La pandemia del coronavirus está mostrando los límites del “populismo que niega la realidad”, había dicho la canciller alemana Ángela Merkel hace un tiempo ante el parlamento europeo, al presentar los planes de su país para presidir durante seis meses la Unión Europea. “Estamos viendo en estos momentos que la pandemia no puede ser combatida con mentiras y desinformación, ni con odio o agitación” y añadió, en medio de aplausos, “en una democracia, la realidad y la transparencia son necesarias”.
Su discurso de entonces referido a otros mandatarios, resulta pertinente para referirse al desastre humano e institucional que enfrenta Brasil bajo la presidencia del egocéntrico e irresponsable señor Bolsonaro, quien con su obstinación por negar la gravedad de la crisis, sus omisiones y erráticas políticas ha ayudado a convertir al gigante suramericano en el epicentro de la pandemia.
Pero tal vez ese no es el único mal con el que amenaza a su país y a toda la región; sus discursos y acciones también parecen aupar el virus del autoritarismo que se expande galopante con la excusa de esta emergencia mundial, como recordaba recientemente la señora Vera Jourová, Comisaria europea de justicia. Sus intentos por desconocer a las demás autoridades, comenzando por los gobernadores de los Estados y los jueces pero sobre todo la aparente voluntad de incitar a las fuerzas militares a dejar de lado su neutralidad -elemento fundamental de la democracia-, para convertirlas en herramienta política a su servicio, debe prender todas las alarmas en un país que ya ha vivido las graves consecuencias de esa distorsión de roles en el Estado.
Por supuesto no es el único líder que en esta coyuntura ha buscado concentrar poderes, desconocer sentencias, limitar o neutralizar los controles, en particular los del parlamento y la prensa libre. Siempre deben tenerse presentes las tragedias cubana, venezolana y nicaragüense y los autócratas responsables de ellas. Pero el señor Bukele en El Salvador pareciera seguir el mismo camino de otros gobernantes que, como en el caso de Hungría o Polonia, han obligado a interrogarse sobre la vigencia del Estado de derecho en esos países, sin hablar de la dura prueba que han pasado en los últimos años los Estados Unidos con el señor Trump, o de otros países como Rusia, China o Turquía. Basta recordar por estos días al zar Putin, recién “habilitado” para gobernar hasta 2036, bendecido con la inmunidad vitalicia de los presidentes y honrado con la educación patriótica que registrará obligatoriamente sus hazañas.
Con esos referentes no es raro que el señor Bolsonaro y otros muchos en el mundo se sientan llamados a realizar su destino y dejar su marca en esta ola autoritaria.
Quienes creemos en la democracia, más allá de sus dificultades y retos, debemos reivindicar con firmeza sus logros y beneficios, advertir sobre los peligros que la acechan, y exigir sin concesiones la plena vigencia de sus principios. Por ello no debemos cejar en la defensa de los derechos y en el cumplimiento de nuestros deberes democráticos, pues las dictaduras pelechan fácilmente en las sociedades cuyos ciudadanos abandonan su papel en ellas.
@wzcsg