Pareciera que entre los arranques populistas de la alcaldesa, las obras semi prioritarias de Peñalosa, la radicalización inservible de Petro y los desgobiernos de Lucho Garzón y Samuel Moreno, Bogotá, ha acumulado un atraso de por lo menos 30 años. Estos mandatarios ejercieron a cabalidad su ineficiencia y, ¡sin pandemia!, ya habían logrado lo imposible, estancar en la mediocridad a la ciudad que produce el 25% del PIB y que, no es menos, que la capital de la nación.
Todos, sin excepción, cumplen la característica tradición de los alcaldes capitalinos; esquivar la culpa, no solucionar nada de fondo y echarse flores antes de saltar a su próxima candidatura. Porque claro, no hay mejor trampolín político para la presidencia de la república que la Alcaldía Mayor de Bogotá. ¡Imagínese el poder! Para los políticos, la ciudad, es un botín de 8 millones de habitantes con 23 billones de pesos de presupuesto y, además, con gigantescas burocracias para repartir y miles de contrataciones por hacer, ¡es una ganga!
La alcaldía se aprovecha con impunidad garantizada porque toda esa ineficiencia, corruptela y populismo va excusada bajo un discurso progresista que alimenta una horda de camisas pardas. Porque eso sí, no hay nada más fascista que los progresistas criollos. Basta que algo o alguien les lleve la contraria y arranca una convocatoria incesante para incendiar la ciudad y a todo aquel que se les atraviese. Como en la Alemania Nazi, solo que ahora por twitter.
Esos autoritarios que, se pintan progresistas y demócratas, son los primeros en imponer a los bogotanos un modelo de ciudad meramente político. Volcado a satisfacer unos caprichos de ‘tecnócratas’ en bicicleta, minorías auto victimizadas y, por supuesto, irritados millennials.
Esa población no representa a la gran mayoría de bogotanos de a pie, que son padres de familia y luchan cada día por traer el pan a la mesa. Esos bogotanos que quisieran ver algo de verde los fines de semana sin demorarse dos horas en salir de la ciudad. Que quieren utilizar su parque o vecindario a cualquier hora del día sin jugarse la vida. Que anhelan llegar al trabajo o a la casa en menos de una hora, para tener algo de tiempo de sobra para compartir con su familia. Ese bogotano que con esfuerzo compra su carro y no puede utilizarlo por los interminables trancones y la ya perpetua medida del pico y placa. Ese bogotano que no puede sacar el celular en la calle o vestirse como se le dé la gana por temor al delincuente o al violador. Ese empresario grande, mediano, pequeño, formal e informal que cuida su negocio y genera empleo, pero que vive atemorizado porque una chusma se lo destruya o un tirano se lo cierre.
Por eso, a esos cientos de miles de bogotanos que padecen las consecuencias de unas administraciones mediocres, desconectadas de las verdaderas necesidades de sus ciudadanos y empeñadas en avanzar sus agendas políticas a costa de la ciudad, les digo ¡Bogotá merece más!