Empezaron a llegar. A medida que el invierno se acerca al hemisferio norte, unos cuatro millones de aves emprenden el recorrido hacia el sur buscando tierras más cálidas. Tal vez, si miramos hacia el cielo y aguzamos el oído alcancemos a notar su presencia y nos embargue esa sensación de ser parte de algo más grande que nosotros mismos.
Colombia es corredor migratorio de 275 especies de aves, de ellas 154 vienen desde Estados Unidos y Canadá en esta época del año. Entran al país por cualquiera de las dos costas y aprovechan las cordilleras, bien sea para dirigirse hacia la Amazonía o para seguir hacia el sur del continente. Se instalan en las playas, los bosques, los manglares y los humedales; unas permanecen aquí varios meses y otras, la mayoría, paran solo un rato a reponer fuerzas. Desde arriba, cada año, son testigos de excepción de nuestra torpeza sin límites. Que los humanos causen deliberadamente la desaparición de sus propios recursos de supervivencia debe ser, a sus ojos, algo muy tonto; que además arrasen con otras especies debe ser visto como una estupidez fuera de toda proporción.
Las aves migratorias son prodigiosas. Recorren miles de kilómetros en condiciones cada vez más impredecibles; una gaviota puede viajar más de 60 mil kilómetros, por ejemplo. Tienen incorporada una especie de brújula que capta el campo magnético de la tierra y si llegan a perderse, son capaces de recobrar el rumbo correcto. Se adaptan para hacer el viaje de la mejor manera; como las aves rapaces que viajan de día para aprovechar el impulso de las corrientes de aire caliente; mientras que otras especies, más vulnerables, viajan de noche porque es más seguro. Aunque al llegar a su destino se separen, viajan en grandes bandadas porque entienden bien que juntas es más fácil la travesía. Para ellas, como para nosotros, la pregunta clave siempre es ¿Con quién?
Para los ecosistemas colombianos son muy importantes las aves migratorias. Ellas se encargan de polinizar y de dispersar semillas, también ayudan a controlar plagas o sirven de alimento a otros animales. Para las viajeras, por su parte, nuestros escenarios naturales son vitales. La tala de árboles, la cacería y la contaminación del aire y el agua, constituyen graves amenazas que las ponen en riesgo como especie. Cada vez que vuelven y algo se ha degradado en sus hogares de paso, ellas pierden la posibilidad de continuar con su viaje y con su existencia.
Las autoridades ambientales llevan años advirtiendo sobre la necesidad de proteger a estos animales; dejar de cazarlos y de encerrarlos en jaulas, y denunciar a quienes lo hacen es cada vez más urgente. Las aves migratorias conectan al mundo y nos muestran, en perspectiva, el lugar que ocupamos en él. Ser conscientes de su existencia y de lo que significa su presencia en este país acorralado por la muerte, es reconciliarse con la vida. Cantar y volar, a través de ellas, es hacerse parte de algo más grande que nosotros mismos.
@tatianaduplat