Aunque no queramos | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Noviembre de 2019

Lo sucedido en Bogotá el día del paro, lo mismo que en Cali, Valledupar, Facatativá y otros lugares, me refiero a las marchas y a la violencia, es una historia que se veía venir desde hace mucho tiempo. Situaciones que nunca se resuelven del todo y que terminan exasperando a la gente y, claro, son capitalizadas por quienes se quieren tomar el poder de la nación. Porque el tema se ha tornado de ese tenor: el objetivo es el poder; ni siquiera es el bienestar de la gente, sino la toma del poder, ahora a través de la rebelión callejera. Pero el caldo de cultivo está en plena ebullición. Y los componentes de este cocinado no los ha querido reconocer con claridad el establecimiento y quizás no le falta sino un hervor para llevarnos a situaciones que quizás desconocemos en Colombia.

¿Cuáles componentes? Digamos algunos. El salario mínimo, que algún estúpido propone rebajar. La gran cantidad de personas que trabajan sin tener ninguna garantía social, por estar en la informalidad o simplemente porque los explotan sin misericordia. En Bogotá, el caótico transporte, con el Transmilenio aplastante, y sobre el cual el alcalde Peñalosa ha pecado de soberbia al no querer sino fomentarlo más y más. Otro tema es el acceso a la educación superior, limitada en cupos a nivel público y por unos costos astronómicos a nivel privado. El desempleo juvenil ha adquirido dimensiones bíblicas. Y ni qué decir de la corrupción e indolencia de los políticos, a quienes aparte de llenarse los bolsillos, nada más les importa. El sistema de salud, en los componentes que no funciona, atiza la hoguera. Y el tema pensional con que se están encontrando los nuevos pensionados que dependen de los fondos privados y que podrían morir de hambre. ¿Qué más datos requiere el establecimiento, los que pueden cambiar las cosas por vías legales y democráticas, para ponerse a la tarea de transformar lo que ya es innegable e imposible de ocultar?

Aunque no queramos que el desorden se apodere el país, tampoco tenemos demasiados argumentos para sorprendernos por lo que está pasando. La presidencia de la República debe ser más osada para realizar cambios a favor de la gran mayoría. El Congreso tiene que hacer su tarea con dignidad o ceder esa misión a otras instancias. Los gremios económicos deben ser mucho más generosos y no berrear tanto cada vez que se les pide aportar más y mejor para toda la gente. La justicia debe operar, simplemente. El dinero en Colombia es demasiado costoso, sin que nadie haga nada para ponerlo más al alcance del común de la gente. El Estado bota demasiado dinero en tareas que no tienen ninguna repercusión en la gente de a pie: hay que redireccionarlo radicalmente a toda la población necesitada. Nos queda la sensación de que estamos mal porque no hemos querido hacer lo que en justicia se debe hacer. Si alguien se sorprendió por lo sucedido el jueves pasado es porque vive en las nubes o solo en la nube. Ponemos los pies en la tierra o nos obligan a hacerlo.