Está entre los temas de moda, aunque ya hace rato, darle garrote a la Iglesia católica. Desde hace un tiempo el motivo principal es el de los escándalos por las conductas incorrectas de una parte del clero. En esto no hay objeción posible. Aunque también hay que decir que nada parece ser suficiente para estos críticos en el sentido de que poco valoran todo lo que se está haciendo por mejorar las cosas. Quieren sacerdotes en la hoguera a como dé lugar. Pero esta razón dará para garrote por un buen tiempo más. Y no creo lejano el día en que se derrame sangre sacerdotal por esta espiral que va de la crítica al odio. Porque nuestros jueces mediáticos tampoco es que sean unos santos de alumbrar.
Pero se ataca a la Iglesia, y creo que en el fondo es la causa principal de esta antipatía fríamente montada, por sus convicciones en temas que tocan la esencia de la condición humana. Nadie como la Iglesia católica defiende hoy la vida de punta a punta. Y esto molesta a los abortistas, a los eutanatistas, a los vendedores y aplicadores de morfina en exceso. Les causa urticaria a no pocos el pensamiento de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. Y muchos de los que han caotizado su vida de pareja son plumas reconocidas y gentes que le hablan a diario a la ciudadanía. Tienen a veces un sentimiento de prepotencia que no admite que se les cuestione e interrogue por los desastres que han causado en otras personas por su desorden afectivo-emocional. Les irrita hasta el desespero a los partidarios de toda violencia que la Iglesia se dedique a tender puentes, a buscar puntos de encuentro, a construir esa realidad tan odiada entre algunos poderosos que se llama la paz con justicia social.
En general, un sector de la gente que más influencia tiene sobre la sociedad colombiana, al menos mediáticamente, ha entrado en una especie de fanatismo laicista que, como todo extremismo, es poco dado a escuchar razones y sí más bien, propenso a las consignas y gritos amenazantes. Por el contrario, el ciudadano de a pie sigue teniendo una relación muy viva y de confianza con la Iglesia, cuya realización más concreta se da en las parroquias, en las miles que hay en el país.
Sin embargo, la Iglesia tiene que abrir bien los ojos, no solo para erradicar de ella sus más grandes pecados y delitos, ni más faltaba que no, sino sobre todo para situarse con inteligencia y sabiduría en un entorno que está moviendo fuerzas para desalojarla y acallarla. Sería ingenuo pensar que detrás de las avalanchas que hoy caen sobre el cuerpo eclesial no hay unas fuerzas debidamente alineadas para tratar de debilitarla. Pero la Iglesia no está hecha de gelatina y eso se podrá probar poco a poco. De un instrumento de tortura y escarnio como era la cruz, Jesús hizo brotar la vida nueva. El camino sigue siendo idéntico para sus seguidores.