ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Agosto de 2011

Que sirva para algo


”Más difícil es restablecer la normalidad y la seguridad”


NADIE  lo sabe.  Cualquier cosa puede pasar ahora en Libia.  Incluso que el país evite una nueva guerra civil, supere las tensiones tribales, conserve su integridad territorial y se consolide institucionalmente, convirtiéndose en un productor serio y confiable de petróleo que reinvierta las ganancias derivadas del comercio del crudo en beneficio de su población, y transformándose en puntal de estabilidad en el Magreb cuya experiencia, no obstante los traumas iniciales, inspire nuevos procesos de renovación política en toda la región.


Sería terrible que el triunfo de los rebeldes acabara siendo un “éxito catastrófico”, tanto para ellos mismos como para el pueblo libio y para los europeos que lideraron las operaciones militares, inicialmente caóticas e improvisadas, orientadas a proteger a los civiles de la feroz represión de Gadafi.  Sería nefasto que las mismas armas que franceses y británicos repartieron masivamente a las fuerzas de la oposición acaben sirviendo ahora a propósitos menos nobles, poniendo en riesgo la transición y cebándose una vez más con la población inocente.


Es relativamente fácil derrocar a un dictador, apresarlo y ajusticiarlo públicamente por todos los agravios infligidos a su pueblo, o forzarlo, más discretamente, al exilio o al suicidio.  Más difícil es restablecer la normalidad y la seguridad.  Ante tal desafío, Libia no será la excepción.  Por el contrario, en ese aspecto se encuentra en desventaja si se la compara con Túnez o Egipto.


Tal vez en ese complejo escenario la Corte Penal Internacional sirva para algo, reivindicándose así tras la pésima imagen que dejó de ella el intento europeo de negociar con Gadafi el abandono del poder a cambio de una garantía de impunidad contraria no sólo a las obligaciones derivadas del Estatuto de Roma (del que Francia y Gran Bretaña, a diferencia de Libia, sí son Estados parte), sino a la Resolución 1970 del Consejo de Seguridad de la ONU.  Si el Consejo Nacional de Transición detiene a Gadafi y a los suyos, debería entregarlos al Fiscal de La Haya. Ello evitaría que su enjuiciamiento y casi segura ejecución se convierta en un factor de distracción y de polarización tan innecesario como contraproducente en estos momentos, en los que requiere concentrarse en mantener el máximo consenso posible para emprender la pacificación del país y el restablecimiento del orden, y no desgastarse en la satisfacción de impulsos de venganza contra el dictador y sus secuaces.  Así, mientras Libia se ocupa en definir su futuro, que la CPI se encargue de resolver el de sus criminales.  
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales