Carlos Alfonso Velásquez | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Diciembre de 2015

PARA PENSAR

Volver a casa también es Navidad

“La soledad nos puede enterrar en vida”

 

La  Navidad es por demás adecuada para reflexionar en el valor de la familia. Las celebraciones navideñas, arraigadas en nuestra cultura, constituyen un período privilegiado para reencontrarnos con los seres queridos, para expresarles nuestro cariño y también para agradecer a Dios por el tesoro de la familia. Bien podemos afirmar que Navidad es familia.

 

Sin embargo, ¿cuántos ancianos pasarán solos esta Navidad? ¿Cuántos hijos, nietos, familiares, amigos, “olvidarán” que lo son? ¿Cuántas excusas, justificaciones, disculpas, serán las responsables de no haber estado a su lado estos días?

 

La soledad se torna más penosa durante estas fechas, en especial para las personas mayores. Es que estas fiestas son aprovechadas por mucha gente para viajar, para el necesario descanso desconectándose de la rutina. Pero esos viajes se convierten en una disonancia moral si se hacen sin tener en cuenta los ancianos. Lo cual, por desgracia, se ha ido instalando en las sociedades occidentales como un efecto más de la cultura individualista.

 

Lo anterior es puesto en evidencia con una publicidad de la cadena de supermercados alemana Edeka que se ha hecho viral. Un anciano viudo, de buena situación económica, deseoso de poder reunirse el día de Navidad con sus hijos y nietos, recibe negativas de cada uno de ellos (en forma de excusas, justificaciones, disculpas y razones diversas). “¿He formado una gran familia -se debe de preguntar mientras ve que se queda solo- para no poder vivir con ellos la Navidad?”.

 

Se le ocurre entonces una solución desesperada, un cebo imposible de no morder: inventa su propia muerte. Los hijos reciben la inesperada noticia y lo dejan todo para acudir al funeral. Ya no hay razones que valgan, ni disculpas legítimas, ni justificaciones pertinentes. Lo primero es lo primero, asistir al sepelio del padre y abuelo, despedirlo de esta vida es motivo suficiente para cancelar todos los planes.

 

Cuando, al fin, todos se reúnen, los llantos se convierten en risas, la tristeza en alegría, el velorio en una cena familiar, porque el padre al que creían muerto está vivo. No salen de su asombro, no aciertan a dar crédito a lo que ha pasado: todo ha sido una farsa amañada por el anciano para conseguir desquitarse de esa soledad que en Navidad ahoga más.

 

El anuncio acaba bien, con algunas lecciones de vida:

  • Que la soledad es peor que la muerte: nos puede enterrar en vida.
  • Que, por desgracia, la muerte (un funeral) tiene mayor capacidad de convocatoria que la vida (un natalicio, la Navidad).
  • Que está bien enterrar a los muertos, pero es preferible atender a las personas mientras estén vivas.
  • Que una visita vale más que mil postales.

Es hora de volver a casa…