En la reciente elección para Congreso, la maniobra o ineptitud del Registrador Nacional restó miles de votos a la oposición. Como Colombia tiene siglo y medio de práctica electoral casi ininterrumpida desde el virreinato de la Nueva Granada, eso se corrigió tras las denuncias correspondientes. En consecuencia, el conteo oficial dio como ganador a la oposición.
Funcionó como debía la institucionalidad, gústenos o no, los planes de esa oposición. Pero eso perjudicó al desprestigiado partido presidencial, cuyo caudillo exigió un nuevo procedimiento. El gobierno acató la orden e interfirió, lo cual contrasta con el olímpico silencio adoptado cuando la protesta vino de los contrarios. Es decir, se hizo parte del problema, no de su imparcial solución. Agravó así la polarización nacional, tras hacer poco por mitigar la que aún existe, con violencia en varios departamentos. Pero las instituciones resistieron de nuevo la ambición del caudillo.
Comentaristas se preguntan si algunos señores del establecimiento optarán por la exterminación física de los opositores como ha ocurrido antes. O si más bien prefieran el fraude electoral como ocurrió en la elección de 1970, que dio vida a la guerrilla urbana de la que fue miembro el actual opositor. Fraude que tuvo la peculiaridad de ser expuesto nada menos que por el propio ministro de la política de entonces en un libro, completando un surrealismo mágico quizá no visto en ningún otro país del planeta. Y que, por supuesto, demasiados historiadores cortesanos omiten, como si se tratase de un pie de página redundante. Y no lo mencionan. Pero que sí sufrieron muchos jóvenes que, a partir del fraude, optaron por tomar las armas al ver cerrado el cambio dentro de las instituciones pacíficas.
De esto se deriva que Colombia sea también el único país del hemisferio que mantiene un conflicto armado casi tan longevo como su tradición democrática. Tristemente su sector dirigente ha sido incapaz de aclimatar un estado incluyente.
Economistas de prestigio han señalado que los precios de los alimentos básicos golpean a la población. En efecto, pan, carne, leche, frutas, papa, arroz entre otros, han subido en casi un ciento por ciento promediado, mientras aumenta el desempleo durante este gobierno de pandemia. Y que llegó al poder con el reflexivo eslogan: “lo que diga Uribe”. Mientras el actual mandatario feliz de Disneylandia prefiere destacar la recuperación del producto bruto interno, sin mencionar que en lo que va del actual siglo, bajo la regencia de Uribe, la participación de los salarios en el ingreso de la economía total ha disminuido. Y que bajo su suplencia administrativa en este último año ha caído el nivel de vida de la población.
Es vano predecir. Pero la impresión que deja es que, en esta situación inflamable, el actual gobernante ambienta, a su pesar, el triunfo de la temida oposición.
Y en el campo internacional, en su tardía cita a la Casa Blanca, se le notificó que estaban en negociaciones con Maduro. Vale decir que lo dejaron colgado de la brocha.