro del pensar humano con la realidad es posible gracias a la capacidad unificadora de los procesos de conocimiento y la aparente unidad y estabilidad de la realidad que observamos. El ser humano, a pesar de estar inmerso en el tiempo, en el cambio constante e irreversible, es capaz de mantener unidad y de percibir lo que de unitario tiene la realidad circundante. Este principio vital por el cual nos mantenemos siendo quienes somos a pesar de los inevitables cambios que sufrimos en cada instante es, al mismo tiempo, el anhelo que todos perseguimos.
Ya la historia ha mostrado cómo la división representa, en términos sociales, el fracaso. Cuando se emprende una causa se procura, ante todo, mantener claridad en lo que garantice la unidad de quienes se embarcan en ella. Si entra, por alguna rendija, un soplo de división, es de esperar que los fuegos que inicialmente encendieron, queden reducidos a unos cuantos fuegos fatuos. Los grandes líderes han conseguido sacar adelante sus proyectos gracias a la unidad, no sólo de sus ideas, sino sobre todo, de sus seguidores. Esto explica, de alguna manera, cómo en Colombia, la mayor votación en varios años la ha alcanzado quien justamente ha tomado como lema, el determinante concepto de unidad.
El juego político, así como la vida misma, responde a las dinámicas de unidad y división, de una manera casi que primaria. Pero solo unos cuantos se hacen conscientes de ellos y consiguen orientar de modo adecuado sus acciones a mantener una unidad real.En la coyuntura política que vive la capital colombiana se está poniendo en evidencia de un modo radical cómo el juego de unidad-división es el que tiene ahora la clave determinante en la fuerza que definirá el destino de los bogotanos. La intención electoral fluctúa de un candidato a otro de acuerdo con su adhesión o distanciamiento de ciertas figuras políticas. Una adhesión desafortunada, puede generar la desbandada de quienes antes se declaraban incondicionalmente unidos a su partido. También la negativa a una adhesión puede generar un nuevo lugar de encuentro para otros cuantos.
Lo que más llama la atención en esta dinámica de unidades y divisiones, es cómo el factor determinante al tomar la decisión de con quien se está y con quien no, ya no es el bien unitario de la sociedad entera, sino los intereses personales de quienes aspiran al poder. En el caso de los candidatos jóvenes, todos muy inteligentes y prometedores por lo demás, ha primado la mirada corta. Es decir, la estrategia política ha tendido a favorecer “sus propuestas”, esto es, sus intereses personales, antes que contemplar el panorama social para leer qué hay de común con los otros candidatos que pueda servir para generar unidad. Es un gran pesar que aún en nuestro país seamos tan cortos de vista como para no darnos cuenta de que la clave en el ejercicio político es trabajar con sinceridad por el bien común. Es algo que, a pesar de la corrupción que nunca desaparecerá del todo, han logrado vislumbrar en otros países como clave de acción política, y sobre todo como criterio social en el momento de elegir.