En el mismo escenario de guerra, Gaza, las diferencias físicas y morales entre el fornido Sansón de los hebreos y Benjamín Netanyahu son enormes y sólo coinciden en su sed de aniquilar filisteos, pero mientras el primero lo hacía por orden de Yahvé, con una quijada de burro como arma letal, el otro lo hace motu propio, recurriendo a toda la artillería pesada del Thsajal (FF MM) y quizás lo único que moralmente lo avale en este estado tan prolongado de la guerra sea que su accionar vaya en contravía de la voluntad del “todopoderoso” Petro, último anticristo, que para nuestra desgracia nació en tierra sagrada colombiana, donde causa enormes estragos. Ya rompió relaciones con Israel y si lo siguen molestando muy probablemente le declare la guerra, a manera de cortina de humo.
Dicen las Escrituras que, en una de tantas refriegas, Sansón entró en Gaza, repleta de enemigos, y se hospedó en casa de una mujer “en condición de prostitución”. Sus enemigos lo descubrieron y lo esperaron a la salida para asesinarlo al amanecer pero, presintiéndolo, bajo el amparo de la oscuridad de la noche, se les fugó, no sin antes arrancar las puertas tutelares y se las colgó a la espalda y se las llevó para cercanías del monte Hebrón. Sus enemigos quedaron desamparados, mirando para el monte, y lo peor, la ciudad quedó sin puertas, en plenas hostilidades.
Cansado de matar leones en el camino y filisteos con su quijada de burro, dicen que varios miles, nuestro héroe se enamoró allí de una atractiva y traicionera mujer, Dalila, quien lo emborrachó y le hizo confesar el secreto de su fuerza sobrehumana: su larga cabellera y, tras cortarle las mechas, lo capturaron, le sacaron los ojos y lo esclavizaron por varios años hasta su desquite final, cuando sus enemigos naturales se reunieron en el templo para ofrecer un sacrificio a Dagón (dios de los cereales) y el hombre, con cabellera recargada, se hizo ubicar en el punto medio de los dos grandes soportes verticales del templo, los dobló, para hacerlo caer y, al inmolarse, se llevó a tres mil filisteos que gozaban de lo lindo y aniquiló más enemigos después de muerto que en vida.
A nuestro Benjamín -Sansón después del tifus- lo conocí por allá en el 2008, cuando nos invitaron a presenciar una sesión ordinaria de la Knesset, parlamento israelí, en Jerusalén. Su presencia era imponente: participativo y elegante, se le veía asediado por un séquito de ciudadanos que acá llamarían lagartos y allá también (pero en hebreo) que le cepillaban el saco, porque todos leían en su aureola que iba a regresar al gobierno muy pronto y ahí está, comandando la guerra contra Hamás y todo cuanto palestino ande por ahí metido y ya lleva cerca de 40 mil muertos a cuestas, espiando la culpa de la falla flagrante de la inteligencia israelí en el “Octubre Negro”.
Post-it. Me pasó un “cacharro” con “Mr. Taxes” (ex Dian, promovido, por ineficiente, a Mincomercio) al despuntar enero de este año, cuando andaba yo metido en un probador de ropa por Sawgrass Mall, Florida, y al salir me topé con él, que esperaba mi cubículo, y del susto, casi se me caen los pantalones que me estaba retirando, hasta que reaccioné: “no problem”, tengo mis facturas en orden y, además, el hombre está por fuera de su jurisdicción, loado sea El Señor.