Al sur, donde la tierra acaba y habitan los vientos, está la Antártida. Fue el último continente alcanzado por los seres humanos y aún, para la mayoría, sigue siendo un lugar ajeno.
Juan Diego Soler, en su libro: Relatos del confín del mundo (y del universo), entrelaza la narración de su experiencia -trabajando allí como astrofísico-, con la historia del descubrimiento, la exploración y la expoliación de este territorio. Son 602 páginas, llenas de aventuras, que fluyen todas hacia un mismo cause y una misma causa: advertir sobre la inminencia del calentamiento global y la importancia de tomar el pulso al corazón del hielo.
El continente austral manda cada vez más señales sobre la emergencia climática, nuestro deber es reconocerlas. Si la Amazonía es el pulmón del mundo, la Antártida es el refrigerador. Esta enorme masa de hielo actúa como regulador del clima del resto del planeta y sus condiciones ambientales expresan, de manera contundente, el impacto de la actividad humana alrededor del globo.
“La Antártida es el canario en la mina”, dice Juan Diego Soler. La metáfora viene del inglés y alude a las aves que alertaban sobre la presencia de gases venenosos en las minas de carbón, a finales del siglo XIX. Los mineros descendían al socavón con un canario, si este fallecía era necesario salir de inmediato. Si la Antártida agoniza, la señal es inequívoca; la diferencia es que nosotros no tendremos hacia dónde evacuar. El pasado 10 de agosto, la NASA reveló que la capa de hielo más grande del mundo se derrite al doble de la velocidad prevista, más rápido de lo que la naturaleza puede reponer. No es el primer llamado, muchos centros de investigación lo han alertado. La crisis es inminente, pero no parece importarle a mucha gente.
Desde mediados del siglo XX, la Antártida viene consolidándose como un territorio consagrado a la investigación científica y a la cooperación internacional; la casa común la causa de todos. Mientras el continente blanco se desmorona, un puñado de investigadores del mundo insiste en la esperanza y en comprender la vida; esa sí que es una lección de humanidad. Colombia se sumó a este empeño desde 1989 y, en los últimos años, ha desarrollado el Programa Antártico que ya acumula ocho expediciones. Hace unos días, Cotecmar –Corporación de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo de la Industria Naval, Marítima y Fluvial- entregó a la Armada colombiana el buque de investigación científico marina ARC Simón Bolívar, el más grande construido nunca en el país. Un prodigio de la ingeniería diseñado para explorar y estudiar el corazón del hielo y, así, ayudar a preservar la vida en el planeta.
¿Alcanzaremos a escuchar?, se pregunta Juan Diego Soler; ¿lograremos responder a ese llamado?, hacerlo implica disminuir radicalmente el consumo de combustibles fósiles. Nada fácil y, sobre todo, nada rápido; desde el sofá, la Antártida sigue resultando ajena. Leer el libro de este astrofísico -que también es un orgullo para Colombia- sería una buena forma de empezar a conocerla.
@tatianaduplat