“(Se) ha convertido a Venezuela en sinónimo de narcoestado”
El otro día, el ministro de Comunicación de Maduro, J. Rodríguez, dio a conocer cinco puntos como base de partida para un eventual diálogo con la oposición.
En un contexto tan crítico, esos puntos podrían parecer el fruto de los contactos que habría podido establecer la Cancillería del régimen con la Casa Blanca.
Por su naturaleza, cuesta creer que tales puntos sean el producto de contactos con Washington, pero como sea que hayan surgido, lo cierto es que revelan cuán aferrado al poder se siente el usurpador y cuánto confía en el apoyo que le brindan sus correligionarios desde adentro y desde afuera.
Ante la dubitación del Grupo de Lima, la ingenuidad o contradicciones de la Unión Europea con su Grupo de Contacto, así como la complacencia de mexicanos y uruguayos con su Mecanismo de Montevideo, es apenas comprensible que la dictadura se muestre pletórica de fuerza, se burle de semejantes esfuerzos y trate como está tratando al presidente Guaidó y a los líderes opositores.
Primero, cuando el régimen se refiere al “respeto a la soberanía de Venezuela“, lo que en apariencia es de elemental recibo, se convierte en un auténtico despropósito.
De hecho, el régimen no ha hecho más que valerse de la noción clásica de la soberanía para escudar en ella todos los oprobios causados a los opositores.
Como si fuera poco, amparándose en ella es que ha perseguido y sometido a la población, llegando al punto de reprimirla y negarle el acceso a la ayuda humanitaria.
Segundo, cuando menciona el “respeto al derecho a la paz que tiene Venezuela”, tan solo pretende mostrarse como un gobierno legítimo que busca la convivencia y la armonía cuando, en la práctica, solo se ha dedicado a fomentar el odio de clases, la violencia estructural y los más sofisticados mecanismos de control social, propios de toda distopía.
Tercero, cuando exige el “levantamiento de las sanciones” aspira a aparecer ante propios y extraños como un régimen que se encuentra hostigado por el imperialismo, negando así su verdadero perfil internacional.
Perfil que, como es apenas obvio, se caracteriza por el afán expansionista de la revolución, la intromisión en asuntos ajenos, la connivencia con grupos armados ilegales y la permisividad con el crimen transnacional, a tal punto que ha convertido a Venezuela en sinónimo de narcoestado.
Cuarto, cuando pide “que se establezca un mecanismo para dirimir por vías pacíficas las diferencias que haya entre el Gobierno y la oposición”, lo que en el fondo está aceptando es que el trato dado a la oposición está basado en la violencia y que la protesta social debe desaparecer para seguir ejerciendo el maltrato impunemente.
Y, por último, cuando habla de “no injerencia por parte de otros gobiernos en los asuntos internos de Venezuela”, lo único que pretende es que ciertos países sigan adoptando una posición pasiva, complaciente y tolerante frente al despotismo, en vez de la esperanzadora actitud que, no muchos, pero sí algunos gobiernos democráticos están adoptando bajo la premisa de que al usurpador no le queda otra opción que abandonar el país para que se inicie la anhelada transición.