Querido Niño Dios quiero pedirte muy especialmente que esta sea una Navidad con “Niño Dios”, como esas Navidades de antaño, antes de los árboles de plástico y las celebraciones navideñas sin pesebre, sin la joven María y el buen José, sin establo, vaca y burro, pastores con ovejas de todos los tamaños, gallinas, elefantes y camellos.
Quisiera una Navidad con ángeles, estrellas, reyes magos y novena. Porque sabes Niño Divino, ahora cuando uno dice vamos a rezar la novena, cunde el pánico entre los jóvenes y, aún, entre los viejos: “qué hartera… mamá, por fa… dile a la abuela que ¡nooooo!”. Y cuando se pasa el librito para que cada miembro de la familia lea una estrofa, la mayoría no la saben leer, ni entienden su significado.
Hasta hace poco, todos éramos felices recitando la novena de memoria y era un honor ser escogido para ser uno de los lectores. Una bella tradición, un ritual de paz y de unión familiar.
Niño amoroso, danos una Navidad menos comercializada, donde haya más tiempo con la familia y menos compras. Quisiera menos calles, buses y tiendas congestionadas; zafarme de las interminables líneas en las registradoras. Por favor ¡menos compras!
¡Cuánto tiempo y dinero perdido! Comprando cosas que, en la mayoría de los casos irán a parar al cajón del “recicle”. Esta gastadera en Navidad abruma a cualquiera. Antes la Navidad era mucho más que dar y recibir regalos. Era la celebración de tu nacimiento, respetando nuestras tradiciones, no las importadas.
Hoy pocos recuerdan que el regalo más hermoso para los hombres fue tú nacimiento, en esa cuna hecha de heno y calentada por el calor de los cuerpos del asno y la vaca y por el vaho de su respiración.
Me gustaría una Navidad sin sushi o sashimi en la mesa. Donde se disfrute comida de nuestra tierra. Algo nuestro, que no sea importado, que no tenga nombre en japonés, francés, inglés o chino. Una mesa con un buen ajiaco para quitar el frío de las noches bogotanas o una lechona rellenita de arroz con de todo, unos frijoles con chicharrón y arepas, unos buenos tamales, o un sabroso arroz con coco.
Y para alegrar, panderetas, guitarras, tiples y bandolas, si, bandolas, ¿te acuerdas? Cómo sonaban de bello; ya casi nadie las toca. Y, por qué no, un traguito de aguardiente de caña cortada aquí en mi patria. Y quizá algunas apuestas de “aguinaldos”: el beso robado, hablar y no contestar, el sí y el no, o pajita en boca, esos picaros juegos que nos hacían reír y entretenían a todos.
Te pido una Navidad como eran las que viví de niña, donde los mayores eran respetados y los niños y adolescentes respetuosos. Donde se remataba el 24, luego de un almuerzo o una cena en familia, con una ida a Misa de Gallo, a la media noche, para agradecer las bondades del cielo.
Qué lindo volver a celebrar con familia y amigos, en la ciudad o en el pueblo, en un bohío, un ranchito, una casa o apartamento, una Navidad verdaderamente colombiana.
Por favor, Niño Jesús, dame una Navidad que huela a leña, a velas de verdad y a buñuelos, caramañolas, natilla, hojuelas y cuajada con melado calientico. Una Noche Buena llena de hermosos recuerdos.