El general Torrijos solía descansar en una isla panameña, y madrugar a mirar el amanecer. Pero un pescador apenas lo reconocía comenzaba a gritarle improperios, a descalabrarle palabrotas que el general refutaba minuciosamente cada mañana. Esto continuó por varios amaneceres, hasta que la guardia costera disuadió al porfiado y puntual pescador.
Al poco tiempo el general comenzó a decirle a sus allegados que quizá se había precipitado, pues ya estaba extrañando las discusiones mañaneras. Y ahora le quedaba difícil pedirle al obstinado pescador que volviera. Lo que prueba que también en el trópico es válida la observación de Hegel “toda autoconsciencia quiere ser reconocida por otra autoconsciencia.”
Conocí al general en casa del presidente López Michelsen. Un día me lo encontré en el centro de Bogotá entrando con disimulo al teatro a ver “I took Panamá”, basada en el excelente libro de Eduardo Lemaitre, con los pormenores políticos nacionales e internacionales de la separación de este país en 1903. El general explicó con ironía, que aprovechaba el viaje para conocer la obra, por cuanto en Panamá no podría, ya que él acababa de firmar una orden prohibiéndola…
Los diplomáticos panameños en Bogotá compraban el libro de Lemaitre como si fueran buñuelos para convidar a los amigos y familiares.
La amistad del presidente López con el presidente Torrijos y concertado con la relación con Rafael Caldera de Venezuela, logró que Estados Unidos no pudiese dividirlos para evitar que el manejo del Canal de Panamá revirtiera a ese país. Los enemigos del acuerdo daban por averiguado que los panameños serían incapaces de mantenerlo en operación. Colombia se vio beneficiada, sus buques, incluso los de guerra (en caso de ella) podrían cruzarlo, cosa que no nos estaba permitido cuando la administración fue estadounidense. Y desde luego el canal sigue funcionando bien.
En cuanto al zarpazo de Washington en la separación podría decirse, volteando el silogismo, que Colombia es de Panamá, pero nos partieron.
Esa política de “divide y vencerás” tiene sombras como lo está notando mejor el imperio norteño en américa latina en estos años. China está copando el mercado en los principales países que, ayer no más, fueron sus principales socios.
De la venalidad que hubo entre los gobernantes en la separación de Panamá, Oscar Alarcón en su libro, bien digno de consultarse sobre el asunto, se refiere así a la familia del gobernante: “De José Manuel Marroquín, decían por aquella época en Bogotá, escribió un libro que no se vendía y engendró un hijo que se vendía demasiado”.
El problema con estos enconos históricos entre países es que no sanan con el tiempo, aunque se disimulen y se callen durante siglos. En eso de callarse no bastan las posteriores “reparaciones” económicas que tardíamente se dignó Washington dar luego a Colombia. Ni siquiera la útil obra que supuso para toda américa la construcción del canal, en la que fracasó Francia. Si no, como le ocurrió al general Torrijos con el acallado pescador, el asunto sigue ahí.