Al terminar las justas electorales y hacer las evaluaciones propias del tema, bien sea ante las mieles de la victoria o con la tristeza de la derrota, casi nunca, por no decir nunca, los cuadros directivos evalúan la dinámica interna de la campaña. Normalmente aquellos triunfadores olvidan impases, enfrentamiento y errores, hablan de los aciertos en las estrategias, del tacto en las intervenciones, el razonamiento en la plataforma y terminan felicitándose por el éxito, que al final es de todos; del otro lado, donde hay desilusión, evitan fijar responsabilidades ante el fracaso, se miran de soslayo pero no musitan concepto alguno, a lo mejor el gerente se lamenta de algunos gastos superfluos, y en reservado se duelen de ciertos sectores que no aportaron el trabajo necesario para lograr el laurel. Esta escena que se vive al interior de cada organización es repetitiva; sin embargo no sé por qué extraña razón, conscientemente se dejan aspectos sin evaluar, lo que permite recaer en los mismos errores de cara al futuro.
Con mi desconocimiento y falta de experiencia en la materia, pero como oficioso observador, he podido percibir una situación bien curiosa en estos equipos, conformados para desarrollar toda una táctica con miras a lograr un triunfo electoral, donde desde un principio se arman roscas o círculos de poder, que encierran al candidato aislándolo y evitando que personas ajenas al entorno tengan el mas mínimo contacto con el líder. Créanme que es risible ver cómo actúan, ocultando unos celos y rivalidades dignas de mejores causas, no parece un equipo sino comunidades trabajando por células que compiten entre ellas mendigando la simpatía y cercanía tanto presente como futura con el personaje.
Al indagar sobre esta conducta la respuesta está encaminada a evitar los lagartos, que asedian al líder con propuestas inoportunas e ideas traídas de los cabellos,- réplica que sorprende,- por la facilidad que grupos de trabajo sin mayor evaluación, descalifican posiciones de personas bien intencionadas y, a lo mejor, ajenas al lagarteo que pretenden aportar, colaborando con planes y proyectos acordes al pensamiento programático que sustenta la campaña y, lo más extraño, es que el candidato no percibe esta situación y si la divisa no le pone control, pareciera que disfruta de ese aislamiento, jugando a construir una aureola que en esos momentos antes que sumar, resta.
Estas opiniones solo buscan llamar la atención de las personas encargadas de organizar y direccionar el trabajo del grupo, de esos coordinadores que tienen entrada directa y pueden abrir puertas, motivándolos para que atiendan, evalúen, argumenten, consulten y generen el debate sobre un aporte. Creo que en política hay que escuchar y saber desechar sin desanimar. Flaco favor hacen las roscas etiquetando de lagarto todo ciudadano interesado en cooperar y por ello recomendaría menos egoísmo y más dinamismo constructor.